En la provincia de Cádiz, vivo en eterna perplejidad asistida. Aquí, en este lugar de la vieja y acartonada España, la aceptación no es lo que uno quiere, lo que sueña o imagina, sino lo que la vida te pone por delante. He apurado muchas cosas a una edad en que nada resulta ya tan natural. Por eso me acostumbro a poco.
La lealtad no es contarlo todo, es contar todo lo que hay que contar. Yo cuento cosas, pero no digo mentiras. Por ejemplo: hasta no hace mucho, abrir las piernas era tan vergonzoso que las mujeres no podían tocar el chelo. Se consideraba obsceno.
El mal existe señores. Lo peor que se puede hacer es negar la existencia del diablo, es el primer paso para que éste entre en nuestra sociedad o ambiente: la pura negación hace que nos descuidemos de la existencia del mal.
Muchas personas que han pasado por la Escuela de Suboficiales en San Fernando (Cádiz), saben que en sus dependencias hay algo que se nos escapa de las manos. Nos encontramos ante un problema de construcción de realidades.
Escucho, muy atento, el testimonio de alguien decir: “Yo hice la mili hace cincuenta años en la Escuela de Suboficiales, al Panteón de Marinos Ilustres habían destinado un marinero como monaguillo y encargado de mantenimiento, ese chico era de Utrera. Una mañana, después de un año en el destino, se le vio correr para presentarse luego en el cuerpo de guardia con la cara totalmente descompuesta y los ojos desencajados, diciendo que él no entraba más en el Panteón, que lo arrestaran, que le mandaran al penal, pero lo que es él no vuelve a entrar ahí. En los meses que le quedaron de mili, estuvo viendo a un psicólogo o psiquiatra. Luego, nos enteramos, de que dos años más tarde se suicidaba. Lo que vio nunca lo contó”.
Como la anterior narración del testigo, son innumerables las historias que se recogen y ruedan por las dependencias militares, aunque naturalmente son calladas o silenciadas. Los demonios dan miedo porque existen.
Vivimos en el mundo de los espejismos. El espacio y el tiempo es una ilusión de nuestra mente. De alguna manera, los físicos modernos afirman que hay otras realidades, mundos paralelos y que la propia realidad es más fantástica que lo podemos llegar a creer o concebir. La realidad no existe, los colores no existen como tal, el mundo alrededor nuestro es tremendamente distinto y escalofriante.
Nunca llames a las cosas por su nombre. Solo te crea enemigos. En la Escuela de Suboficiales de San Fernando, si no estas psicológicamente bien centrado, pueden ocurrir misteriosos accidentes.