Así fue. Así ocurrió. Así me lo contaron: En el pintoresco escenario de Jerez, la tierra del vino y el flamenco, La primera impresión es la presencia abrumadora de lo que algunos llaman «mamoneo en el cante y tabancos para turistas», una suerte de flamenco que ha adquirido matices políticos. Este fenómeno no pasaba desapercibido para un jerezano auténtico como el More, cuya identidad parecía entrelazarse con las raíces más profundas de la tradición flamenca.
Para Luis Ramos, también conocido como El More o el Bigotes, el compás y el cante grande no eran simplemente manifestaciones artísticas, sino un patrimonio enraizado en la campiña jerezana con denominación de origen. Este auténtico jerezano, con su mirada perspicaz, lamentaba la desviación del flamenco hacia un terreno político, alejándose de sus raíces más genuinas.
El More, con la sabiduría de quien ha vivido el flamenco desde sus cimientos, entendía que el compás y el cante grande eran como las vides de Jerez: arraigadas en la tierra, alimentadas por la esencia de la región. Su conexión con el arte flamenco no era simplemente superficial; era una expresión profunda de su identidad y de la identidad misma de Jerez.
El forastero estudioso, al adentrarse en los tabancos y presenciar el flamenco politizado, se ve enfrentado a un contraste evidente. Mientras los tabancos destinados a turistas pueden ofrecer una experiencia superficial y comercializada, la esencia auténtica del flamenco, tal como la vivía El More, se encuentra en las raíces mismas de la cultura local.
El More solía decir que con una copa de vino y una guitarra al compás nacían los sentimientos y el cante por soleá. Aquí, la experiencia se volvía íntima, arraigada en la tierra y en la tradición que fluye como el vino de Jerez. Cada acorde resonaba con la autenticidad de una cultura que se resistía a perderse en las trampas del turismo superficial.