El Puerto grita a los cuatro vientos que en sus rincones gastronómicos tienen buena materia prima. Las estrellas de la Bahía de Cádiz, todo lo que regala el mar y una pizca de sabores característicos llenan las cartas de los establecimientos portuenses desde tiempos inmemorables. Chocos, puntillitas, pavías, pijotas, gallo empanado, tortillas de camarones, langostinos, coquinas... La lonja, a las 5 de la mañana, se convierte en el punto de encuentro de hosteleros que buscan lo mejor para su cocina. Después, el secreto está en la elaboración y, en muchos casos, en el "doradito" de la harina de El Vaporcito.
Las recetas antiguas pasan de generación en generación en los bares de esta ciudad que ya son clásicos y referentes de la gastronomía de la provincia. Abuelas, padres, hijos y nietas continúan llevando los bocados de la tierra desde sus tabernas, restaurantes y bares pese a los contratiempos y a los sacrificios que conlleva el oficio. Estos son algunos de las cocinas que perduran en el imaginario colectivo de El Puerto.
Francisco Rodríguez Ceballos fundó en 1946 este negocio familiar ubicado en la Ribera del Marisco que sigue cautivando con su pescado frito, sobre todo su enorme pavía, y sus guisos marineros. Una leyenda hostelera de “el de la Ceballos” que cacó adelante una tasca, que había sido colmado en otro tiempo, en la que se reunían los marineros recién llegados al muelle. Desde hace 74 años, el negocio familiar se ha hecho famoso por una tapa. "Hemos llegado a vender en un año 8.000 kilos de pavía”, decía José Ignacio Rodríguez Sánchez, hijo del fundador. En su terraza siguen comiendo generaciones de familias.
Este establecimiento lleva desde 1948 ofreciendo pescados y guisos marineros, algunos ya casi olvidados como las quisquillas o el caldillo de perro, un guiso de pescadilla elaborado con naranja amarga convertido en un legado. El mítico bar fundado por el montañés Ángel Lozano Sordo cumple 72 años apostando por que no se pierda la gastronomía tradicional, tiempo suficiente para que El Puerto no conciba la esquina del parque Calderón sin este local con forma de quiosco donde degustar corvina, albóndigas de dorada y otras creaciones.
El algodonaleño Fran Toro tomó las riendas de este emblemático local de la calle Micaela Aramburu, arriesgando en plena pandemia para conservar la especialidad de la casa, el pescaíto frito, desde 1969. Fue en ese años cuando Antonio Ganaza fundó el negocio a lado de la antigua lonja y lo bautizó con el nombre de su hermano. “Por lo visto fue él el que le prestó el dinero para montarlo”, explica el actual dueño. El bar conserva sus azulejos intactos y mantiene su esencia, además de su cocina marinera a base de caballas, chocos, boquerones, ortiguillas o salmonetes.
A sus 31 años, el hostelero Paco Flores le dio vida al que se convirtió en uno de los restaurantes más prestigiosos de El Puerto. Del mítico Casa Flores, que echó a andar en 1975, ahora solo queda la barra y una chimenea, pero mantiene la identidad de aquellos años en los que las mesas rebosaban de famosos con platos alardeando la Bahía de Cádiz. En febrero de 2014, todo lo que había creado se desmoronó dejando huérfano aquel rincón hasta julio de 2020 su hijo Álvaro Flores decidió revivirlo con aires renovados: Casa Flores 2.0. Los pescados y el marisco son su fuerte, aunque no descuidan las carnes y les dan cabida a las gambas de Huelva, a los percebes o a las ostras gallegas. “Robamos lo mejor que hay en cada punto de España para tenerlo aquí”, comenta Álvaro que destaca la ensaladilla.
Los hermanos Roberto, Jesús y Juan Diego Benítez regentan este negocio de larga tradición, situado en la esquina de la calle Palacios, que pasó por las manos de muchos empresarios antes de que en 1981 Juan Benítez llegara a convertirse en su dueño. La mayor remodelación que ha experimentado se llevó a cabo en 2017 después de dos meses cerrado. Su apariencia cambió por completo dando un nuevo aire al establecimiento que se amplió al unirse con la antigua freiduría “donde la gente se comía el pescao frito”. Las tortillas mixtas, una de las tapas más famosas, se unen a las nuevas propuestas como el cóctel Santamaría, el ravioli ibérico o las carrilladas.
Los sevillanos Francisco Contreras y Cinta Domínguez abrieron en 1996 esta cervecería marisquería en el paseo marítimo de Valdelagrana con aires innovadores, “trajimos el vaso frío". El local celebra su 25 aniversario con la segunda generación, las hermanas Mónica y Cinta Contreras, que continúan con la tradición junto a su madre. “La cerveza y la gamba eran, es y serán los emblemas”, dicen. En 1998, la familia se animó a abrir La Fría II, que sigue la misma dinámica. Cócteles de mariscos, ensaladilla o paellas acompañan a la cerveza fría de este clásico.
Los sanluqueños Manuel y Regla abrieron en 1980 este local frente a la antigua lonja de El Puerto, en la Bajamar, que fue punto de encuentro de pescadores y rederos. El bar lleva la cocina tradicional de la Bahía como emblema. Las especialidades de la casa son el choco y el marrajo a la plancha, pero en su carta “inmensa, lo mismo tenemos carne que marisco y guisos marineros”. Platos hechos hasta hace poco con el cariño de Regla que también ha cocinado gambas cocidas, acedías, puntillitas, pijotas, revueltos o pez espada.
El portuense David Álvarez es la tercera generación de esta taberna fundada en 1928 por el montañés, Victoriano Gil, que desde hace 9 años incorporó cocina tradicional sin gluten. La tasca histórica, que era un despacho de vino hasta 1977, es la única de la ciudad donde toda la cocina se elabora sin esta proteína dañina para algunas personas. Entre sus especialidades se encuentran guisos tradicionales, pescados y carnes de todo tipo. El lomito al Pedro Ximénez, la carne al toro, el tartar de atún o la cama de gambas con queso gratinado y cebolla caramelizada son los platos más demandados. David utiliza pan rallado sin gluten “para hacer los empanados” y sustituye la harina de trigo por otra elaborada con arroz y garbanzo. También hay tartas y botas de vino a granel.
El gallego José Fernández empezó a traer a El Puerto jamones de Salamanca en 1955, época en la que no abundaban en las mesas ni en las barras. A finales de los 90, su pequeño bar del barrio alto se trasladó a un establecimiento con amplios salones donde triunfan la comida tradicional "con un toque de innovación". En su carta abunda la cocina clásica, “la de toda la vida”, en la que predominan los revueltos, los guisos, las carnes de retinto, los ibéricos de bellota o el pescado a la sal. Con forma de una especie de “cortijillo sevillano” a las afueras del centro, en este bar se han realizado celebraciones familiares de todo tipo.
Un espacio gastronómico situado en la Bajamar donde se respira la creatividad de Carmen Gutiérrez, que recopiló materiales reciclados para crear un restaurante original donde se entrega la cuenta en obras de arte. La joven que se dedica al mundo del vino en la bodega Gutiérrez-Colosía, puso en pie este local original y desenfadado en el que pretende potenciar el vino de Jerez, el sherry. Presenta una carta variada con guao bao de pollo crujiente con kikos, huevos a la plancha, falafels, croquetas de marisco o garbanzos con espinacas. Tapas gourmet a las que se suman propuestas veganas, vegetarianas y sin gluten.