“Media de gambas”, alza la voz un camarero detrás de la barra. Los primeros clientes se acercan a unas vitrinas que saltan a la vista. El marisco, los mejillones y algún que otro aliño, adornan los expositores perfectamente preparados para el espectáculo visual. Una gamba risueña estampada en un vaso grita a los cuatro vientos que la cervecería La Fría I está de celebración. El negocio familiar cumple nada más y nada menos que 25 años en el paseo marítimo de Valdelagrana.
El establecimiento, que se ha convertido en un clásico portuense, despegó por casualidad “un jueves de Corpus Christi del año 1996”. Cinta Domínguez, su dueña, recuerda aquella ocurrencia que tuvo junto a su marido Francisco Contreras el 28 de febrero de ese mismo año. “Nos vinimos un fin de semana a casa de mis compadres. Mi marido, que se levantaba muy temprano, estuvo paseando y cuando llegó me dijo: -He visto una cosa que puede ser interesante”, cuenta la hostelera. Juntos se fueron a ver el local y sin darle muchas vueltas se lo quedaron. “Lo cogimos sin saber qué íbamos a hacer con él”, confiesa.
Los sevillanos exploraron la zona, por entonces repleta de bares y restaurantes, y, finalmente, optaron por montar un negocio distinto a lo que ya había. Una cervecería marisquería que les ha traído penas y alegrías y en la que han crecido a base de constancia. La nueva propuesta se sumaba a la panadería y la carnicería que ya sacaban adelante en su tierra natal, negocios que al año siguiente abandonaron para enfocarse en Valdelagrana. “Al principio, nos tuvimos que traer a todo el personal de Sevilla porque no conocíamos a nadie”, comenta Cinta acompañada por sus hijas Mónica y Cinta Contreras desde el minuto cero.
“Nos tuvimos que traer a todo el personal de Sevilla porque no conocíamos a nadie”
Las hermanas reviven los inicios del local donde han estado toda su vida. “Mientras estaba estudiando, cogía el tren, me venía en bikini, me bajaba a la playa y mi padre me daba una voz: -Niña que ya ha empezado el trabajo, y me subía y me ponía a fregar”, dice Mónica. Cuando finalizaron sus estudios, ambas se implicaron de lleno.
La Fría andaba sus pasos con un nombre que indica el estado en el que se sirve el emblema de la casa, la cerveza. “Muy fácil, tomate una y lo verás”, añade la dueña. Desde que echó a andar, el elixir dorado se constituyó como el buque insignia gracias al cariño que Francisco le dedicó a esta bebida. “Aquí solían poner el vaso recién acabado de sacar del lavaplatos, en tubo, y no estaba frío nunca, trajimos el vaso frío. Mi marido ideó una forma de enfriar los vasos, lo hizo a su manera”, cuenta Cinta delante de un enorme azulejo con el patio de los Naranjos de Sevilla y unas fotografías antiguas de la Semana Santa hispalense.
Sevillanas por los cuatro costados- conservan un trocito de la capital en la decoración de la cervecería-, las tres aseguran que la preocupación y el estudio de Francisco y “muchos truquitos” fueron la clave para que la cerveza saliera “distinta a todas”. Según explican, “es la misma para todo el mundo, pero sabe según la trates”. En aquella época, su negocio fue revolucionario al disponer de sistemas innovadores para mimar a la cerveza. “Llegamos con tanques de salmueras, eso aquí no lo tenía nadie”, señala la hostelera.
El éxito de La Fría, adornada con retratos de Curro Romero- “mi madre es camera”- y del coso portuense, ha dejado huella en el paseo donde también se degustan las gambas, otro de los estandartes del negocio. “La cerveza y la gamba eran, es y serán los emblemas”, dice Cinta entre anécdotas. Por su mente pasan historias como aquella en la que un señor y un joven viajaron a Sevilla para aprender a estirar las gambas porque “aquí todavía se ponían enroscadas”.
Otras especialidades son el salpicón y los cócteles de marisco, la ensaladilla, las cigalas o el pescado frito. Además, han incorporado las paellas que “se agotan en 0,2”. La cocina del local acompaña a la estrella refrescante. “Te puedes tomar una cervecita mirado a la Bahía que da gloria y te ponemos unos altramuces”, añade la dicharachera.
“Mi marido ideó una forma de enfriar los vasos, lo hizo a su manera”
La cervecería –“no es restaurante”- empezó a brillar tan rápido que, en 1998, la familia se animó a abrir La Fría II. “Decidimos ampliar porque esta se nos quedó chica”, dice Cinta desde el negocio que continuó con la misma línea.
En 2006, Francisco falleció dejando un legado que su mujer y sus hijas tuvieron la valentía de sacar a flote tras la triste noticia. “Este negocio era su ilusión, nosotras, en ves de venirnos abajo, seguimos. Él nos dio fuerza para tirar para adelante y aquí estamos empujando el carro”, explica la sevillana que también ha sido testigo de la evolución de este enclave turístico en los últimos años.
Ella nota cambios en el trasiego de turistas y en el tiempo de vacaciones que estos solían pasar en Valdelagrana. “Antes venía el veraneante clásico con sus niños muy bien arreglados y ahora a la gente le gusta mucho el chándal”, ríe. Por las mesas de La Fría han pasado generaciones que de familias. Un público fiel que sigue disfrutando en el local. “Gracias a Dios todavía tenemos muchos clientes”, agradece con una sonrisa dibujada en su rostro.
Los ojos de las hermanas Contreras revelan la emoción que sienten al mencionar a su clientela, esa que no falla y que les mantiene vivas después de un cuarto de siglo. “Tenemos clientes que se han convertido en amigos, como los pavones, que nada más que beben Pavón”, comentan.
La pandemia ha dado la cara y transformó al paseo en “un desierto” con bares cerrados y trabajadores en ERTE. Pero la familia mira hacia delante preparadas para la temporada estival en la que esperan que haya “alegría, movimiento y que sea vea vida”. Cinta tiene más ilusión que nunca, aunque la crisis “nos ha dado mucho que pensar”, con coraje, lanza una mirada de complicidad a sus hijas. Juntas pueden con todo.
Las dos generaciones, con un vaso de cerveza en la mano, brindan por los buenos tiempos. “Lleva años diciendo que se va a jubilar, pero no la dejamos”, bromean Mónica y Cinta que afirma que una tercera generación les tomará el relevo. “Mi sobrina de 16 años ya se mete en la caja”, comenta con orgullo.
Una vez, un jerezano felicitó a Cinta por la cervecería por la que había apostado. “Siempre ha sido muy bien acogida, hemos estado muy arropaditos”, dicen las hosteleras con la esperanza de seguir respondiendo a la pregunta que les lleva persiguiendo 25 años: “¿Cuántos barriles tiráis al día?”.
Comentarios