Hace ya más de diez años que Domingo Ramírez se vio en el paro. La paralización de las obras del Palacio de Congresos, otro de los símbolos de la crisis inmobiliaria en la ciudad, hizo que este arquitecto técnico tuviera que reinventarse. Con 54 años, sin trabajo en el mundo de la construcción y en una época complicada para emprender, se preguntó: "¿Qué negocio monto? ¿Qué hago?". Este aparejador jerezano reconoce que "lo tenía claro"; su mujer, Ana Buitrago, cree que "no tanto".
"Ella no quería que esto fuera uno cualquiera", dice Domingo, en referencia a los tabancos de antes, donde no había cocina. Varios años estuvieron pensando cómo iniciarse en esta aventura de la hostelería en un momento tan complicado y, al mismo tiempo, diferenciarse del resto."¡¿Ana, puedes bajar?!", grita desde la puerta de un pequeño patio interior lleno de macetas que linda con la cocina del establecimiento y con su propia casa. El Tabanco Mariñíguez abrió sus puertas en 2013 en el garaje de la vivienda que este matrimonio compró años atrás. En otro tiempo fue un ultramarinos, el almacén de Pepito Carmona, de las que aún se conservan la caja registradora y el peso del almacén.
"Teníamos que arriesgarnos y nos embarcamos en esta aventura", dice Ana, que es la cocinera de un establecimiento que frecuentan en petit comité hasta otros hosteleros de la ciudad. La combinación de tabanco y vino de Jerez más cocina clásica andaluza funcionó. "Todo lo que hacemos aquí es casero y la gente lo que viene buscando es ese tipo de comida tradicional", comenta Ana. Con su característico humor, Ana sirve un mix de croquetas, a elegir entre pucherete, espárragos, boletus, chicharrones, queso y tagarninas: "¿A qué están buenas? Coge un piquito que están muy buenos". Domingo apunta: "El secreto está en la bechamel".
Reconocido dentro y fuera de Jerez por su ambiente familiar, entre sus platos más distinguidos están los guisos, como su famosa berza o los filetes enrrollados de lomo al amontillado. En uno de sus lados, varias botas de jerez de las que Domingo sirve unos vinos para los primeros comensales del día. En la otra esquina, un montón de cuadros y fotografías de venenciadores. "No hay ningún sitio en Jerez en el que le hayan puesto a los venenciadores, que se lo merecen un rinconcito así", comenta con gracia Domingo. Ana señala una de las fotos a una amiga y su marido, que les animaron a montar el tabanco, ayudándole incluso a buscar el proveedor del jerez que ofrecen, de una bodeguita familiar.
Con tan sólo seis años de existencia, el establecimiento ya goza de una distinguida popularidad y el matrimonio disfruta dando lo mejor de sí. Eso pese a que la ansiada jubilación de Domingo, el objetivo por el cual se decidió a emprender el negocio, se acerca. "Con cincuenta y tantos años uno no está incapacitado para trabajar, es lo que hay que hacer", comenta orgulloso sobre una iniciativa que les cambió la vida. A ellos y a sus comensales, que brindan al otro lado de la barra con un fino. Uno de ellos pide "bacalao al brandy". Ana cruza la puerta y vuelve a la cocina. En el Tabanco Mariñíguez todo es al momento, fresco y casero.