Reinventarse. No había otra fórmula. Cuando en 2011 Kiko Rodríguez (Jerez, 1972) tuvo que echar el cierre de la mítica panificadora Picos Artesanos Jerez —fundada por sus abuelos en 1939—, se vio "con una mano delante y la otra detrás". En plena crisis económica, ¿qué oportunidades laborales tenía un hombre de cuarenta y pocos años? Cuenta que, tras estar al frente de la empresa familiar durante los últimos 15 años, tenía ganas de "hacer algo diferente". Lo que nunca llegó a imaginar es que abriría la cafetería La Pirulina junto a su mujer, María José Álvarez (Jerez, 1967) en su tierra, en pleno centro de Jerez.
Pero antes de abrir lo que, desde el pasado 8 de febrero, se ha convertido en el templo del dulce en el casco antiguo jerezano, Kiko y María José decidieron recorrerse la geografía española a cuatro ruedas, repartiendo azúcar desde una food truck. "Yo quería irme fuera de España, a cualquier isla a montar algo relajado... Pero en internet encontré el tema de las food trucks. Y mi mujer por su lado, también lo pensó", cuenta el pastelero jerezano. Recuerda que el día que quiso contarle a su pareja que quería empezar una aventura gastronómica desde una caravana, ella le sorprendió sacando una revista donde aparecía un reportaje sobre las food trucks. "Tengo una idea de negocio", le dijo Kiko. "Yo también", le devolvió ella. "Cuando se lo conté, se rió. Ella había tenido la misma idea", comparte.
"Cuando te caes, tienes que abrir una puerta nueva, una historia, sino, te quedas anclado". Fue concretamente en 2015 cuando Kiko empezó su aventura por el país, bajo el nombre de La Pirulina, en honor a la abuela de María José que vendía pirulís de caramelo "en los años de la Reconquista". "Es un nombre curioso, porque en Asturias, para los niños la pirulina es la churra. Entonces, a día de hoy La Pirulina es famosa, pero allí es mortal", ríe. María José se incorporó al negocio hace un par de años. Después de llevarse más de 30 años trabajando en El Corte Inglés, prefirió dejar su puesto y apostar por el negocio de su pareja.
"Nos hemos recorrido España entera", destacan. No obstante, Kiko confiesa que al principio sus hijas se echaron las manos a la cabeza cuando conocieron la noticia hace ya cuatro años. "Después de ser un empresario a vestirme de rosa y ponerme detrás una food truck... Mi hija me decía: Tú ya has perdido la cabeza: vender dulces en una caravana. Eso es muy fuerte. Y mira, no estaba tan loco", dice al tiempo en que mira de reojo los arcos de la antigua muralla de Jerez del interior de su local de 150 metros cuadrados, en calle Porvera. "En cierta manera, cerrar algo… Cuando te arruinas, que lo pierdes todo: casa, coche..., no es grato. Pero por eso a lo mejor se agudiza un poco el ingenio y te tienes que reinventar. Nosotros nos tiramos a la aventura y mira…".
De la panadería a la pastelería. Kiko asegura que tuvo que aprender el arte de la repostería de manera autodidacta, aunque siempre ha estado muy vinculado a la harina. "Es todo muy familiar. Y a mi mujer, cuando la operaron de la espalda hace siete años, aburrida en casa, empezó a hacer tartas... Fue ahí cuando empezó a surgir todo esto". Desde entonces, ambos se pringan las manos para sacar todo tipo de dulces 100% artesanales y originales. Wabbles (gofres chinos), helados tailandeses elaborados en directo mediante una plancha fría que está a -20 grados, crepes, batidos naturales y tartas que se comen con la vista, son algunas de las especialidades que La Pirulina empezó a vender por toda España. Postres diferentes con los que consiguieron estar en boca de todos.
"La gente nos reconoce; hemos estado en muchos sitios... Cada año hacemos 35.000 kilómetros", afirma Kiko. Entonces, ¿por qué abrir un punto de venta fijo? "Era una idea que teníamos en el aire. Los organizadores de los festivales de food trucks, cuando ven dinero, aprietan. Ya no existe el factor sorpresa y ahora hay mucho intrusismo en este sector. Así que el verano del año pasado nos dijimos: tenemos que buscar una alternativa porque no podemos estar en manos de terceras personas", responde el fundador de La Pirulina. Cuentan que al principio pensaron en la Costa del Sol, en montar una cafetería en Marbella, Fuengirola... "Pero en Navidades estuvimos aquí en Jerez y queríamos una cafetería para tomarnos un postre… Y lo que veíamos no nos gustaba. Queríamos algo diferente y la verdad es que no vimos un sitio que nos gustara. ¿Por qué no montarlo aquí en Jerez?, nos preguntamos. Aquí tenemos nuestra casa, nuestros hijos… Y la Porvera nos enamoró", desvela.
"Empezamos a diseñarlo, a soñar despiertos. Confiábamos mucho en lo que íbamos a hacer, pero no en la repercusión que íbamos a tener", sonríe Kiko. "Creíamos en lo que hacíamos, porque somos los termómetros de los eventos. Si La Pirulina vende, el evento es bueno", añade. Y no se lo pensaron mucho. Comenzaron con las obras de la cafetería en diciembre del año pasado y a los dos meses ya abrieron el negocio, con capacidad para 75 comensales, una plantilla de cuatro a siete trabajadores, una decoración en tonos pasteles y un olor a vainilla que invade toda Porvera.
"El miedo era Jerez, que es una plaza difícil. Pero nos ha sorprendido, sí, nos ha pillado un poco por sorpresa el boom. Hemos intentado hacer algo que no hay, algo diferente, y creo que lo hemos conseguido", expresa Kiko, satisfecho no solo por el éxito de La Pirulina, sino por haber podido plasmar su modelo de negocio en su tierra y "que la gente te lo reconozca". Muchos son los clientes que vienen buscando a esa bonita y dulce food truck que les conquistó por el estómago; son tantos que, según adelantan a lavozdelsur.es Kiko y María José, están estudiando si franquiciar el negocio o montar ellos mismos más cafeterías en otras ciudades. "Nos han llegado ofertas de Sevilla, Málaga..., Estamos valorándolo", concluyen.