No hay focos ni delantales blancos. Detrás de la barra hay dos gemelas que desprenden cariño a su paso. Virginia es “más de salado que de dulce” y le gustan “las cosas modernas de ahora”, una buena cola de toro o “el atún encebollado lo veo un platón”. Raquel es “más de guisote, de dejar mucho tiempo la comida en candela a bajita temperatura”. Las hermanas Naranjo, jerezanas hasta las trancas, del barrio de La Constancia, se complementan para hacer una cocina tradicional con toques modernos.
Trabajan codo con codo en “plena confianza”. De vez en cuando discuten, “pero las peleas de hermanas duran 5 minutos” y disfrutan juntas de una pasión que empezó a llamarles la atención desde que eran unas enanas. Cuando su abuela enfermó debía reposar por lo que tuvieron que echarle una mano y aprender a cocinar los platos del día. Un saber que se guardaron para exprimirlo al máximo. “Hay gente que ve vídeos de pádel, yo veía vídeos de comida, me gustaba probar”, dice Virginia tirando de vivencias.
Con el tiempo, le cogieron el gustillo y se han llevado 13 años cocinando en una caseta de la feria del Caballo, además de algún que otro evento puntual. “Yo me dedicaba a la hostelería puntualmente”, comenta la cocinera que revolucionaba la barra en el Real con un revuelto de Wakame con langostinos al ajillo o el “masterchito” con foie con pechuga escabechada y cebolla caramelizada. Nada que ver con los tradicionales pimientos fritos y los tortillones de papas. ¿Qué pasa con la feria? “Esperándola como agüita de mayo”, dicen las gemelas con ganas de revivir ese “empuje empresarial muy gordo”.
Pero en la feria no es el único sitio donde han dejado huella. En 2016 las hermanas acabaron en la cuarta edición del talent show MasterChef. “Siempre hemos ido de la mano”, comentan. “Nosotras somos muy disfrutonas y lo pasamos muy bien”. Con desparpajo se colaron en la pequeña pantalla y vivieron una experiencia que “nos dio la oportunidad y las armas para poder montar lo que queríamos”.
“Nos llevamos tres meses dedicadas en cuerpo y alma a la cocina”
Quién les iba a decir que iban a llegar tan lejos cuando todo comenzó por con una travesura. “Fue mi hija la que me inscribió. Pensó ¿cómo me quito yo a esta de en medio? Menos mal que nos mandó a MasterChef y no a Supervivientes”, cuenta Virginia. Al principio creyó que el programa había dado con ella porque colgaba en su Facebook las cenas que preparaba para sus amigos y su familia-“me lo curraba mucho, hacía platos de internet”- pero la adolescente confesó.
De cabeza se adentraron en el mundo de la televisión. “Nos llevamos tres meses dedicadas en cuerpo y alma a la cocina, leyendo libros y una vez a la semana nos daban clases”, comentan. Alejadas de sus seres queridos-“solo podíamos hablar con ellos 10 minutos a la semana y con la conversación escuchada”-, se metieron “en la burbuja de MasterChef”. Raquel quedó semifinalista y Virginia se alzó como ganadora. Su talento había engatusado al jurado y, pronto, encendieron los fogones.
Juntas, montaron un catering que funcionaba de maravilla en la calle clavel y tras tres años de éxito decidieron abrir el abanico. En el número 37 de la calle Zaragoza pusieron en marcha una nueva propuesta en un local más grande para atender a los comensales, sobre todo en fechas señaladas. “Dos socios del mundo del catering se embarcaron con nosotras. Cada uno teníamos nuestros negocios y este era uno más”, explica Virginia.
El 16 de enero de 2020 tuvo lugar la inauguración de Pop Up Spirits & Bakery, una nueva pastelería gourmet con tartas de autor y con servicio de cafetería que suponía un complemento para las gemelas. Aquel día, “Teníamos colas para entrar a merendar”, recuerdan con una mirada nostálgica.
“Queríamos hacer fiestas Pop Up por 4 euros”
El establecimiento fue bautizado como “Pop Up” en referencia a un movimiento londinense en el que las marcas organizaban fiestas clandestinas en las que “tu no sabías lo que te ibas a encontrar”. Según explican, Virginia y Raquel deseaban implantar este tipo de eventos para sorprender al público. “Queríamos hacer fiestas Pop Up por 4 euros en las que te podías encontrar una cata de quesos, un chico tocando el saxofón, un cuentacuentos o una clase de salsa”, apuntan. Noches llenas de sorpresas que jamás llegaron a hacerse realidad.
La pandemia se desató un mes y medio después de la apertura destrozando los sueños de las gemelas y los de todo el sector de la hostelería. Justo el sábado 14 de marzo, el día que se declaró el fatídico estado de alarma, tenían previsto celebrar la primera fiesta Pop Up. Todo se fue al garete y el local tuvo que reinventarse. La lucha contra la crisis les ha traído muchos quebraderos de cabeza a las hermanas, que apenas pudieron dar a conocer su proyecto. “No nos ha dado tiempo a fidelizar con la gente”, lamenta Raquel.
“Aquí se ha hecho un máster de vida”
Nadie sabe las filigranas que han tenido que hacer para poder salir adelante. “Los gastos sobrepasaban muy mucho”, dicen. Con el catering “muerto”, le plantaron cara a la situación y optaron por incluir un servicio de cenas para el verano, “que no fue nada mal”. En septiembre lo cerraron para centrarse en la cafetería. Pero las duras medidas no dejaban respirar a las meriendas y en enero de 2021 le volvieron a dar una vuelta a la oferta.
“Aquí se ha hecho un máster de vida”, suspira Virginia sentada en una de las mesas de una sala acogedora de estilo informal. Las jerezanas dejaron el establecimiento de la calle Clavel y trasladaron el servicio de catering tras la marcha de sus dos socios.
Pese a todo, tomaron las riendas del negocio y no perdieron la ilusión. Con la cabeza al frente prepararon un espacio que cuenta con un salón multifuncional, una sala y un patio a modo de terraza donde las veladas se amenizaban con conciertos en directo de algún músico callejero como el cubano Sanamé.
Juntas buscaron atractivos para llamar la atención de los comensales en unos tiempos difíciles. El mueble de una sacristía y la estantería de una farmacia antigua de Salamanca, rescatadas de un anticuario, adornan el salón con cristaleras donde se celebran cumpleaños o presentaciones de libros. Pero no solo quieren enganchar al sentido de la vista, sino también al gusto. Por ello, para las cenas ofrecen una carta “pensada para platos al centro, para compartir”.
Un wok de langostinos con leche de coco, un bocadillo de codillo, unas croquetas o la ensaladilla de gambas con mayonesa. “Aquí no hay nada de paquete”, aseguran las hermanas mientras se meten en la cocina.
Para las meriendas veraniegas incluyen salobres de helados Miquel, un obrador artesano de Mairena del Alcor que utiliza los ingredientes que tienen Denominación de Origen. “Siempre intentamos meter productos de aquí”, explican las gemelas. Entre confesiones y risas, dicen que “la gente cree que es caro porque hemos salido en MasterChef, pero esto vale lo normal”. Para ellas, “la fama es efímera” y hay que ganarse al público por su servicio.
Con la amabilidad que las caracteriza, se ve que tienen fuerzas para continuar. A partir de octubre incorporarán el brunch para los fines de semana y el servicio de almuerzo, con semanas temáticas. “Queremos darle dinamismo”, señalan las hermanas. Las tartas y las copas por la tarde seguirán. Solo esperan “sobrevivir” y que el catering “se levante” de esta pesadilla.