Un vendaval desafía al centro de El Puerto. Hace frío como para estar debajo de la estufa y en las calles apenas se ven transeúntes. Pero hay un local que, desde lejos, ya anuncia que está a rebosar un jueves de otoño. En el imaginario portuense habita un mítico de la gastronomía local. A quién no le suena el bar “er beti”, sus guisos casi extintos y su enorme barra bajo un arco que hace 62 años estaba lleno de botas.
Fue el portuense Manuel Garrido Patino el artífice de este establecimiento que empezó siendo un despacho de vinos. Donde ahora se reúnen amigos a charlar, antes había un pequeño almacén. Pero antes de convertirse en emblema hostelero de la ciudad, en esta casa antigua que conserva las vigas originales se ubicaba una peña bética donde Manuel pasaba las tardes junto a su amigo Antonio Ferrer y, en alguna ocasión, junto al torero José Luis Galloso. “Mi abuelo era más taurino que futbolero, le mantuvo el nombre por amistad”, dice José Manuel Garrido, su nieto, de 44 años, sentado en la misma barra que tantas veces ha limpiado.
Manuel, camionero que formó parte del equipo de constructores de la base naval de Rota, no dudó en lanzarse a la aventura el 11 de julio de 1959 para dar vida a su propio bar. “Su pasión siempre fue abrir un negocio de hostelería”, comenta repasando la historia que guardan las paredes de su alrededor.
“Mi abuelo era más taurino que futbolero”
Desde sus inicios, el portuense apostó por los guisos que su mujer, Emilia, le enseñó a hacer. Platos que se introdujeron en la carta y, desde entonces, no han salido de ella. Cada día, “hacía los guisos en casa y los bajaba aquí”, dejando un legado casero que la tercera generación cuida con mimo. En las mesas de “er beti” se come menudo, hígado de pollo, arranque roteño, lengua en tomate, sangre encebollada y el popular ajo caliente, “comida campera 100%” que antaño se servía en conchitas de porcelana blanca o cazuelas de barro y sin patatas. José Manuel cuenta cada detalle del negocio mientras unos amigos sujetan un catavino y otros piden otra de tapa de albóndigas.
“Mi abuelo trabajaba la casquería, algo que nadie hacía, era diferente al pescado frito que se fomentaba en la zona, él tenía un punto y aparte en ese aspecto”, explica el hostelero que continúa la tradición familiar al frente del bar junto a su primo Manuel Lores. Ellos siguen defendiendo esos guisos que tanto éxito han brindado a este rincón de la calle Misericordia donde “se siguen manteniendo las mimas recetas”.
Además de los guisos, Manuel -que llegó a pertenecer a la Escuela taurina de Galloso- también se hizo viral por la oferta de bocadillos con cerveza que ponía a disposición de los militares que desembarcan del portaaviones Dédalo. “Aquí entraban muchos marineros, era un precio bastante agradable y tenía fama por eso”, señala su nieto que recuerda la cocina estrechísima de entonces, donde hoy se encuentra la cámara de barriles de cerveza.
A principios de los 80, su padre, José Garrido y su tía Emilia le dieron el relevo al fundador para seguir al pie del cañón después de muchos fines de semana ayudando a la familia. Los callos con garbanzos continuaron rulando por la barra y el local sufrió hasta cuatro remodelaciones. “Mi padre ha estado en el negocio casi 50 años, todavía viene todas las mañanas a tomar su vinito. Su vida siempre ha sido el bar”, cuenta José Manuel.
Su cuñado Félix acaba de colocar una tapa de menudo mientras saluda con cariño a un cliente que acaba de pasar el arco. Sobre su cabeza, se divisa una bola de Navidad que lleva en esa esquina más de medio siglo.
“Una vez se nos olvidó quitarla y ahí se ha quedado, era dorada y ahora es plateada”, ríe entre anécdotas y el gentío habitual del bar. Un recuerdo en honor a uno de sus tíos que vigila al personal como si fuera una cámara de seguridad.
José Manuel empezó lavando platos con apenas 14 años. Ha vivido en sus carnes las penas y alegrías de la hostelería y hace 8 años adquirió el negocio junto a su primo. Según cuenta, “comenzamos a introducir platos un poco más elaborados, actualizándonos a la demanda, pero con la base de los guisos”.
Después, llegó la pandemia para arruinarlo todo. Como dice el portuense, “er beti” es “un var de roce, de tocarte con el que está al lado”, y esa dinámica, con el covid, estaba descartada. Aunque “ha sido duro”, a los primos se les ocurrió una solución.
“Comenzamos a introducir platos un poco más elaborados”
Pusieron al mal tiempo, buena cara, y abrieron el 11 de julio de 2020, el restaurante María Castaña, al lado del mar, en el Paseo Marítimo José Luis Tejada. “Allí la gente encontró ese espacio que en “er beti” estaba restringido”, añade. Así, cogieron carrerilla y el 1 de julio de este año abrieron Sol y Sombra, frente a la plaza de Toros.
“El requisito que siempre nos ha inculcado el abuelo es que al final el cliente tiene que ser prácticamente un amigo. Él ha sido un pilar fundamental para nosotros, nos ha da dado los pasos a seguir para hacer las cosas bien”, cuenta mientras se le dibuja una sonrisa en la cara.
Un recorte de periódico del año 95 refleja los inicios de este bar cargado de recuerdos por el que han pasado, y continúan pasando, generaciones que, alguna vez, llenaron el caldero con 150 años de antigüedad colgado del techo. Ese bote de los camareros que contaban dos veces al año, antes de Navidad y de Feria. “De esquina a esquina de la barra ponía todo lleno de monedas y nos poníamos a contar”.