Las cocinas de las familias de Andalucía esconden entre sus fogones y hornos una infinidad de recetas que han ido pasando de madres a hijas a través de los siglos. Esta mezcla que combina ingredientes, tiempos y cariño —y que con tanto recelo se guarda y se transmite—, a veces encuentra salida en establecimientos que hacen de esta forma casera de amasar un arte (el arte de las cosas que parecen sencillas), y el público así puede saborear recetas que de otra manera, solo hubieran quedado para disfrute de una única familia. Las casas en las que Elena Garcés aprendió repostería estaban entre La Línea de la Concepción, la de su tía, y Algeciras, la de su madre.
En estas ciudades fronterizas entre Cádiz, África y el trocito del Reino Unido que asoma entre el Mediterráneo y el Atlántico, aprendió esta algecireña de 36 años afincada en Sevilla a preparar sus primeros rollitos de canela. Ahora, un local de aire nórdico muy diferente al de aquellas casas gaditanas, se convierte cada día en el lugar en el que una rica variedad de repostería y bollería americana y anglosajona, se acompañan de café Imperiale, tés de Tea Shop, panes de Fidel Pernía de Masa Bambini y zumos de frutas de temporada para ofrecer desayunos y meriendas artesanas junto a la Plaza del Pan.
“Desde pequeña me dejaban experimentar, hacer recetas y pruebas. Con dos cocineras tan buenas en la familia como mi madre y mi tía, inspiración tenía de sobra”. Elena estudió Ciencias Ambientales, pero decidió darle un giro a su trayectoria e invertir en formación para perfeccionar los conocimientos reposteros que casi de manera natural había adquirido desde su infancia. Con un curso de pastelería en la Escuela de Hostelería de la Taberna del Alabardero primero, y con una beca en un obrador de Barcelona después, se convirtió en la primera emprendedora de su familia.
“Estando en Barcelona me di cuenta de que se podía trabajar en algo que te guste y pasarlo bien a la vez”. Con la ilusión de esa experiencia y con mucho asesoramiento para montar un negocio, en 2013 abrió Ofelia Bakery, cuya primera sede estuvo en la vecina Cuesta del Rosario. Mucha gente piensa que Ofelia es el nombre de su abuela, o que ella es extranjera (se imaginan a una alemana haciendo pasteles), pero lo cierto es que Ofelia es simplemente un nombre que le gustó y que le sonaba bien para su proyecto.
"Desde pequeña me dejaban experimentar, hacer recetas y pruebas. Con dos cocineras tan buenas en la familia como mi madre y mi tía, inspiración tenía de sobra"
“A veces escucho las explicaciones que dan otros compañeros de oficio a sus negocios de gastronomía y me parece algo complejo y maravilloso, pero yo lo único que pretendo es que la gente meriende y desayune mejor que en su casa, es mi única meta”. En este sentido, este aparente sencillo objetivo recuerda a cuando las maestras cocineras dicen aquello de “este potaje es muy fácil, es poner cosas es una olla” (y nunca saben las medidas ni los tiempos porque todo lo hacen “a ojo”), pero si tan sencillo fuera, no andaríamos suspirando cuando recordamos los pucheros de nuestras abuelas.
A día de hoy, no resulta nada fácil encontrar sitios que nos aseguren calidad y procesos artesanos, pero Ofelia Bakery es una excepción. “Lo que hacemos es bastante sencillo, no es pastelería de autor ni mucho menos, pero son productos totalmente caseros, y esto actualmente es algo muy difícil de encontrar”, explica Elena con la seguridad de quien sabe que absolutamente todo lo que sale de su obrador ha sido realizado con sus propias manos, ya sean masas, cremas o coberturas. Con esta materia prima, Elena elabora tartas, cupcakes o brioches que reconfortan el alma, “que cuando pruebes algo de aquí digas ¡ay qué alegría!”.
Los rollos de canela y la tarta de queso son los preferidos de Elena y también del público. Otra especialidad de la casa son los cupcakes, un pastel muy tradicional de Inglaterra que consiste en una base bizcochada con una cobertura cremosa.
Sobre el auge de los productos artesanos, la masa madre o la elaboración casera, Elena cree que es positivo para incentivar y valorar este tipo de procesos o ingredientes naturales, pero sí piensa que debería haber más transparencia para el consumidor: “La pastelería está pidiendo a gritos una regulación específica”. Hasta la fecha existe una normativa para regular el pan, de manera que el etiquetado debe ofrecer información exacta, pero aun no ha llegado al ámbito de la pastelería. “Los consumidores tenemos derecho a saber qué estamos comiendo. Más allá del precio, lo importante es tener la información y no engañar al cliente”, asegura Elena.
Ofelia Bakery se encuentra en un espacio tranquilo y relajado, que pretende contrarrestar la abundancia que generan los dulces con una estética más neutra. “La mayoría de gente entiende y agradece el concepto, pero no todo el mundo lo ve así. Hay gente que me pregunta que cuándo voy a terminar de decorar. Un día vino un señor que me dijo que en la oficina de turismo podía pedir carteles de las fiestas de la primavera o de los toros para colgar en las paredes”, comenta Elena entre risas, acordándose de sus muchos clientes veganos: “No creo que les hiciera mucha gracia ver esto lleno de corridas de toros”.
La experiencia de emprender no resulta tan placentera como elaborar y comer pasteles, pero aún así Elena lo encara con fuerza y optimismo: “Montar un negocio haciendo dulces es una tarea muy complicada. Una cosa es que te guste hacerlos y otra muy diferente es que te dediques a venderlos, con toda la complejidad que conlleva emprender un trabajo así”. Más allá de esta laboriosa logística, que Elena considera la parte menos llevadera del negocio, encuentra gratificación y felicidad con su público: “Me encanta ver la cara de la gente cuando se come un pastel. Por suerte tengo una clientela muy agradable y me siento muy afortunada”.
Elena deposita en sus rollitos de canela el amor que aprendió con su madre y con su tía, y a su vez, el público se lo devuelve con una sonrisa. Para no perder esta cadena de cuidados, alegría y comida, es importante tener presente la necesidad del tiempo lento y de la producción artesana. En Ofelia Bakery, sucede esto cada día.