“Mira hermana, aquí hay un bar que está en alquiler, ¿te atreves a cogerlo?, pues sí, lo cogemos”. Hace ya 40 años desde que los sanluqueños Manuel Márquez y Regla Manzano decidieron abrir La Dorada en la avenida de la Bajamar de El Puerto. “¿A ti te pesa?”, le pregunta la que también se considera portuense a su marido, que mueve la cabeza para negar.
El bar instalado frente al río Guadalete comenzó su historia en 1980, fecha en la que el matrimonio dejó atrás trece años de trabajo en Cataluña. “Por aquel entonces también estaba la situación muy mala, él trabajaba en una bodega en Sanlúcar y cerró, lo dejaron parado. Se fue con un hermano y yo me quedé, pero a los cuatro meses me fui con él”, cuenta Regla que encontró un puesto de modista en las tierras catalanas mientras que Manuel entró en una fábrica de caucho.
Cuando el hermano de Regla, que tenía un barco de pesca a medias con el dueño del local, les propuso montar el negocio, “nos liamos la manta a la cabeza, sin tener idea de bares y en vez de irnos a Sanlúcar nos quedamos en El Puerto”. Manuel se hizo cargo de la barra y Regla se metió en la cocina, “a mi me gustaba, vengo de familia marinera, mis padres eran patrones de barco, traían el pescado y mi madre guisaba muy bien”, dice la sanluqueña.
Los dos solos empezaron a trabajar “a piñón” y pronto, su esfuerzo dio sus frutos. “El Puerto se volcó con nosotros, tuvimos una acogida estupenda”, expresan agradecidos a los que los fines de semana les ayudaban el hermano de ella y su mujer.
Los hosteleros conservaron el nombre de La Dorada, que se le había dado porque “este bar ha sido siempre de mucho pescado fresco, esto era de marineros y siempre las doradas se vendían mucho”. Los recuerdos de aquellos tiempos brotan en la cabeza de Regla. El establecimiento se convirtió en punto de encuentro de pescaderos y rederos que daban vida a la lonja, situada a escasos metros. “Aquí había barcos de pesca por un tubo”, comenta junto a Manuel en el salón del restaurante.
“En la explanada de enfrente se veían a los rederos trabajando, haciendo la red. Había una tela metálica y como no se podía entrar nada más que por la puerta principal, los pescadores, con ayuda de los rederos, hicieron un agujerito para que los hombres no diesen la vuelta, me llamaban y yo les llevaba el café”, relata el sanluqueño. “La bajamar la gastaba de las vueltas que se daba para allá y para acá a cada momento”, ríe Regla.
De las paredes de La Dorada cuelgan cuadros con escenas que reflejan la actividad pesquera de antaño. El local rinde homenaje al gremio al que el matrimonio alimentaba. Manuel recuerda como tras la venta de la caballa, los marineros, procedentes de Huelva, Punta Umbría o Isla Cristina, se zampaban “un completo, así llamaban a los platos de patatas con filetes y dos huevos, y se ponían moraos”.
Además, los fundadores siempre estaban dispuestos a cerrar más tarde, “de mi casa no se iba sin comer nadie”, dicen los que siempre se han preocupado por la atención a su público. Según Regla, “incluso venían franceses a comer, no los entendíamos, pero yo iba a la cocina cogía una bandeja y ponía pescados de todas clases y le decía este este o este y ellos se iban de aquí locos de contentos”.
En La Dorada los platos más típicos llevan a la cocina tradicional de la Bahía como emblema. Las especialidades de la casa son el choco y el marrajo a la plancha, pero en su carta “inmensa, lo mismo tenemos carne que marisco y guisos marineros”. Platos hechos hasta hace poco con el cariño de Regla que también ha cocinado gambas cocidas, acedías, puntillitas, pijotas, revueltos o pez espada.
“Casi siempre hemos traído pescado de Sanlúcar cuando aquí los barcos no entraban, cogía el coche y nos íbamos los dos para el muelle”, explican los que ahora se acercan al establecimiento “de supervisores porque nos gusta”.
En las mesas de La dorada ha estado hasta el mismísimo rey emérito Juan Carlos I cuando viajó a la ciudad con motivo de una regata en Puerto Sherry. “Cuando nosotros vimos una escolta nos asustamos, que pasa aquí que hay tanta gente y era que estaba el príncipe sentado ahí en la mesa, mi hijo le atendió y se tomó una manzanilla”, relata Manuel.
Como el negocio iba viento en popa, en 2006 compraron otro local en la misma calle y abrieron La Nueva Dorada, que hoy regenta su hijo, a la que se sumó en 2010 La Otra Dorada en el barrio de La Angelita alta al cargo de su yerno. Prácticamente toda la familia está inmersa en estos tres espacios gastronómicos asentados en El Puerto.
En la actualidad, su yerno Javier está al frente de La Dorada madre, la original, la que lleva cuatro décadas ofreciendo pescado fresco frente al muelle. La familia está de aniversario, se adapta a los tiempos y tira para delante.
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