Un cartel en forma de paella anuncia la especialidad de una venta que se divisa desde la carretera El Puerto- Sanlúcar. Un clásico gastronómico que ha vivido en sus carnes la feria del vino fino, las sevillanas que se escuchan desde la ventana y el bullicio de las familias echando el ratito con los suyos. Aunque el recinto de Las banderas se ha quedado huérfano de fiesta en los últimos años, en los fogones de la venta La feria sigue oliendo que alimenta.
Milagri ya se ha metido en la cocina para preparar las primeras paellas, algo que hace con los ojos cerrados después de 30 años entre guisos, mejillones y tinta del calamar. Es la encargada de mimar el arroz en este restaurante con solera que empezó su andadura en 1990 por la iniciativa de un portuense cuya ausencia se nota desde el 2000.
El alma de Pepe Cabrera sigue viva en los rincones de esta venta. Su retrato sobre la chimenea recuerda a este antiguo marinero que solía salir con su barca a pescar por Marruecos. Pepe saludaba a los comensales con amabilidad y siempre estaba pendiente de que a nadie le faltara de nada. Uno de sus hijos, José Joaquín Cabrera Cruz, de 49 años, es el que le ha dado el relevo. Sentado en la terraza -ampliada desde que irrumpió la pandemia- echa la vista atrás.
“Mis abuelos eran alicantinos, vinieron en la posguerra con los barcos de pesca”
“Mis abuelos eran alicantinos, vinieron en la posguerra con los barcos de pesca”, comenta. La tradición pasó a su padre, pero este enfermó y se dedicó a llevar la contabilidad de los barcos. “Cuando se fue perdiendo la flota pesquera en El Puerto, se tuvo que buscar una salida y como mi madre tenía muy buenas manos en la cocina, montó el restaurante”, explica Joaquín de talante risueño.
Desde entonces, Mercedes Cruz, portuense nacida en la calle Cantarería, se especializó en el arte de la paella gracias a los trucos que su suegra le enseñó, y se convirtió en la maestra arrocera. Sus platos han alegrado estómagos hasta que se retiró. “Ella ha estado aquí al pie del cañón hasta los 72 años”, dice el gerente que empezó con sus padres desde que abrió, cuando todavía era un chaval.
Toda la familia se esfuerza por sacar adelante el sueño alicantino de Pepe, que compró la venta a un americano cuando era una desconocida y le dejó el nombre porque “era muy feriante”. Vendió su casa, la habilitó en la planta de arriba del local y arrancó junto a su mujer, a su lado hasta que cumplió los 56 dejando un vacío irremediable. “Murió muy joven, para nosotros fue un mazazo, sin mi madre no lo hubiéramos conseguido”, expresa Joaquín. Ambos se liaron la manta a la cabeza y sacaron fuerzas para continuar con el legado arrocero.
Mercedes transmitió las recetas a las actuales cocineras y a su otro hijo- que, aunque es policía saca tiempo para echar una mano- y se esmeró para que la venta no perdiera su esencia. Entre figuras taurinas en honor a Pepe, muy aficionado a los toros, a veces todavía se puede observar a la portuense “metiendo un poquito de caña”. Joaquín recorre el amplio salón hasta llegar a un reservado en cuyas paredes cuelgan recuerdos. Uno de ellos, la camiseta del Real Betis que le regaló su tocayo cuando organizó una cena benéfica de navidad en el restaurante.
“El arroz negro es el plato que más nos caracteriza”
En el interior de la venta se han celebrado miles de reuniones de familias y amigos donde la estrella de la casa ha brillado en el centro de los manteles. Como dice el portuense, “esto es un restaurante al estilo alicantino”, por ello, la paella reina en el lugar al lado de una gran variedad de arroces a los que, en ocasiones, se une algún guiso y las pelotas alicantinas.
“El arroz negro es el plato que más nos caracteriza Los hacemos como en Alicante”, dice el gerente que también destaca el arroz con carabineros, la paella de marisco, las croquetas de la abuela o el pescaíto frito. En el local perdura ese ramalazo familiar de la Comunidad Valenciana que se ha ganado el visto bueno de generaciones.
Han pasado 31 años, quién lo diría. “No nos podemos quejar”, añade. La familia le ha plantado cara a los baches, ha sabido coger al toro por los cuernos y aunque echa de menos la feria de primavera, “gracias a Dios trabajamos muy bien, este verano ha sido como nunca”.
Su clientela es de esa que se agarra y ya no se va, es fiel a sus gustos, y ha seguido degustando arroz incluso en tiempos de confinamiento. Joaquín, por primera vez, estableció el servicio a domicilio. “Nos pusimos a llevar los arroces a casa”, comenta sin perder la sonrisa. Entre sus comensales también se encuentran americanos de la Base de Rota que, según el dueño, llegaron a elegir el restaurante como uno de los tres mejores de la provincia.
Orgulloso de su familia y del tesón que ha demostrado en los fogones, el portuense saca un buen plato de los imprescindibles de la carta. “Espero jubilarme aquí”, dice mirando al futuro con buenas previsiones. Si tuviera que decidir el destino de la venta, sus palabras son claras. “Ojalá mis sobrinos continuaran, a mí me haría una ilusión tremenda”. Sensaciones y deseos lanzados desde un estandarte de la gastronomía local que echó raíces. Si Pepe lo viera, “él ni se imaginaría que seguimos”.