El jueves de la Feria de la Manzanilla se celebra el día de la mujer. Las casetas están abarrotadas por un público mayoritariamente femenino. Las mesas rebosan de pescaito frito y las jarras de rebujito siempre se quedan cortas para aplacar la primera ola de calor que asola Andalucía. En unos barriles nos improvisan una mesa en La gata flora porque hemos llegado tarde. La mayoría de las presentes agradecemos comer de pie porque dudamos si después del banquete vamos a poder levantarnos con el traje de flamenca.
Suena de fondo una rumba y tres extranjeras suecas piden que posemos para una foto y nos convertimos en una postal personalizada. En la primera sevillana las sacamos a bailar, para que se lleven el momento de recuerdo. Este año Sanlúcar tiene la responsabilidad de defender el título de Capital Gastronómica de España ante muchos más turistas de lo habitual. Toca estar a la altura del título y los caseteros están dando su mejor versión.
Tras el delicioso festín nos lanzamos a buscar algún grupo que toque en directo y acabamos optando por escuchar a María Portillo en La romántica. La artista canta e intenta levantar las ganas de baile que han aplacado las altas temperaturas. “Parece que no somos muy bailongos en esta caseta”, dice observando la danza casi exclusivamente de los abanicos. Portillo persiste y remonta la tarde con una bulería bailada por un joven sanluqueño que roba todas las miradas.
Mas tarde, la cantante se arranca por sevillanas y todas las presentes tocan las palmas al compás. Cuando va por la tercera empiezan a caer las primeras gotas de sudor. Al terminar la cuarta ya no queda ninguna máscara de pestañas sin correr en el tablado.
Empieza a caer la tarde y se avista una puesta de sol tras la portada que da a la playa. Los sanluqueños no entran en el trapo de si su feria es mejor o peor, pero saben que es la única decorada por el Parque Nacional de Doñana. El color oro de la manzanilla se aviva cuando empiezan a caer los últimos rayos de sol. Sanlúcar es carne de poesía al morir el día. Musa perfecta de los poetas enamorados de esta tierra.
El real ahora brinda un ambiente sensacional y la alegría rebosa por toda la Calzada de la Duquesa Isabel. Los feriantes resisten al viento de levante que hace caer algún farolillo y mueve desafiante las flores de las flamencas. “¿A quién le toca comprar la jarra esta vez?”, se escucha de fondo en un grupo de amigos que se quejan por la sed. Ya han perdido la cuenta, pero no las ganas de refrescarse.
Con la oscuridad de la noche se ven con más fuerza las luces de los cacharritos y damos el paseo obligatorio para acabar en el Totem. Eva, dueña de la atracción, nos saluda. Lleva viéndonos desde que probábamos el primer rebujito a escondidas de nuestros padres. “Cómo habéis crecido todos. Qué guapos estáis”, nos dice con nostalgia y cuenta que ella ha cogido las ferias con más ganas que nadie. “La pandemia nos ha obligado a estar durante dos años parados sin trabajar”, nos comenta. Nos despedimos de ella y prometemos venir a visitarla el año que viene.
El paseo nos lleva directo a la tómbola. El locutor improvisa un discurso con una verborrea envidiable. Es cierto que ya no recordamos de manera tan nítida algunos detalles de la feria tras dos ediciones sin celebrarse, pero juraría que antes el premio cantado era un perrito piloto o, en su defecto, alguna tablet o una pequeña moto para los niños. Ahora, sin embargo, el trabajador anuncia orgulloso las 120 revoluciones del satisfyer que ganará el primero que complete el cartón.
La feria está llena, Sanlúcar rebosa alegría y luz. La jornada se queda corta y parece que dentro del real las horas no pasan. La noche avanza y cada vez las caras de los que aguantan son más jóvenes. La juventud cierra las casetas con las canciones de buenas noches de fondo. Mañana será otro día más en la feria sanluqueña que aguanta con ganas cualquier ola de calor y temporal mientras que haya rumbas o sevillanas sonando y esté el catavino lleno.