Primero fueron los que vivían más cerca. Luego se fueron sumando, discretos, los residentes en calles de alrededor. Más tarde, el resto de Cádiz. Mientras, de forma simultánea, muchos cocineros y camareros profesionales de la ciudad se acostumbraron a ir por allí. Sello de prestigio que prefieran este sitio los que se ganan la vida con el asunto.
Para rematar el actual estado de cosas, desde hace unos tres o cuatro años, con la pandémica pausa obligatoria, los chivatos electrónicos que todo el mundo lleva en la mano han corrido la voz incluso en otros países. Los idiomas diversos, los ojos rasgados y los atuendos relajados del que se viste para disfrutar se añaden sin pausa. Ahora está en disputa entre los lugareños y los forasteros. Calma. Conviven a diario con armonía porque comer bien da muy buen rollo. Nadie está por discutir. Se trata de buscar sitio y lo hay para todos, un día u otro.
Casa Pepe nunca fue un secreto en La Viña. Abrió en 1982 en el tramo más urbano y verdadero, menos turístico, de la calle de La Rosa, esa que acaba o empieza en el gigantesco árbol del Mora, en La Caleta. El local ya era de hostelería pero fue reformado, inventado, por José Amaya Muñoz. Desde el principio cayó en gracia por su seriedad. Nunca engañaba. Nunca se arrepentía nadie de haber ido. Y volvían.
Pocas veces la palabra ‘típico’ tuvo y tiene un sentido más noble y prestigioso, más lejano del manoseo que la ha deformado hasta convertirla en caricatura. Aquí significa ya otra cosa. Una muy buena.
El brillo de Luz
Al principio fue cosa solo de viñeros pero duró poco. Aún forman un grupo notable dentro del total de la clientela pero ya comparten placer con muchos. La calidad en el plato, como pasa con la belleza en los seres humanos, tiene poco disimulo. Es imposible tenerlas ocultas mucho tiempo. El comentario privado saltó a los amigos y parientes. Después al resto de los gaditanos, incluso los beduinos.
A los pocos años de arrancar el bar, en la década de los 90, se sumó la madre, la mujer, María de la Luz Melero. Puso un toque de pericia y ternura en un recetario eterno y definido. Es de esos que no saben de sorpresas ni decepciones. Lo amplió sin borrar nada. Lo abrillantó.
El surtido, la oferta, prácticamente no ha cambiado en 41 años de vida. En todo caso ha crecido el surtido de tapas y platos, llamativo en cantidad y autenticidad para un bar pequeño. “No vamos a cambiar lo que le gusta tanto a tanta gente, lo que hemos hecho siempre”, admite Dionisio Amaya Melero, Dioni para todos, hijo de ambos y responsable del negocio desde 2018 pero, sobre todo, desde que se jubilaran ya después del bienio de pandemia.
Siempre las legendarias papas con chocos. Alguien habrá cerca que no pueda resistirse a repetir el chascarrillo infantil y grite: "Comida de locos". Aquí son una locura
El motivo de la atracción era y es un rosario de tapas o platos de la memoria de Cádiz. Nada que cualquiera no pueda recitar de corrido si ha crecido en cualquier rincón de la provincia gaditana o las de Huelva, Sevilla y Málaga. Pescado fresco, bien frito, bien guisado pero como cada cual lo recordaba en su casa hace mucho. Siempre las legendarias papas con chocos. Alguien habrá cerca que no pueda resistirse al chascarrillo infantil y grite: “Comida de locos”. Aquí son una locura, en sentido estricto.
Excelsos también los garbanzos con langostinos. Mucha receta de pureza y nostalgia, heredadas de aquellos tiempos de obreros y marineros, de la posguerra y de después, de cocinas diminutas y hasta compartidas en las casas de vecinos. Esas que sabían convertir lo poco que había en manjar para todos.
Imprescindibles el menudo y las albóndigas entre los guisos, aquí de pescado. Tantas versiones como las de carne, también presentes en este local viñero y más habituales en otras barras andaluzas. En los últimos años se añaden arroces varios, caldoso, negro. El resultado es que comparten éxito con el abanico de siempre.
Amplio surtido de sabores eternos
Cada día se ofertan alrededor de cinco variantes de pescado frito, otras tantas de guisos y bastante tapas frías, igualmente clásicas pero perfectamente montadas. Cada día, una veintena de opciones para elegir, como mínimo. Las carnes (el solomillo mechado, como ejemplo, es una delicia) también tienen hueco aunque sea lugar consagrado al pescado, a la cocina de mercado antes incluso de que se le llamara así.
El joven Dioni es otro de los felices ejemplos de relevo generacional en la hostelería gaditana. Como Fernando en el Bar Bohemia, Carlos en Las Nieves, o Chico y Vanesa en El Árbol. Ya habrá otros días para hablar de esos sitios. En el caso viñero, el responsable es un joven crecido entre los estudios y el local de sus padres, “me recuerdo por allí, por la barra desde que era un niño chico”. Ha cogido el relevo con la obsesión de mantener intacto un atractivo que sale directo y sagrado de la cocina y la memoria. El sereno bullicio diario, multiplicado los fines de semana, dice que lo ha logrado.
El local es complicado. Está en un tramo viñero con cierto tráfico de coches y acera estrecha. Es pequeño, especialmente el salón en el que apenas caben cuatro mesas para cuatro comensales. Está consagrado al taburete, a la barra y las mesas altas. A pesar de las limitaciones físicas ha logrado ser destino para muchos que lo buscan y se encuentran con los que siempre estuvieron por allí. El turismo nacional y el cliente gaditano siempre supieron dar con Casa Pepe. Ahora se añaden nuevos conquistadores que llegan, más o menos, desde lo que era Casa Crespo, desde el Mercado de Abastos.
Versículo primero de la biblia turística: Cádiz está de moda pero mucho
En los dos últimos años, la explosión turística de Cádiz ha terminado de modificar la clientela de Casa Pepe. “Lo de internet ha sido una revolución para todos, en todos los negocios pero en hostelería ha sido muy grande el cambio”, admite Dioni. “Empezaron a venir algunos cruceristas y turistas extranjeros. Ahora todo funciona así. Les gusta, hacen un comentario y una foto, lo publican, con la dirección y todo, con la forma de llegar”, detalla el joven propietario.
El resultado es claro: “A los pocos días aparecen más personas de ese mismo país, de un crucero que viene del mismo puerto. Se lo comentan unos a otros. En realidad, es lo más normal. Nosotros, cuando viajamos, todos buscamos la cocina más real de cada sitio, la que se come en las casas y nos guiamos por los comentarios de amigos y familia que ha estado antes. Los que vienen a Cádiz buscan lo mismo, lo auténtico. Es lo que nosotros ofrecemos, lo típico. Pero de verdad”, resume el propietario.
Los apartamentos turísticos, tan temidos en otros aspectos por complicar la convivencia o el mercado de los alquileres, también se han dejado notar: “En La Viña han abierto muchos últimamente y los que se alojan también se han sumado a la clientela. Hay un turismo casi fijo todos los días laborables, y eso antes no pasaba. Luego se complementa con los vecinos, con los gaditanos que somos más de salir a tomar algo los viernes y los fines de semana”.
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