A las puertas de que se cumpla el décimo aniversario de la declaración oficial del flamenco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, nada mejor que recorrer los diferentes territorios de Andalucía que han sido cuna de los estilos y las bases que sustentan y conforman este arte universal. Para ello, la Consejería de Turismo y Deporte propone cinco rutas flamencas en las que todos los caminos conducen al pellizco y al quejío del cante, el toque y el baile.
De Andújar a Algeciras, de Lucena a Morón, de Almería a Linares, de Granada a Córdoba y, por supuesto, pateándonos el epicentro de la génesis de lo jondo, hay que andar por el triángulo formado por Triana, Jerez y Cádiz. Un camino sinuoso que nos llevará al entendimiento profundo de las esencias cabales en un recorrido que bien puede arrancar en El Altozano, corazón sevillano de la vieja cava trianera, pasando por la Tertulia Flamenca Don Cecilio de Triana, en Pagés del Corro. Estamos en el inicio de la que se ha dado en llamar Ruta del compás del tres por cuatro. Los cantes básicos.
Con Jerez como punto neurálgico, tierra de leyendas del flamenco como Terremoto, Agujetas y La Paquera, y donde puede degustarse buen flamenco de forma gratuita en sus tabancos y maridarlo con una buena copa de los vinos de la tierra, la ruta pasa también previamente por otras localidades sevillanas como Alcalá de Guadaíra, Mairena del Alcor, Utrera y Lebrija. Finalmente, desemboca en la Bahía de Cádiz y en el barrio de Santa María de la capital gaditana, cuna de maestros como Enrique el Mellizo, La Perla y Aurelio Sellés. Un periplo que acerca estilos tan característicos del flamenco como la soleá, la seguiriya, las alegrías y, por supuesto, el éxtasis festero de la bulería.
Estos itinerarios, que permiten a propios y extraños conocer de primera mano la riqueza y diversidad del gran tesoro musical y popular andaluz, también transitan por la serranía cordobesa, con parada obligada en la capital, gracias a la Ruta de Cayetano, en honor a los caminos que recorrió Cayetano Muriel, Niño de Cabra, pero también al folklore del que bebe el género y a los cantes abandolaos. Bujalance, Puente Genil, Lucena, Cabra y Córdoba. Hitos de una ruta que puede partir de la casa natal de Muriel en Cabra, que se conserva intacta, o adentrarse por la judería cordobesa y por algunos de los tablaos o centros flamencos de la capital, donde los buenos caldos ayudan a bajar la abundante y rica gastronomía cordobesa.
El recorrido por Huelva y sus fandangos es el comienzo de la Ruta Minera, un largo periplo del oeste al este que desemboca en Almería, sin olvidar las paradas por tierras jienenses, donde es santo y seña la taranta que abanderaría el linarense Gabriel Moreno. Cantes de minas, tierras de fandangos. Desde Alosno hasta Níjar. Cantes llamados de Levante y cantes del Andévalo onubense. Varios días (y sus respectivas noches) harían falta para conocer en profundidad toda la riqueza y la tradición de unos territorios flamencos con mucha historia y muchos nombres propios. Paisajes imposibles de naturaleza indómita que ayudan a entender mejor la fuente de donde nacen unos cantes únicos en el mundo.
Finalmente, este amplio paseo debe terminar en Paterna del Río, localidad de la que muchos teóricos almerienses piensan que procede la petenera. Y es que es cierto que en este municipio, así como en los de sus alrededores, se canta este palo desde hace muchísimos años. Un estilo sobre el que hoy día aún muchos flamencólogos y especialistas dan vueltas y más vueltas sobre si su supuesta superstición tiene base real o es infundada. Leyendas que rodean, y hace aún más hipnótico y sugerente, el arte jondo.
Tras las huellas de Antonio Chacón es el nombre del último itinerario flamenco propuesto y que lleva por nombre La creación. Este transcurre entre Málaga, la vega granadina y los barrios flamencos de Granada. Alude al genio de Jerez don Antonio Chacón, gran creador y recreador a principios del pasado siglo XX de muchos de los cantes popularizados en décadas posteriores y que han llegado hasta nuestros días, entre ellos las malagueñas y las granaínas, palos en los que no fue el único, pero sí uno de sus más decisivos intérpretes. Los barrios de El Perchel y la Trinidad, en Málaga, o del Albaicín y El Sacromonte, en Granada, son buenas piedras de toque para aprehender y sentir el sabor de estos estilos cumbre en el arte jondo.