He visto cosas que no creeríais. Tras un preludio de fuertes lluvias, volvía el frío polar en pleno invierno y la Cabalgata de Reyes en Jerez retornaba al centro de la ciudad cuatro años después. Esto es, volvía a ser la Cabalgata de Reyes de Jerez.
Había misteriosa mirra a la altura de Capuchinos mientras el rey Baltasar abría los brazos al cielo por bulerías al pasar a la vera del Villamarta. No tenía ya dedos en las manos para lanzar más cosas. Algún caramelo llegó hasta La Asunción. No cabía ya la sonrisa de oreja a oreja en la tez negra del comandante que coronaba la tartana movida por el rústico tractor.
Un escuadrón de tuaregs a caballo (volvieron los caballos a la Cabalgata de Reyes en Jerez) abriendo el cortejo, un grupo de vendimiadoras antiguas, el jerezano Ratón Pérez (cuando se cumplen 130 años de la atribución al padre Luis Coloma de este personaje universal), beduinos, un tercio de bailarinas de varias generaciones con diferentes performances, lanzallamas de un grupo étnico africano, y un aluvión de regalos bañados en incienso desde la carroza de Gaspar, un rey que por más que quería impartir justicia en la lluvia de caramelos y pelotas no daba abasto para tanta demanda.
La sonrisa iba en el trono de oro de Melchor lanzando detalles; o, más adelante, casi abriendo este desfile de la magia y las ilusiones, entre las cartas pendientes que aún tenía que repasar la Cartera Real, generosa otra vez después de varios días de sortear kilométricas colas de niños y niños que querían visitar su morada del Alcázar.
Hay ya tantas cabalgatas que uno se olvida de la que importa. Nos quieren colar los turrones desde octubre, las Zambombas desde noviembre, y las Cabalgatas desde antes de acabar el año. Al final, llegamos a la tarde mágica hastiados y empachados de las fiestas más largas del año. En cambio, todo se olvida cuando se acerca el murmullo y resuenan las fanfarrias. Más aún, cuando sonríen boquiabiertos los pequeños o corretean por algún caramelo en busca de dueño. La Cabalgata es la de cada tarde de 5 de enero. Y esta vez fue la Cabalgata de toda la vida. La que recordábamos. Esa Cabalgata jerezana que desde hace muchos años arranca en la Avenida y serpentea por el centro histórico hasta la Adoración ante el Belén Monumental en Santo Domingo. Atestada cada esquina, abarrotado cada metro de acera.
Ese pasacalles con un punto vintage en sus carrozas, sin millones de luces leds, ni demasiado artificio, sin concesiones más que a los discretos patrocinadores. Un gusto por la tradición quizás motivado por lo precario de las famélicas arcas municipales, pero que en el fondo ha ido con el tiempo otorgando una esencia de gran pureza a esta representación jerezana del desfile de la ilusión. Ni mejor, ni peor, pero sí muy reconocible. Músicalmente, a expensas de que algún año las bandas cofrades se vuelquen al estilo de Sevilla, no han faltado José Feliciano, Mariah Carey, Así Canta Jerez en Navidad y hasta el Seven Nation Army versión charanga al regresar por calle Medina.
La música en directo podría ser algo a mejorar, quizás renovar la estética de ciertos tramos, lo mismo había que repensar lo de tanto bicho hinchable, pero lo importante es que la Cabalgata de Reyes en Jerez ha vuelto a escribirse con mayúsculas tras dos años de periferia, ajena a su tradición concéntrica y a decorados como el de Porvera, cuyas jacarandas engrandecen cualquier relato y cualquier “acuéstate prontito que esta noche vienen los Reyes”.
Con una marabunta de público en las arterias del centro como en las grandes ocasiones, pero también con posibilidad de acceder al recorrido desde bien temprano (la salida estaba fijada a las 16 horas) en zonas más espaciosas como el tramo que va del parque González Hontoria hasta Mamelón, la Cabalgata fue retrasándose conforme recorría el itinerario más céntrico. Los horarios previstos no se han cumplido y eso, en el balance del 8 de enero, habría que revisarlo. Pero más allá de cuestiones estéticas y organizativas para años venideros, el desfile, extenso y bien nutrido, fue impregnando de magia los ojos brillantes de los niños y sus familias, padres y madres que ejercían a su vez de niños.
Otros de esos progenitores, en cambio, podían haberse guardado la copita para mejor ocasión, por aquello de no beber en la vía pública y, peor aún, por aquello de que la tarde era de los niños, pero de todo tiene que haber en la viña del señor. En la viña de Jerez, una ciudad embebida de cultura popular que, pese a sus pesares, siempre logra sacar lo mejor de sí misma para preservar su identidad y reivindicar la alegría en los acontecimientos más importantes que coronan su ciclo anual. La historia de siempre, pero siempre distinta. Felices Reyes.