Juvelandia había regresado a la ciudad después de tres años de parón por la pandemia de covid. Casi las mismas atracciones, casi los mismos talleres, mismos precios, mismos horarios… Ni la cercana Feria de la Navidad promovida por el empresario José Luis López El Turronero, con un millón de pases gratuitos repartidos entre Jerez y Ubrique, y el Duque montando en coche-choque, han podido destronar al rey infantil de las fiestas navideñas en Jerez y más allá.
Con 26 citas a sus espaldas, organizado por Ifeca de la Diputación, el tirón de esta cita obligada de la Navidad en la provincia de Cádiz es tan indiscutible que antes de arrancar ya había 10.000 entradas en reserva. Para algunos pequeños es como si se preparan para alguna rave futura dentro de diez años: si por ellos fuese estarían en el interior de Juvelandia hasta pasados los Reyes.
Pero lo que sorprende no es el imparable ascenso de Juvelandia, o como una feria cortita y con sifón en cuanto a despliegue presupuestario siga atrayendo a grandes y pequeños. Lo llamativo es que en la última década las jornadas en las que se desarrolla hayan ido menguando de manera inversamente proporcional a como ha ido creciendo el público asistente a la muestra. Si antes las visitas concertadas de colegios comenzaban tras el puente de diciembre y el público general accedía antes de Navidad, de unos años a esta parte hay que esperar al 26 de diciembre para que puedan acudir las familias.
A partir de lo anterior, era lógico que lo vivido el pasado lunes, 2 de enero, festivo, lluvioso y con las atracciones en el exterior desenchufadas, Juvelandia haya sido una auténtica locura, con colas de unas dos horas para el taller de pintacaras o de hora y cuarto (como poco) para cualquier atracción que se terciase.
“Hace una semana no había casi nadie, pero claro la gente estaba pensando en Nochevieja”, asegura una monitora del parque de seguridad vial. Una niña ha derribado con su patinete una señal. Se ha bajado, ha colocado la señal de paso de peatones y ha vuelto a su circuito. Fuera de ese mundo infantil que se prepara para un tráfico rodado más sostenible, de bajas emisiones, hay atascos y embotellamientos por doquier.
“Hace una semana no había casi nadie, pero claro la gente estaba pensando en Nochevieja”
Colas para sacar las entradas, para entrar, para salir; para comer en uno de los tenderetes de paellas gigantes con olor a curry; colas en lo de los churros con Nutella que no pasaría el filtro del Ministerio de Consumo (por el altísimo exceso de azúcar para los niños); colas en la ludoteca (con personal desbordado con algunos pequeños revoltosos); en el circo, sin aforo disponible para ninguno de sus pases; colas en los baños; colas, colas y más colas.
“Me dan ganas de que me pinten la cara a mi también, mi mujer está con la niña en un cacharrito y yo espero porque si no es imposible, se ha montado en tres cosas en tres horas y media”, dice un vecino de Bornos. “Estas colas son inhumanas”, dice en otra larga espera una vecina de la ciudad organizadora de un evento que abre a las 12 y cierra a las 9, pero en el que siguen llegando visitantes pasadas las seis de la tarde.
Ni la humedad tras un día lluvioso impiden una vuelta por un evento que ha marcado la Navidad de muchas generaciones de gaditanos. Si en el Parque del Turronero regalan, previo ticket, paquetes de palomitas, aquí un gofre con chocolate hipercalórico cuesta 4 pavos.
Puestos de patatas fritas, de algodón, de artesanías sui generis, una pista de hielo sintética, un airecillo pasado de moda, de verbena de pueblo que siempre termina seduciendo. Agujetas para el chico del Tren de la Bruja y para las esforzadas maquilladoras que crean obras de arte en 15 minutos en cada cara de ilusión que bien merece más de 120 minutos esperando cruzar una de las enormes columnas del desangelado palacio de ferias y exposiciones de Ifeca.
Es Juvelandia. Este 4 de enero es la última llamada (de 12 a 21 horas) para subirse esta Navidad a una feria que, pese a las aglomeraciones y las esperas imposibles, siempre triunfa.
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