En unos años en los que la evolución tecnológica, arquitectónica y social avanza a pasos agigantados, existe un rincón en la ciudad de Cádiz que permanece impertérrito ante el paso del tiempo. Lugar para autóctonos y foráneos, ideal para pasear y sentarse en alguna de las muchas terrazas que lo rodean. Una plaza que está de camino a casi cualquier dirección. Un espacio donde el tiempo se detiene entre el bullicio de los que vienen y van y el aroma de las decenas de rosas, claveles o jazmines que se adueñaron hace años del lugar.
La plaza de las Flores asiste en primera fila a la revolución que provocan los continuos cambios en la ciudad, manteniendo la esencia que la diferencia del resto de rincones de la capital gaditana. Justo en medio, media docena de floristerías se resisten a hincar la rodilla ante el cambio en el comportamiento de la sociedad. “Ya no es como antes”, afirma Fali, que heredó el negocio que comenzó su bisabuela y que ha ido pasando, desde entonces, de generación en generación.
“El cambio de mentalidad de la gente nos ha hecho daño, ya no hay tanto devoto de las iglesias como había antes y eso se nota”, asegura. Y es que las flores y la devoción están íntimamente relacionados. De hecho, “antes Semana Santa era importante para nosotros porque las cofradías pedían a la población los flores para los pasos, pero ya se encargan ellas mismas de comprarlas en los viveros”.
No obstante, el cambio de pensamiento de la juventud respecto a los mayores no se nota sólo en la fe, también en lo que se regala. Según Fali, “el top manta ha hecho daño, hace 15 años se te pasaba un regalo y comprabas flores, ya eso se ha perdido” en el sentido de que “ahora los jóvenes, sobre todo, prefieren otra clase de detalles”.
En el puesto de al lado está su abuela, y es que en la plaza de las Flores la mayoría son familia, por lo que apenas han existido rencillas a pesar de los numerosos años que llevan compartiendo algo más que el apellido. Luisa, como su nieto, es una persona amable, cercana y sencilla. Gaditana de pura cepa y criada en la calle, se niega a jubilarse y disfrutar de las calles de la ciudad que la vio nacer. “Están hechos de otra pasta” cuenta Fali. Ella disfruta más en su puesto, como siempre, vendiendo flores y hablando con los muchos transeúntes que se detienen a contemplar la belleza de la estampa junto al agradable aroma que inunda la plaza.
La más veterana del lugar asegura que lleva “más de 40 años en la floristería” aunque desde pequeña ya estaba vendiendo junto a su madre muy cerca del Mercado de abastos. “Aquellos años sí que eran duros: no teníamos techo y cuando llovía había que recoger todo rápido para que no se mojara el material”, afirma junto a su hermana Josefa, que la acompaña cuando la salud se lo permite.
Y es que aunque las ventas hayan caído en comparación a sus comienzos en la floristería, Luisa continúa regalando alegría a todo aquel que pasa cerca del puesto. Y así continuará después de cuatro décadas trabajando cada día en el mismo lugar, aunque en ocasiones desquicie a su nieto, que desde que tiene uso de razón la ha visto faltar a su cita con la plaza “dos veces, para ella no existen ni festivos ni enfermedades”.
La floristería, además de ser un negocio de toda la vida, en Cádiz es también muy familiar, como la actitud de Luisa con aquellas personas que aciertan a detenerse en su pequeño rincón de la ciudad, en la plaza de las Flores.