El método utilizado es la visita anónima. Al modo Michelin. Lo resultante de todo esto. Cuatro inspectores. Dos boomers y dos hijos de su tiempo. Campo de trabajo: el triángulo dorado de la manida Cadizfornia, ese edén efímero que promete volver medio hippie por diez días al que lo pisa. Casi Conil, El Palmar que ya es Vejer y Zahora con Los Caños que forman parte de Barbate.
Un pequeño lío geográfico-administrativo que puede salvarse con la declaración de la república independiente del placer playero y el caos urbanístico (Rippcu). La fantasía fracasa y resucita cada dos horas ante la pandémica adicción pantállica.
El periodo de visitas abarcó dos fines de semana largos en junio y julio. El recorrido tiene sentido Norte-Sur. Pero ningún rigor más allá de ser experiencia particular, opinión como miles en el océano digital que limita con el Atlántico, África y, allí enfrente, el Caribe. Las decepciones, mínimas, han sido descartadas. Las elecciones generales están a un paso y necesitamos good vibrations. Son siete sitios en los que comer muy bien entre El Palmar, Zahora y Los Caños.
Malabata (Conil)
Antes de entrar en el triángulo dorado, paso por Conil, puerta blanca del gran jardín de arena. Segunda visita en dos años a Malabata. El regreso tiene por objetivo aclarar si fue casualidad, si fue exagerado el deslumbramiento. Confirmado: una completa delicia. Está en pleno centro, en una esquina de la cuesta que baja de la Torre de Guzmán El Bueno y siempre lleva una riada de turistas. Conserva una calma asombrosa para estar en mitad de todo. Local colorido, feliz.
En los platos también llama la atención lo rojo y verde. Magistral uso de la verdura hasta competir con el omnipresente pescado de la zona. Alucine general, acompañado de gemidos discretos, con el cuscús con alcachofas, el salmorejo de fresas, la lasaña de la huerta. Porciones y proposiciones divertidas pero serias de sabor: tacos de almadraba, panes de cristal con sardina ahumada o solomillo de atún. Los platos grandes están a la altura de producto y nombre: facera de atún rojo y solomillo de retinto, nada menos. Una atención amabilísima y un precio razonable, dentro de la subida general de este verano, redondean el placer.
Francisco el de siempre (El Palmar)
Sucede en todos los campos. También en todas las playas. El Palmar no iba a ser menos. Mantener el prestigio alcanzado cuesta. Son 15 años seguidos en las mejores guías, en todos los comentarios de miles de comensales que pasan por la zona. Es un local con más de medio siglo, obra del relevo generacional. Con unas vistas que intimidan. Difícil estar a la altura siquiera por el cansancio que provoca la repetición, por las tramposas expectativas. Si haces lo de siempre, agotas. Si cambias, traicionas. Aquí cambian lo justo para mantener la imbatible combinación de excelencia y sencillez.
Este restaurante playero, preside El Palmar con sus dos plantas, consigue salir triunfante de la buena fama, de la trayectoria que lo ha convertido en un clásico. Presentar y procesar el pescado de la zona, especialmente cuidado al fuego por descansar de fritos, y velar por la pureza de los arroces no es tarea sencilla. El de bogavante, el de atún. A la altura de los mejores de la provincia. Los tapeos con el atún rojo que no pasa por plancha ni sartén. Y lo consigue un verano tras otro, un año tras otro. Para los que duden, sigue como el nombre. Aún es un bastinazo.
La Traíña (Zahora)
En mitad del laberinto de carriles y polvo de Zahora se levanta uno de los locales más bellos de todo este triángulo turístico. Decoración, iluminación, todo seduce. Encajaría perfectamente en alguna escena de la tercera entrega de ‘Mamma Mía’ que ojalá se ruede. Siempre son necesarias las dosis regulares de cursilada. Por estética, el más propicio para citas de a dos. Quizás es grande y puede presentar algún agobio en fechas de guardar pero con algo de paciencia y la espléndida actitud del joven servicio, el rato se recordará. Desde el tapeo, todo es sabor a mar adobado con tino y sutileza.
De la socorrida ensaladilla de pulpo a las tostas de borriquete y semimojama. En platos, el pescado es inevitable. La prueba de máxima exigencia es la fritura. Una corvina en este caso. Carne inmaculada y medido paso por el aceite. Es difícil sorprender con el atún rojo por aquí pero lo consigue casi con carta aparte. La de vinos es notable para la zona y se agradece la presencia de un surtido suficiente de vinos generosos. Los cuatro miembros del jurado coinciden: si hubiera que reducir esta lista a un podio, a tres medallas, La Traíña estaría.
La Tertulia (Zahora)
En el camino que lleva de las rotondas a la playa prometida de Zahora, habita este clásico. Es frecuente que los hoteles, hostales y cámpings de la zona lo recomienden. Es muy receptivo con el turismo familiar. Siempre hay niños en las mesas (una delicia porque el 90% saben comportarse) y el local adapta su carta. Así hay propuestas dirigidas a todos los públicos como los nachos. También hay que saber hacerlos y presentarlos. Aquí están exquisitos. Terraza rústica agradable, algo apretada. El atún mechado hace honor a su fama. Los buñuelos de gambas, el pulpo a la brasa, gambas al ajillo, las albóndigas de chocos, ni sorpresas ni decepciones. Todo funciona en una propuesta algo menos formal, más convencional, que la de algunos locales de la zona. Se agradece también el surtido de tapas, la media de precios es razonable.
Arohaz (Zahora)
A pesar de su juventud, es un restaurante (con acogedor hotelito) que brilló desde su apertura hace apenas diez años. A 20 metros del hipotético centro de Zahora, en la rotonda que da acceso a los dos grandes cámpings y al colegio de la zona. Siempre ha jugado a la fusión y sale ganando. Su presencia en todas las guías de renombre lo confirma. Con sabores de recuerdo asiático, algún eco tex-mex, incluso marroquí. De esa mezcla salen sorprendentes ensaladas, fantástica la de tataki, tacos o bocados que suman aromas y salsas con gran criterio. El crepe de gambón con queso feta y salsa de piñones es un delicioso ejemplo.
Un lugar intermedio entre la fusión, la creatividad y la tradición, con un añadido de informalidad que redondea una gran experiencia. También hay espacio para las carnes y el pescado de la zona. Qué rica la caballa marinada. De hecho, su propietario es un enorme pescador. Manejan la pasta y los hojaldres con imaginación y acierto. Curiosos postres y carta de vinos bastante amplia. En caso de duda, acierto casi seguro.
Alhambra (Zahora)
No todo va a ser finura, invención, productos premium y platos cuidados. Hay que dejar un espacio para la comida de batalla si es artesana, hogareña. Es la que atrae a un público más amplio. Este hostal con restaurante, al estar al pie de la carretera y tener una estética convencional, puede confundirse con un sitio de paso más pero puede ser un templo para los que adoren las recetas más populares del mundo.
De hecho, puede ofrecer de las mejores pizzas de la provincia. Finas, crujientes y exquisitas, así lleven chicharrones o alcachofas, sean más vegetales o más contundentes. El horno de leña se deja notar. Ricos y cabales los wok en distinto acompañamiento. Hasta las omnipresentes patatas bravas las bordan. Buenas hamburguesas. Huelga decir que los niños van a disfrutar mucho (los mayores pueden fingir que van por ellos) en esa terraza ajardinada, casi de venta y sin pretensiones.
La Breña (Los Caños de Meca)
Comparte fecha de nacimiento y propiedad original con Arohaz. Luego fueron cada uno por su lado. También la filosofía: pequeño hotel acogedor y cautivador con restaurante magno. En este caso se añaden una ubicación y una panorámica fascinantes, sobre el extremo Sur de Los Caños de Meca. Al fondo. Cuando se acaba. La terraza es para quedarse a morir. Para eternizar las sobremesas. A veces, con música. La visión del mar promete lo mejor y cumple. Siempre con Mori al frente, ha conseguido mantener en constante evolución una carta lujosa. Convierte el producto magno que todos tienen en la zona (verdura, atún, pescados, retinta...) en recetas renovadas que deslumbran al probarlas.
En los entrantes destacan el steak tartar, gazpacho de aguacate o alcachofas gratinadas. Por supuesto, son fieles al atún de almadraba selecto. En las últimas temporadas han girado hacia los -siempre festivos- arroces, aquí excelentes. Incluso un risotto de ortiguillas versionan para confirmar que no saben conformarse. En los postres, la milhoja es una barbaridad. El vino lo cuida. Es posible probar generosos infrecuentes como el fino de Gutiérrez Colosía. Siempre quieren dar algo más con base tradicional. Y lo logran. Otro que sería top tres. O top dos. O...