Un buen plato combinado salva el almuerzo en una clásica venta lebrijana que debe explotar más todo su potencial.
En los años cuarenta, la venta Luis Rey se situaba en las afueras de Lebrija. Prácticamente en medio del campo. Setenta años y tres generaciones después, el edificio nuevo, construido en 2006 siguiendo un estilo eminentemente clásico, forma parte del núcleo urbano de la localidad sevillana, rodeado de naves industriales, amplias zonas verdes, avenidas y modernas edificaciones. Lo que permanece inalterable es su pasión por la comida casera, la chacina y el pan de campo, los tres pilares que sostienen la oferta de la casa tras casi tres cuartos de siglo. El cliente siempre lleva la razón, aunque no por ello hay que conformarse con el “sota, caballo y rey”. Y nunca mejor dicho. Seguro que hay mucho más talento entre esos fogones que el que tuve ocasión de comprobar en persona.
Luis Caballero es Luis Rey. Lo del apellido que da nombre a la venta es cosa de su mujer, Castillo, que se refería siempre a su marido como “el rey de la casa”. Luis y Castillo están jubilados desde hace siete años, y ahora contemplan con satisfacción cómo el negocio, que ahora llevan entre Luis, Cristóbal y Rubén, sus hijos, ha caído en buenas manos. Manteniendo la base de la carta que ha dado fama a la venta desde hace casi tres cuartos de siglo, la llegada de Rubén como jefe de cocina debe haberle aportado algo de aire fresco, de hecho me consta que es así. Formado en la Escuela de Hostelería de Sevilla, hizo un máster bajo las órdenes de Karlos Arguiñano cuyos resultados lleva aplicando desde hace tiempo.
Lebrija es una localidad en la que no es fácil encontrar restaurantes más allá de los habituales bares de tapas con sus estupendas especialidades que se reparten por diferentes zonas del casco urbano. Me vienen a la memoria ahora los huevos rellenos que ponen en el Lechuga, o los célebres y maravillosos chicharrones de la venta Santa Luisa. Lebrija es más de caterings. Tiene la friolera de 17 empresas que se dedican a esta actividad, una por cada 1.600 habitantes. Todo un récord del mundo. Su localización a medio camino entre Sevilla y Jerez le permitió entrar en las dos ferias de referencia de Andalucía occidental y tras ellas llegaron todo tipo de celebraciones. Buen producto, precio competitivo y cantidad. He estado en alguna de esas bodas y el volumen de comida rebasaba sobradamente los límites de la gula. Un domingo de estos estaba de paso en la localidad y pregunté a mi buen amigo Manuel Martínez, orgulloso lebrijano practicante y propietario de La Manuela, un lugar donde almorzar. No lo dudó: Venta Luis Rey. Situado en el número 1 de la avenida Las Cabezas, es sitio obligado de paso para los sevillanos de la capital que se dirigen a sus segundas viviendas en la costa noroeste de Cádiz (Rota, Sanlúcar y Chipiona) huyendo de la monotonía y, sobre todo, del calor. Sus desayunos son antológicos, con pan de telera campera y jamón ibérico de bellota. Por eso sus puertas están abiertas diariamente, salvo los martes que cierran, desde las ocho de la mañana hasta la medianoche.
Cuenta con una completa bodega, aunque con una representación más bien corta de vinos de Jerez (fino Tio Pepe, manzanilla Solear, amontillado Tio Diego, olorosos Alfonso, Rio Viejo y Don José, palo cortado Leonor y pale cream San Domingo), con un ramillete de buenos Riojas de crianza (desde Muga hasta Ramón Bilbao, pasando por Cune, Beronia, Marqués de Cáceres, Azpilicueta y Marqués de Arienzo) y reserva (Marqués de Riscal y Beronia de 2010), y otro buen surtido de Ribera del Duero. De entre sus entrantes, ensaladas, carnes gallegas, ibéricos, pescados y mariscos, sobresale un plato: los huevos al Rey, que recibió el primer premio de la II Ruta de la Tapa (supongo que de Lebrija). Es, en síntesis, un combinado de los de toda la vida, pero cuidando cada detalle. El género es de buena calidad, empezando por el aceite de oliva virgen extra en el que se fríen huevos (para mi gusto les falta el encaje), patatas al bastón, cebollas, ajos y pimientos. Todo ello coronado por lonchas y taquitos de jamón ibérico.
Ante un plato así, que se cobra a 9 euros, es difícil no descubrirse, aunque en el mundo de los platos combinados es habitual encontrarse de todo: patatas fritas precocinadas, huevos con la yema dura, jamón de sexta, chorizos aceitosos, pimientos pochos… En esta ocasión ha sido el plato central. Si hubiéramos estado en temporada habríamos apostado por las cabrillas en tomate, otra de las especialidades de la casa y que según parece son una locura. La tapa la anuncian a 2,50, y la ración a 7,50. Habrá que volver.Del resto, todo fuera de carta y a sugerencia del personal, me parece original una mini hamburguesita de sepia, gambas y algas, metida en un panecillo redondo de pan. Interesante. También están ricas unas sardinas anchoadas sobre pimiento rojo presentadas en sendos panes de pipas. El pulpo a la gallega no es nada del otro jueves. En la mesa, también fuera de carta, hay una tablilla negra en la que aparecen pintados en tiza blanca once postres caseros. Me decanto por un milhoja de hojaldre con crema pastelera. Tan bien presentado como rico y equilibrado.
Me marcho con la sensación de haberme perdido algo. Es verdad que la visita ha coincidido en un domingo al mediodía y que estaba hasta arriba, con una celebración en el salón grande y el resto de las mesas ocupadas. Pese a haberme dejado llevar, creo que del potencial de Rubén Caballero en la cocina nos queda todo por descubrir y que del puente gastronómico de lo moderno a lo tradicional nos hemos quedado sólo con lo clásico. Tendremos que acudir quizás a los jueves temáticos dedicados a la comida internacional: japonesa, boliviana, marroquí, venezolana, peruana y colombiana, sin necesidad de salir de Lebrija.
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