Una mujer risueña abre la puerta de una tienda ubicada en la Plaza Jerez de la Frontera de Cádiz. “Aquí todos los plásticos se reutilizan”, dice Elena Rubio Quijano, gaditana de 50 años que regenta un espacio singular. Lejos de la venta de detergentes en botes y botellas de lejía en supermercados convencionales, ella apuesta por los productos a granel, y cara a cara, algo que “no te lo da Amazon”.
Al fondo, un cartel de “abrazos gratis” cuelga de la pared. “A veces me los piden y los doy”, comenta. A Elena le gusta el negocio de proximidad, el asesoramiento diario y la cercanía con las personas que hacen posible que Biopompas siga su curso. Todo comenzó hace tres años y medio, aunque la tienda ya la habían inaugurado dos mujeres en 2017 en Los Balbos.
“Yo era clienta cuando estaba en esa zona”, confiesa la gaditana que, cuando se enteró que iba a cerrar, “en menos de diez días me encontré detrás del mostrador”. Por entonces había un grupo de vecinos fieles que ya consumían estos artículos y, al ver que sería una gran pérdida, decidió tomar las riendas de esta franquicia italiana que montó unas 40 tiendas en España, actualmente dirigidas por la empresa catalana Fervinter tras la quiebra de la primera.
Una familia que vendía jabones sembró la semilla y, desde entonces, han surgido muchas tiendas como esta en toda España. Elena nunca se imaginaba que fuera a acabar formando parte del movimiento Biopompas, y menos en su tierra natal. La gaditana es artesana y, durante su vida, ha viajado a multitud de países como Inglaterra o Alemania, además de residir en Barcelona o las Islas Canarias.
“Yo buscaba artesanos por el mundo y aprendía de ellos. Pero al final volví a Cádiz, y, curiosamente fue donde empecé a trabajar muchísimo. Estuve 20 años haciendo mosaicos. Primero a Cruzcampo y luego a los clientes que me mandaba”, explica. Así, su trabajo está plasmado en distintos establecimientos conocidos de la provincia como la Venta Vargas en San Fernando o Arsenio Manila en Cádiz.
Una lesión provocó que tuviera que abandonar el mundo de la artesanía y, tras un parón de dos años, se sumergió en este proyecto. “Tenía curiosidad, me fui a ver la fábrica para ver cómo era”, comenta delante de decenas de cajas de cartón.
En la tienda ofrece productos de limpieza a granel junto a otras opciones, mayoritariamente procedentes de empresas españolas. “Cada vez hay más demanda, noto que la gente quiere usar menos envases de plástico y productos más sostenibles”, dice.
"La gente quiere usar menos plástico"
Productos de bajo riesgo alergénico, detergentes para pieles sensibles de aloe vera, suavizantes, lejía, multiusos sin amoniaco o friegasuelos de limón, el más vendido. “No utilizamos ni el níquel ni el catón ni el sulfato ni los parabenos. Cada vez hay más gente con alergias”, apunta Elena, que facilita una alternativa a los productos corrientes que muchas personas no pueden utilizar.
Coge una escoba ecológica después de haber llenado un bote de plástico biodegradable de friegasuelos cítrico. “Aunque parezca una tontería, al año gastamos muchos palos, una burrada”. La gaditana intenta que “un mismo producto sirva para varias cosas y así no tener un fregadero con 20 botellas”. Por ello, en su estantería hay un desengrasante que se puede usar tanto para quitar manchas de grasa en la ropa como para limpiar las paredes o la cocina.
Biopompas no solo se ocupa de la limpieza sino también de la higiene personal, por ello, trabaja de la mano de dermatólogos de la provincia. Según explica, los productos para cuidado estaba prohibido venderlos a granel en España —único país de Europa con esta restricción—, sin embargo, la empresa una ley europea que está por encima de la española. “Al principio vino mucha gente diciendo que esto estaba prohibido”, recuerda.
Destacan los champús, los geles o las cremas. “Cuando llegué a este barrio la mascarilla del pelo fue una locura. Le echamos muchos químicos al pelo y va perdiendo su brillo natural, cuando no hace falta que le eches nada”, sostiene.
Entre cajas y artículos sostenibles como compresas reutilizables, botellas sin plástico y ceniceros, una clienta abre el envase para rellenar su bote.
“Aquí no utilizamos ni aromas sintéticos, que es uno de los problemas básicos. Usamos aromas que no están hechos en laboratorios, y colorantes de uso alimentario, que se usan por cuestiones estéticas pero nada más”, explica.
"No utilizamos aromas sintéticos"
Desde que abrió sus puertas, Biopompas ya cuenta con un público fijo que se suma a los curiosos que no conocen el funcionamiento y a aquellos que van “por moda” o en temporadas. En su mayoría son jóvenes que animan a sus padres a poner su granito de arena. “Para comprar en una tienda como esta tienes que tener muy claro cuales son tus valores. Esto es un esfuerzo, porque tienes que venir con tus botes a rellenarlo”, detalla Elena, que dispone de servicio a domicilio en bicicleta de recogida de envases.
Más allá de la venta
El cambio climático y el cuidado del medio ambiente son cuestiones que preocupan a Elena. Por esta razón ejerce pequeñas acciones de activismo por un mundo mejor. Además de ayudar a la recogida de basuras en el litoral, forma parte del grupo No más colillas en el suelo, que se dedica a señalar con tizas de colores todas las colillas que encuentran en las calles. Algo que suele hacer en la plaza. Según sostiene, “es un problema a nivel mundial. Hace falta una ley que multe, es lo único que funciona”.
Desde el local no solo vende de forma directa sino que también da vida al entono y, sobre todo, conciencia a la población. Así, organiza bailes y talleres de reciclado para los más pequeños. “Los niños están enamorados de la tienda”, dice sin perder la sonrisa. Una buena dosis de optimismo para promover el cambio.
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