Un pulmón verde repleto de lechugas y acelgas respira en un rincón de Chiclana. En el parque público El Campito, de camino a La Barrosa y entre naranjos y granados, ha nacido un huerto educativo. Desde marzo, una antigua tierra que, antaño, daba sus frutos, vuelve a tener semillas gracias a un proyecto que la asociación agroecológica El Semillero lleva preparando cuatro años. Hace dos décadas, el terreno que pisan seis voluntarios pertenecía a un vecino que solía plantar. Ahora, es un lugar para divulgar sobre sostenibilidad y permacultura.
“Nos preocupa que los niños y niñas tengan que montarse en un autobús para ir a Arcos o a Medina cuando aquí hay maneras de empezar uno”, dice Susana Duque, de 54 años. Ella, y su marido Luis Miguel Cantero, de 60, ambos naturales de Cádiz, forman parte de la asociación que ha apostado por dotar a la ciudad de un espacio que fomenta el cuidado del medio ambiente y la economía local.
El Semillero ya llevaba ocho años sirviendo de enlace entre productores y consumidores de productos ecológicos. Desde frutas, verduras, quesos, mieles y panes hasta aceite, sal y cosmética natural. Surgió de la necesidad de tener acceso a este tipo de alimentos después de que la tienda ecológica que regentaban cerrara con la crisis de 2009. “Contratamos un agricultor ecológico para poder tener un huerto y unas 12 personas disponían de sus frutas y verduras”, dice María Bordons, sevillana de 68 años, también afincada en Chiclana, que participó en la fundación.
Un total de 13 bancales —algunos más elevados para personas con movilidad reducida— ocupan la parcela donde es habitual ver a Luis removiendo la tierra con una horca. Hace tres meses sembraron boniatos. “El huerto crece sin química, sin pesticidas y con plantas que ayudan a otras. Es una sinergia, este sistema reproductivo lo puede hacer cualquiera en casa”, comenta mientras muestra la variedad que crece en la tierra.
A sus pies, un bosque competitivo de plantas autóctonas convive con tomates, pimientos y ortigas que usan para repeler las plagas. Cada una tiene su función. “El bancal imita al bosque. Aquí lo único que hay que hacer es aportar restos de hojas, podas, pero sin pisar, como en el huerto tradicional. Así la tierra nunca llega a ponerse apelmazada”, explica Susana que añade que “el riego es por goteo con agua sulfatada y, en menor cantidad de terreno consigues muchos más productos sin alterar el equilibrio”.
Los voluntarios comparten con lavozdelsur.es que el cuidado de este huerto es menos laborioso, supone un ahorro de agua y requiere muy pocas herramientas. Todo es manual. “En un futuro próximo habrá plantas de muchas variedades, como caléndulas, o capuchinas que se incorporarán poco a poco”, comentan desde los bancales. Con paciencia y buen hacer, la asociación se esmera en este sistema que, como apuntan, no es nuevo. “Se hace así desde hace miles de años, pero se dejó con el tiempo. Con la industrialización todo se fue perdiendo. Pero las ONG ecologistas volvieron a reintroducir los bancales en los años 60, en Europa, y hoy en día se extiende cada vez más”, detalla Luis.
In situ, realizan prácticas sostenibles que respetan el entorno, por ejemplo, usan los residuos orgánicos del parque para crear compostaje que incorporan al huerto. Todos los frutos serán repartidos a comedores sociales, aunque al estar en un parque público más de un vecino ya se ha llevado alguno. Y es que el objetivo de la asociación se aleja del lucro económico. Más bien, su idea se basa en que las nuevas generaciones conozcan los beneficios de estas acciones.
Por esta razón, todos los colegios que no disponen de uno, pueden usar este espacio para aprender. Además, en sus cuatro meses de vida, Luis ya ha impartido varios talleres para explicar el funcionamiento de los bancales a estudiantes de la Escuela oficial de idiomas, ubicada en el interior de este parque. Una iniciativa promovida por una de las socias del colectivo, que es profesora del centro.
“En mayo, los franceses, italianos, alemanes o ingleses han tenido un acercamiento al huerto y han podido trabajar las palabras tradicionales. Hay muchos alumnos extranjeros que estudian español y han mostrado mucho interés porque suelen tener hueros en sus casas”, comentan.
Mientras Luis, María y Susana siguen desgranando las características del proyecto, al parque van llegando una serie de personas cargadas de cajas llenas de hortalizas. Cada miércoles, llevan a cabo lo que llaman “el reparto”, es decir, los socios recogen los pedidos que han realizado a los productores sin tener que desplazarse a los puntos de venta.
“Los domingos por la tarde recibo las ofertas de los productores y las mando a una lista de difusión. Son los socios los que se ponen en contacto con ellos y, cuando vienen aquí, les pagan lo que han pedido. Nosotros solo somos intermediarios, les ponemos en contacto”, explica Susana.
Juan Luis Alba, creador de la marca Malasjierbas, acaba de entrar con su furgoneta cargada de cajas con sandías y tomates. Al lado de este chiclanero que siembra frutas, hortalizas, plantas medicinales y aromáticas en un huerto localizado en El Colorado sin utilizar productos químicos está Kati Romero. La agricultora lebrijana lleva toda la tarde entregando pedidos por la provincia gaditana. “Ayer sembramos ajos y cebolletas”, comenta la producta, que trabaja un huerto con una extensión de tres hectáreas.
En las cajas que los socios, la mayoría de fuera de la ciudad pero residentes en ella, portan se observan harinas, cereales, estevia o mermeladas, muchos de ellos procedentes de Rincón del Segura, establecimiento de Albacete. “La idea de comprarlos en grupo es porque el coste se abarata”, dicen junto al huerto, que pronto prepararán para la siguiente temporada.
Luis se encargará de programarlo todo y seleccionar las frutas y hortalizas para la próxima temporada. “Hay que tener en cuenta los emparejamientos, algunas no se pueden sembrar juntas”, advierte. El parque ya se ha llenado de personas involucradas en hacer de Chiclana una ciudad más sostenible y velar por su salud cuidando la alimentación.
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