El siluro es una de las especies invasoras que más preocupan en la actualidad. Originaria de Europa Central, este pez lleva años extendiéndose por toda Europa. Y guarda detrás una historia de irresponsabilidad en un grupo reducido de personas que ponen en peligro todo el ecosistema.
Los siluros gigantes pueden superar los 100 kilos y los dos metros de largo, con una vida estimada superior a las tres décadas. Y ya ha sido hallado en el Guadalquivir, con la pesca de un ejemplar semanas atrás, alertada por Ecologistas en Acción.
Los siluros han sido introducidos en los ríos por algunos pescadores desaprensivos, pues son un trofeo de pesca mayor debido a su tamaño. Sin embargo, debido a su enorme capacidad de adaptarse a todo tipo de entornos y a su crecimiento desmedido, se alimenta profusamente tanto de otros peces como de aves, rompiendo con los equilibrios y amenazando con arrasar con la biodiversidad. Ni que decir tiene que muchas de sus presas son a menudo especies protegidas.
Asimismo, el siluro no tiene ningún tipo de interés gastronómico. Su carne es rara vez apreciada por países asiáticos, pero siempre los criados en piscifactorías, toda vez que contienen una gran cantidad de mercurio cuando son pescados en las aguas libres. Todo su interés recae en el negocio de la pesca recreativa.
Su alta capacidad para reproducirse le convierten, así, en un peligro inminente para el Guadalquivir. En España se tenía constancia de su introducción en el río Ebro en los años setenta para luchar contra otras especies invasoras. Sin embargo, ha provocado la práctica extinción el barbo en otros ríos de la Comunidad Valenciana y cada vez son más los casos en los que se encuentran río arriba, en Navarra. Por eso, en España está totalmente prohibida su introducción, comercio o posesión.
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