Un toruño es una elevación en una marisma a la que no llega el agua salobre y que, por tanto, la colonizan pinos, retamas o sabinas. No es casual que al parque metropolitano más extenso de Andalucía se llame Los Toruños. En su superficie de 1.100 hectáreas se observa toda esa vegetación que caracteriza al enclave ubicado en el Parque Natural Bahía de Cádiz. Entre Puerto Real y El Puerto, el entorno grita que está vivo. Un zarapito trinador revolotea sobre el río San Pedro mientras que las currucas se posan en las ramas de un lentisco. El malagueño Juan Martín, exdirector del parque, coge sus prismáticos para contemplar el paisaje que conoce como la palma de su mano.
Ya lo habrá visto mil veces, asegura que en los siete años al frente de la dirección estaba las 24 horas del día merodeando por allí. Pero mucho antes de que él naciera, en el año 1969, el terreno que pisa con sus botas estaba a punto de caer en las garras de la construcción. La actuación urbanística urgente Actur Río San Pedro contemplaba cuatro grandes bolsas de aparcamiento y viviendas para 100.000 habitantes. La continuación de Valdelagrana “sin tramitación ambiental ninguna. Si aún hoy se hacen barbaridades imagínate en el año 69 con Franco”. Juan respira para tomar aire puro. “Afortunadamente esta flecha litoral se salvó”, dice el ambientólogo mientras pasea por uno de los senderos del parque.
Aquel proyecto convirtió a las marismas y al Pinar de la Algaida en un vertedero. “En los setenta a empresas y vecinos se les pidió que tiraran escombros, había que rellenar toda esta marisma para que el agua no inundase el suelo porque ahí iban edificios”, explica.
La lucha de los ecologistas años más tarde culminó en la declaración del Parque Natural de la Bahía de Cádiz en 1989 y la urbanización, que iba a ser más grande que la propia capital gaditana, quedó en el olvido. Tan solo se ejecutó la actual barriada del Río San Pedro, y la Universidad. El sol entorna los ojos de Juan, que repasa entusiasmado los inicios de lo que para él ha sido “el proyecto de mi vida”.
En 1994 se aprobó la Red de Espacios Libres de la Bahía de Cádiz que incluía a este parque, y unos tres años más tarde, el proyecto de obras y planificación ya estaba en marcha. Así la Consejería de Obras públicas y Transportes de la Junta de Andalucía le cedió la gestión al Instituto de Medio Ambiente de la Mancomunidad de Municipios para desarrollar las instalaciones. “Eso no salió bien, se empezó a construir este edificio y no se terminó, se quedó abandonado”, dice señalando a la Casa de los Toruños, entrada principal donde actualmente se organizan el ecomercado o las exposiciones divulgativas.
En 2003, el principal puente del recinto quedó hecho añicos debido a un incendio intencionado. Parecía que los astros no se alineaban para que el proyecto terminara de florecer. “Fue un cúmulo de circunstancias super negativas, muy problemáticas y el parque entró como en un sueño de los justos”, comenta Juan echando la vista atrás a unos años en los que el espacio se había convertido en “un prostíbulo literalmente”.
Durante tres años, el parque fue invadido por la prostitución, el proxenetismo, los chaperos, la caza furtiva y los mariscadores ilegales. El edificio de entrada albergaba cuartos y almacenes de motos robadas. El vandalismo se había apoderado del paraje natural provocando el descontento de la población. “Esto era un numerito. Las familias con viviendas que daban aquí no podían levantar la persiana del cuarto de sus hijos porque se encontraban a tíos vendiendo droga”, expone el consultor ambiental.
"Las familias no podían levantar la persiana del cuarto de sus hijos porque se encontraban a tíos vendiendo droga”
Él mismo presenció aquel panorama. En 2006 la Mancomunidad le devolvió la gestión a la Junta y la Empresa Pública del Suelo de Andalucía (ESPA), adscrita a la Consejería de Obras Públicas y Vivienda, hoy conocida como la Agencia de Vivienda y Rehabilitación de Andalucía (AVRA), tomó el control. La Administración pública se fijó en Juan para salvar el estropicio. El 1 de enero, con 29 años cumplidos, el licenciado en Ciencias Ambientales, por entonces autónomo en una consultoría ambiental de Sevilla, fue nombrado director del parque.
De la noche a la mañana, se mudó a Valdelagrana y se metió en la boca del lobo sin más remedio que enfrentarse al percal que debía adecentar. “Le querían dar la vuelta como a un calcetín y convertir un vertedero en el pulmón verde de la Bahía de Cádiz. A mí la consigna que me dieron fue: -Juan, esto es una vergüenza y tenemos que cambiar las tornas, esto tiene que verse por parte de la ciudadanía como un sitio público, gestionado, que está limpio y cuidado”, recuerda.
Con un cuaderno, un lápiz y una cámara de fotos, el malagueño empezó a tomar decisiones para la mejora de aquel espacio dejado. Diseñó el Proyecto de Actuación del parque y se propuso “sacarle brillo a lo público”. En primer lugar, balizó los equipamientos destrozados, reconstruyó el puente quemado y elaboró el catálogo del patrimonio natural junto con la UCA.
Le plantó cara al vandalismo siendo consciente que había heredado una vigilancia “no se si corrupta, pero a la vista estaba que estaba lleno de ilegales”, sostiene. Por las noches entraba en el parque para ver cómo trabajaban los empleados. Según dice, “a lo mejor estaban dos personas ahí enrolladas en una sabina o esperando a un cliente en la puerta y tú no los podías echar. A la una de la mañana estaba allí hablando con el vigilante y los molestábamos con nuestra sola presencia”.
Poco a poco, tras haber sido amenazado y perseguido en varias ocasiones, transformó las ruinas en equipamientos decentes, contrató a monitores para organizar actividades y rutas en bicicleta, montó una escuela de vela, alquiló el tren y le puso mucha ilusión. “La Junta quería que el parque fuera un sitio en el que se prestaran servicios públicos”. A Juan se le ponen los pelos de punta al recordar su andadura. Su proyecto se aprobó en octubre de 2006 y hoy es el que todavía se mantiene vigente.
“La Junta quería que en el parque se prestaran servicios públicos”
Durante el paseo, una mujer atraviesa el sendero en bicicleta junto a su hija y varias personas practican running. “Me vuelve loco ver esto, es el mejor ejemplo de si ha sido exitoso o no”, añade sin quitar la mirada a los usuarios, de los que siempre ha estado pendiente. A través de encuestas y atendiendo a sus preocupaciones, incluso llegando a instalar postes SOS para atender posibles emergencias que pudieran tener los usuarios.
“Para mí el reto más grande era mantener esta filosofía y esa idea de servicio público, y eso se ha mantenido al 100%”, explica mientras se agacha para recoger cada desecho que se encuentra por el camino. Gracias a su empeño y al del equipo que creó, medio millón de personas al año disfrutan de la biodiversidad de Los Toruños con un 80% de zonas inaccesibles.
En sus rincones existen multitud de elementos históricos que consolidan al parque en “una auténtica joya”. Al atardecer, el ambientólogo aprovecha para ponerlos en valor. “Hay restos de calzada romana, hay testigos de la invasión napoleónica, hay pozos y fuentes medievales, hay una salina del siglo XVIII, el primer alto horno para la fundición de metales que se monta en la Bahía está en La Algaida, un cementerio protestante, los restos de la primera línea ferroviaria que se diseña en España, que es Jerez-Trocadero”, enumera. Y todavía hay más, cuarteles de caravineros, vegetación en peligro de extinción o la venta del Macka, donde los caminantes paraban al atravesar el río San Pedro en barca -con su obligatorio impuesto de tránsito o pontazgo- entre Puerto Real y la localidad portuense.
“Está todo preñado de sitios maravillosos, hay zonas en las que hay pecios hundidos testigos de esa época en la que los barcos navegaban por aquí para llevar o traer mercancías a la actual Doña Blanca. Gadir era un puerto fenicio, hace 3.200 años”, continua Juan que considera al parque “una miniatura de Doñana” y muestra un mapa en su móvil para explicarlo.
"Aquí hay restos de la primera línea ferroviaria que se monta en España"
El malagueño abandonó su cargo en 2012, dejando aquel oasis a escasos metros de la zona urbana en otras manos. AVRA continuó conservando la dirección del parque y durante los siguientes ocho años, lo único que cambiaron fueron las personas, "el espíritu es el mismo".
Hasta agosto de 2020, cuando el recinto pasó a ser dirigido por la Dirección General de Ordenación del Territorio y Urbanismo de la Junta, adscrita a la Consejería de Fomento, Infraestructuras y Ordenación del Territorio. La polémica estalló entre colectivos y ciudadanos que mostraron su indignación frente al concurso de licitación con el que la Junta pretendía encargar la gestión integral del parque a una sola empresa privada.
La murciana multiservicios Orthem, filial de La Generala, ha sido la elegida para, a partir de febrero, ofrecer todos los servicios de mantenimiento de los edificios, obra civil, instalaciones, infraestructuras, mantenimiento de la vegetación, la limpieza y organización de actividades y la vigilancia integral del parque, excepto el bar. Todo a cambio de 2,4 millones de euros. “Hasta donde he visto, el presupuesto que se le da a la empresa que venga a gestionarlo, es el mismo en el que yo dejé el parque”, expresa el exdirector.
La delegada territorial de Fomento, Mercedes Colombo, ha insistido en que es "totalmente falso" que vaya a privatizarse, mientras que grupos como Ecologistas en Acción o Izquierda Unida difieren. Se llegó a realizar una cadena humana para alzar la voz en contra de esta decisión.
Apoyado en la pasarela del caño del bote Juan divisa varios albures. “Yo creo que lo público es sagrado, obviamente”, continúa. En su opinión, la privatización de la Junta no es nada nuevo. “El modelo de gestión de Los Toruños externaliza los servicios a través de empresas colaboradoras supervisadas por la Junta. Creo que se agiliza y se gestiona de una forma más eficaz que teniendo una pléyade de nóminas públicas”.
“El modelo de gestión externaliza los servicios a través de empresas colaboradoras supervisadas por la Junta"
Para Martín, “podría darse la circunstancia de que lo haga mejor una empresa que la propia Junta”. Según explica, “uno de los problemas de la administración, es la excesiva burocratización a la que se está sometiendo a los funcionarios. Para comprar tres bicicletas hay que montar tal papeleo que la gestión se hace imposible”.
Ese fue uno de los motivos por los que el malagueño decidió marcharse. “Te puedo asegurar que si eso hubiera seguido así yo hace mucho tiempo hubiera tomado la decisión que se ha tomado ahora”, confiesa tras el paseo. En esta nueva etapa, el ambientólogo tiene claro que “la clave de todo es que el contrato esté supervisado por alguien que tenga criterio y sea de la Administración pública”.
Durante los seis años que estuvo como director en la oficina estaban con nómina pública tres personas, un administrativo, una técnica medioambiental y él, el resto eran subcontratados (vigilancia y mantenimiento) y colaboradores. Un total de 83 familias llegaron a vivir del parque con su trabajo. “Me da mucha pena que se esté utilizando a este parque para confrontar, están haciendo demagogia”, opina. Antes de salir del entorno, vuelve a recoger otro residuo y lo tira al contenedor. “Es una gestión preciosa pero bastante compleja”. El ocaso se asoma.