El Parque Nacional de Doñana se muere. Su estado es desolador. "Metería en la laguna en la UCI", ha manifestado recientemente Carmen Díaz Paniagua, una bióloga del CSIC.
Esta profesional, que forma parte del un equipo de 17 científicos que luchan por salvar el humedal, ha manifestado en el programa Equipo de investigación de La Sexta que "debería haber una vigilancia estricta para que haya regadíos ilegales" para evitar la defunción de la laguna de Doñana.
Los datos son terroríficos: cerca del 80 por ciento del Parque de Doñana se ha secado. De tener 45 hectáreas cubiertas de agua ha pasado en menos de 20 años a tan solo nueve.
Caminando por la zona hay numerosos restos de galápagos muertos, un síntoma más de la desecación, que también ha afectado a cantidad de alcornoques centenarios que hace tres años estaban vivos y por los que ya no se puede hacer nada.
Y mientras esta joya de la naturaleza se desangra, la política sigue sin entender el verdadero problema. Mientras que el lunes doce municipios celebraban el acuerdo alcanzado para distribuir una parte destacada del os fondos aportados por el Ministerio de Transición Ecológica y el Reto Demográfico, el alcalde de Almonte, Francisco Bella, ha lamentado que Doñana se ha transformado “en un lugar mercenario” donde la conservación está amenazada por “intereses políticos y prácticas cuestionables”.
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