El Salón Vinoble abre sus puertas este domingo en la que será su undécima edición. Tras el paréntesis forzoso de la pandemia, esta cita bienal, bienal de los años pares, volverá a celebrarse en el Alcázar de Jerez. Vinoble es una cita única en el mundo –Trentino, una región al norte de Italia, intentó hacer (e hizo) algo parecido, pero no tuvo mucho recorrido- centrada en los vinos generosos, licorosos y dulces naturales.
Vinoble alcanzó –y esto es opinión de alguien que ha estado en todas las citas anteriores excepto en la primera- su velocidad de crucero tal vez allá por la cuarta o quinta edición. Sigue siendo una cita importante, sin duda, y el equipo que actualmente lo dirige saca adelante un salón más que digno con escasos medios, pero digamos que “en aquel tiempo” el apoyo del Ayuntamiento de Jerez, de la Junta de Andalucía, del Consejo Regulador, la universalización de la muestra, el aliciente de tener (más) restauración y la presencia efectiva de gente llegada de todo el mundo, atraída por una cita coqueta –y que, sin duda, se veía con un punto exótico en su divulgación mundial, debido a las imágenes de catas en una antigua mezquita y las degustaciones de maridajes en el interior de torres árabes- hizo que, como se suele decir, las críticas positivas de expertos y público fueran unánimes y el salón creaba una expectación en la ciudad que hoy, sin duda, ha bajado algún peldaño.
Vinoble se mantiene arriba desde un punto de vista profesional, desde luego, pero digamos que por entonces estaba marcada en rojo en el calendario turístico (hoteles y restaurantes) e incluso festivo de la ciudad… ¿Que este tema es opinable? ¿Era opinable, mejor dicho? Por supuesto, igual de opinable que la constatación de que el salón haya dejado de ser una cita exclusiva (si se fija el lector en el primer párrafo pone ‘centrada’ y no por casualidad) para vinos generosos, licorosos y dulces naturales, debido a la presencia, exposición e incluso propuesta de cata de otros productos, algunos de ellos que ni siquiera son vino.
En efecto, tal vez porque tiene el día tristón, este cronista recuerda con nostalgia el carácter festivo de Vinoble… digámoslo claro, aquella época en que si no tenías una invitación para entrar en el Alcázar no eras nadie, no te gustaba el vino o te habías despistado. ¿Que no tenía por qué ser así? Por supuesto. Habrá quien piense que restaba seriedad al encuentro, pero me da que aquello, por lo menos al principio, también formaba parte del interés de los compradores y expositores que venían a disfrutar (nótese el puntito irónico de lo que viene a continuación) de la alegría del pueblo andaluz... que puede que acabara desbordándose, sí. En fin, se puede entender que haya quien piense que es mejor la política de acotar la entrada a profesionales y que bromee con que con una feria al año es suficiente… lo que no significa que, como contrapartida, haya que compartir que en Vinoble estén presentes también productos que poco o nada tienen que ver con el carácter de la cita (aunque igual que les digo una cosa les digo otra: en Vinoble, bajo mano –bajo expositor, mejor dicho-, siempre ha habido blancos, tintos, espirituosos, equis cosas de comer, etc y más etc).
Todo evoluciona, amigas y amigos, por supuesto, pero hay temas que cuando los recuerdas te llevan a la reflexión. Como ejemplo vamos a hablar de la universalidad de la muestra. El devoto de lo que hoy es Vinoble, me dirá que dicho carácter u objetivo –la universalidad- está garantizado, que es un hecho, gracias a los expositores de distintas empresas importadoras, donde se puede degustar vinos de hielo canadienses, Tokaj húngaro, vin santos italianos, Sauternes franceses, por no hablar de la presencia generalizada de los vinos generosos españoles… que sí, pero no. Fijémonos en Oporto, por ejemplo. Hay vinos de Oporto, hay cata de Tawny… pero no está presente como tal, desde hace ya varias ediciones, el Instituto dos Vinhos do Douro e do Porto (su consejo regulador, en definitiva). Y aquella presencia era muy relevante, era la prueba del nueve: Oporto dejando claro que hay que estar en Jerez, y Jerez, por su parte, dejando un sitio estupendo en el palacio al amigo-rival portugués…
Bien… dejémoslo, justo ahora que me vienen a la memoria aquellas catas de ‘Chateau d’Yquem’ en la mezquita y me vuelvo a poner nostálgico. Disfrutemos de Vinoble, de sus expositores y de sus catas. Escuchemos a la gente de casa y a la de fuera, oigamos cual es la propuesta del Consejo Regulador –va de Sanlúcar, en su gran año gastronómico-, que siempre abre camino… y disfrutemos también, si se puede, de la caída de sol desde una de las torres. Por cierto, si las torres hablaran…
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