Carlota, María Isabel y Jairo tienen las manos manchadas de tierra. Acaban de colocar unas semillas en un espacio con el que cada vez cuentan más colegios andaluces. En el huerto escolar, se empapan junto a Flavia, Daniela, Fátima, Paola, Eva, Darío y Alma de conocimientos que van más allá de los libros de texto. Estos alumnos y alumnas de 5º de Primaria del CEIP Miguel de Cervantes de Jerez forman “la brigada del huerto”. Su misión es cultivar hortalizas, frutas y otras plantas que, con el tiempo, se convierten en ingredientes para sus comidas.
Los pequeños disfrutan en este espacio de convivencia ideal para desarrollar valores como el cuidado del medio ambiente, la responsabilidad, la organización o el trabajo en equipo. Este proyecto ecológico cada vez más extendido entusiasma a estos niños y niñas que miman a los tomates, pimientos y cebollas que han plantado en el terreno.
Desde la II República ya se podían divisar experiencias aisladas de huertos en los centros educativos de España. Pero fue en los años 80 cuando se convirtió en una realidad presente en este ámbito. “Ya sea por moda o porque la educación ambiental o la educación para la sostenibilidad por fin tienen un papel relevante en la educación”, destacan las biólogas Andrea Estrella y Laura Jiménez en su estudio Los huertos escolares en España: educando para el cambio.
Hojas de menta, hierbabuena o manzanilla se mueven en las jardineras que hace cuatro años el colegio instaló en un espacio del patio. “No podíamos hacer agujeros en el suelo y pusimos una valla y jardineras de madera en una parte del recreo”, explica Jaime Gamiro, profesor de Educación física y encargado del huerto.
Todo surgió en 2019, antes de la pandemia, gracias a la motivación de los profesores, que compartieron la idea y se pusieron manos a la obra en pro de la concienciación ambiental. Desde que el huerto cobró vida, el también secretario del centro saca unas horas para organizar actividades junto a la brigada. “A mi me encanta, no tenía ni idea y estoy aprendiendo un montón. Además sirve para enseñar los contenidos de salud en mi asignatura”, comenta rodeado de los pequeños, que merodean por el huerto.
Ellos se presentaron voluntarios para realizar esta tarea diferente a la que están acostumbrados a hacer en las aulas. A lo largo de estos años, en este espacio han crecido pepinos, patatas, fresas o plantas aromáticas que, posteriormente, se han repartido entre el alumnado participante. “Ya le estamos cogiendo el truco y vamos plantando por temporadas. En el primer trimestre cultivamos habas y después de Navidad las recolectamos”, explica Jaime desde la huerta.
La última actividad organizada se ha impregnado del carácter solidario. El grupo no solo se ha dedicado a cultivar los alimentos sino también a venderlos entre las familias. Toda la recaudación ha sido destinada a la asociación Autismo Cádiz. En esta ocasión, alumnos y alumnas desde Infantil de 3 años, hasta sexto de Primaria se han sumado a la siembra de pimientos, la verdura elegida.
“Como íbamos un poco tarde, en lugar de plantar la semilla, plantamos directamente los plantones. Cada día, traían botes reciclados, un yogur o una maceta y metíamos la tierra y el plantón”, comenta el profesor, que, junto a la brigada, se recorrió cada clase para reunir el mayor número posible de pimientos.
El siguiente paso fue regar durante unos cinco días para después colocarlos en un pequeño puesto donde los vendieron a las familias por la cantidad con la que quisieran colaborar. “El resto los metimos en cajas y nos fuimos a venderlos al centro de Jerez. La verdad es que la gente es super solidaria, en tres horas vendimos más de 300 pimientos”, cuenta Jaime a lavozdelsur.es mientras la brigada no quita ojo a las macetas.
Los niños y niñas se han implicado de lleno con esta propuesta que le daba “una vuelta de tuerca” a la rutina del huerto y que fomenta valores como el compañerismo y la solidaridad. “Han metido bastante caña a las familias para que colaborasen. Además, han conocido a los niños con TEA (Trastornos del Espectro Autista) que hay en el colegio que quizás no conocían, y la labor de la asociación”, explica Jaime.
Desde este huerto escolar no solo se aprende ciencias naturales, también se promueve la alimentación saludable, se desarrollan habilidades motrices al utilizar instrumentos como palas o regaderas y se transmite el valor del esfuerzo. Sin constancia, las hortalizas no germinan. “Los niños de ciudad al principio creen que las frutas y verduras salen del supermercado, así le enseñamos que hay semillas que hay que regar y necesitan sol”, comenta Jaime.
Los pequeños rodean una planta de la que cae un pimiento ya maduro. Sostenibilidad y amor por lo natural en plena ciudad.
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