Lleva casi 30 años, que se dice pronto, inspirando a las nuevas generaciones desde el IES Santa Isabel de Hungría de Jerez. Elisa Constanza Zamora, de 58 años, profesora de lengua castellana y literatura de Secundaria y Bachillerato, siempre busca ir más allá. Aportar su granito de arena en favor de la igualdad, una incansable lucha que combate en las aulas desde que se asomó al mundo de la educación en 1988.
La murciana aprobó sus oposiciones en Andalucía después de comenzar en su ciudad natal y, posteriormente en Cuenca, y tras tres años en Córdoba se trasladó a la provincia gaditana. “De ahí no me he movido”, dice desde algún rinconcito de su hogar. Una voz dulce se alza detrás del auricular para revindicar la importancia de la coeducación. Elisa, experta en el área, defiende eliminar las barreras de los estereotipos sexistas para aportar una visión donde los chicos y chicas tengan las mismas oportunidades.
A sus espaldas revela una trayectoria consolidada que el Instituto Andaluz de la Mujer (IAM) ha querido reconocer en la 24 edición de los Premios Meridiana. La docente ha sido galardonada no solo por su labor educativa sino también por su faceta creadora. Entre sus obras destacan Voces desde el telar y un perchero, donde refleja cinco voces silenciadas de mujeres; Platero y ella, una obra teatral que reflexiona sobre la escritora Zenobia Camprubí; o Quijotescas (Ensoñación barroca o la locura de un cuerdo), donde empodera a los personajes femeninos de la obra de Miguel de Cervantes. Todas ellas marcadas por un denominador común, poner el foco en los perfiles de ellas para hacer visible su historia.
Cuando usted llegó al instituto, ¿notaba falta de derechos u oportunidades entre chicos y chicas?
Cuando yo llegué, en 1992, la coeducación todavía no estaba muy en boga, pero empezaba. La diferencia estaba en mis ojos que miraban ya de otra manera. En la década de los 90 ya empecé a estudiarme la otra historia, la escrita por las mujeres. Entonces notaba que tenía que cambiar cosas. Todos y todas veníamos, y seguimos viniendo en cierta manera, de una educación patriarcal. Eso es lo que hay que cambiar, que la escuela no sea, como dice Monserrat Moreno, una escuela de cíclopes, sino que se mire con dos ojos, no solo con el ojo del patriarcado.
"A través de los medios de comunicación empecé a tomar consciencia de que había otro mundo que no nos habían enseñado"
¿Cuándo era pequeña e ibas a clases lo percibía? ¿O no era muy consciente?
Venía de una familia de ideas bastante avanzadas, mi madre y mi abuela siempre me habían dicho que estudiara porque nosotras, estudiando, teníamos más oportunidades. Pero la primera vez que yo fui consciente fue en el instituto, cuando me leí La Odisea. Pensé: -Jolín, a mí no me gustaría ser Penélope, quien me gustaría ser es Odiseo para ir por los mares y correr aventuras. Eso me rebeló en cierta manera. Y antes, cuando estaba en octavo de EGB, estuve de viajes de estudios en Mallorca, y fuimos al monasterio de Valldemosa donde había estado Chopin componiendo. Había ido con Aurore Dupin, que escribía sus obras como George Sand. Entonces el profesor de francés me habló por primera vez de una mujer que, para poder publicar su obra, había tenido que cambiarse el nombre. Eso fue en 1975, cuando acabó la dictadura y se empezaron a hacer programas hablando de igualdad. A través de los medios de comunicación empecé a tomar consciencia de que había otro mundo que no nos habían enseñado.
¿Qué método sigue en sus clases para no caer en la desigualdad?
Simplemente yo procuro visibilizar a las mujeres en la historia, porque se siguen estudiando solo obras de escritores, los currículos siguen siendo asimétricos, no se leen a las escritoras o a las inventoras, no se nombran a las científicas. Ahora ya cada vez más, pero cuando empecé a trabajar, apenas. Siempre las escritoras que sonaban eran las mismas. Yo creo que la escuela cada vez es más coeducativa, aunque todavía queda mucho por hacer porque todavía los libros de texto piensan que hacer justicia con la historia de las mujeres es hablar de lo que hacían ellas en la Edad Media o meter más poemas de Rosalía Castro y, en realidad, hay toda una historia que está por estudiar, y otra que ya está estudiada y que no se incorpora ni en universidades ni institutos ni en las escuelas.
Las mujeres han dejado un valioso legado cultural a veces invisibilizado. ¿Cómo combate contra el olvido?
Estudiándolas para que cada vez haya más ensayos y más estudios dedicados a lo que han hecho ellas. Siempre, cuando se estudiaba la revolución francesa se hablaba de los cuadernos de quejas del clero y de los artesanos hasta que llegaron estudiosas y dijeron: -Vamos a ver qué pedían ellas en la revolución francesa, y es sorprendente. Pedían tener un salario digno y que no hubiera intermediarios que se quedaran con su dinero. Así, se empezó a ver qué decían las trovadoras o nuestras escritoras en la década de los 40. Hay que estudiarse la otra historia, hay que leer a las mujeres, ya lo dice Rebeca Solnit, los hombres no leen a las mujeres, y ni las mismas mujeres nos leemos. Ahora parece que con leerte un blog en un medio digital o leer una noticia, ya sabes de qué va la historia de las mujeres. Pero hay que echarle tiempo, la sabiduría está en los libros, en los escritos que no están todavía estudiados en la historia. Hay que bucear un poco.
Detrás de la coeducación se esconde el feminismo. ¿Piensa que está extendida en las aulas? ¿todavía queda mucho por hacer? ¿por dónde empezaría usted?
Esto es una tierra que está siendo labrada, tenemos que ir trabajando parcelas de las ciencias, trabajando en valores femeninos, el valor de la ternura, de los cuidados, todo lo que por ser femenino ha sido despreciado durante milenios. No se trata de trabajar una época, sino de ir trabajando cada uno o cada una desde su parcela.
¿Qué opina de la educación separada por sexos que todavía se da en algunos centros de la provincia?
Yo creo que eso es un error absoluto porque la vida no separa. El crecer codo a codo hace que la gente se respeta, se quiera y que no se tergiverse la imagen que tenemos del otro. Creo que es muy sano tener una escuela donde hay niños y niñas, donde se respetan las diferentes masculinidades, las diferentes formas de ser mujer, yo creo que es muy positivo. La escuela coeducativa es aquella que tiene ambos sexos.
"Hay que estudiarse la otra historia, hay que leer a las mujeres"
¿Qué conductas observa en el alumnado del instituto que le motivan a seguir luchando por esta forma de enseñar?
Yo creo en una educación librepensadora y me gusta transmitirle a mis alumnos y alumnas que aprendan a leer de manera crítica la historia, que ellas y ellos pueden estar mucho más felices si realmente trabajan codo a codo y se respetan mutuamente. Me alienta mucho ver que hay niñas y niños que, realmente, cuando estás explicando un tema que está visibilizando a las mujeres o que está hablando de justicia social hacen así con la cabeza, o con los años vienen y te dicen: -Que bien me vino que dijeras esto en clase. Decirles a las niñas: -Oye, puedes ser chapista o puedes hacer un módulo que no tiene que ser siempre de peluquería, que si es tu vocación, adelante, pero que puedes abrirte más. Y a ellos igual. Pueden trabajar en lo que quieran, y cuando se les motiva para que abran sus miras pues revierte de una manera positiva.
¿Le resulta complicado encontrar recursos educativos que no estén cargados de estereotipos de género y ofrezcan todos los roles?
Sí, lo que pasa que yo desde siempre me he creado mis propios recursos. Hace muchos años empecé a dar visibilidad con seminarios. Creo que siempre se puede crear para romper la clase esperada y aportar lo que los libros de texto no dicen. Yo empecé con recursos sencillos, haciendo una baraja con las caras de las mujeres y sus nombres y decía: - A ver, ¿de qué conocéis a esta mujer?, y era una científica, una filósofa, una matemática, una astrónoma, una pintora. Se daban cuenta que no las conocían. En ciencias naturales se estudia la célula eucariota y no saben que los estudios más importantes los ha hecho la bióloga Lynn Margulis, o que todas las teorías ecologistas también son de ella, o que en el año 1958 Rachel Carson hizo un trabajo diciendo que el DTT era muy perjudicial porque mataba al planeta e inspiró la fundación del movimiento Greenpeace. Estaba todo en los libros que muchas feministas iban traduciendo. Yo conocí muchos de estos libros a través de la librería de mujeres de Madrid. Ellas publicaban libros que no estaban al uso en las librerías normales. Ahora en internet está todo. Como dramaturga, escribo un teatro que intenta romper los estereotipos y hacer personajes diferentes a los que la historia patriarcal nos ha marcado.
Utiliza el mundo del arte para promover valores igualitarios. ¿Cree que empoderar a personajes femeninos remueve conciencias?
El arte tiene un poder dinamizador, de conciencia, de positividad, de creatividad. Podemos cambiar el mundo porque pensamos un mundo diferente. El otro día les contaba a los alumnos de un colegio que las mujeres de mi generación fuimos las primeras que vimos la serie de Pipi Calzaslargas. El personaje creado por Astrid Lindgren era algo impresionante porque en ese momento a las niñas nos decían: -Cierra las piernas al sentarte, tienes que ser modosita, no te subas al árbol, no hagas lo mismo que los niños. Yo vivía en la huerta y quería saltar y hacer cabañas en lo alto de los árboles, y de hecho lo hacía. Pero siempre había una especie de represión para las niñas. Nos sentaban en las puertas a coser mientras los críos jugaban, pero yo siempre me escapaba, y mis amigas también. Pipi Långstrump parece una cosa que no tiene importancia, pero que en esa tele en blanco y negro se viera a una niña que hacía lo que quería, que se movía como quería y que era divertida y vivía en un mundo imaginario maravilloso, pues nos dio ideas de que había otros mundos posibles. El arte siempre potencia la vida misma, es un alimento del alma y del espíritu y creo que es muy interesante crear conciencia a través de él.
"Enseñar la historia de las mujeres no es adoctrinar, es decir lo que ha sido silenciado, ocultado y tapado durante milenios"
Muchos docentes rechazan la medida estrella de Vox, el pin parental para, según la formación, acabar con el “evidente adoctrinamiento en ideología de género que sufren nuestros menores”. ¿Tiene sentido que se hable de diversidad en las aulas?
Yo creo que eso lo defiende la historia de la humanidad. Una escuela tiene que ser democrática, enseñar la historia de las mujeres no es adoctrinar, es decir lo que ha sido silenciado, ocultado y tapado durante milenios. No educar en igualdad supone que siempre habrá la mitad de la humanidad que estará sometida y crecerá con un complejo de que no tiene referentes femeninos. Y sería igual de horrible si lo hiciéramos con los hombres. Yo creo que la escuela debe ser libre y que los formadores, filósofos y filósofas, matemáticos y matemáticas, sabemos lo que tenemos que enseñar. Los currículos están ahí y los hacemos las expertas y los expertos, y educar en igualdad no creo que sea aleccionar. Decir que un niño puede expresar sus sentimientos y que puede ser tierno, si quiere, y que una niña puede estudiar un curso de mecánica, es simplemente dar posibilidades para que todos y todas seamos iguales. La igualdad es un seguro de felicidad para unos y otros, boicotear eso es querer seguir sometiendo a una parte, como hemos estado nosotras durante milenios. Yo lo que digo es que hay que estudiar la historia y ver las cosas con objetividad, y quienes saben, los expertos y las expertas, nos pueden decir lo que tiene sentido dar y lo que no.
¿Qué ha echado en falta durante estos tiempos de pandemia en las clases?
Durante el encierro yo echaba de menos el contacto con mis alumnos y mis alumnas, el leerles a viva voz los textos, el preguntarles directamente. Lo mismo que un libro en papel es un invento difícilmente sustituible, yo creo que el profesor o la profesora es insustituible. La cercanía, somos seres que necesitamos el contacto, la entonación, que te vean que estás ahí y que tú veas sus reacciones. Eso a través de una pantalla es como decirle a alguien, te voy a llevar a Australia y le enseñas una foto con el Google Maps. Eso no se puede comparar nunca al vivo y al directo de andar por las calles, de vivir, de oler, de sentir. Una clase es pura vida, es conocimiento directo y sentir que se enseña a través de la pasión, del amor y de la alegría. También he echado de menos a mis compañeros, el llegar cada día y compartir experiencias.