La semana pasada finalizaba el curso escolar en los institutos de Andalucía. Un ejercicio académico que ha sido especialmente duro. El día a día en las aulas cada vez está siendo más complicado. Hasta el punto de que hay docentes que se están planteando si merece seguir o no en la profesión. A las trabas de la administración pública hay que añadir la decadencia de los valores en las nuevas generaciones y la actitud pasiva que muestran muchos alumnos.
Este es el caso de Inmaculada Gallego Navarro, una profesora de Lengua Castellana y Literatura que ha realizado una profunda reflexión en voz alta. Lleva ocho años ejerciendo la docencia y el recién acabado curso ha sido para ella el más duro de todos. "En este tiempo, he visto como las cosas han ido cayendo en picado de manera exponencial y también cómo nosotros, los docentes, 'esos que vivimos tan bien y tenemos tantas vacaciones', nos hemos ido adaptando y amoldando, cuál verdaderos contorsionistas, a esta progresiva degeneración a costa de nuestro tiempo, nuestra salud, nuestra vida...".
Esta profesora sevillana, que imparte clases en el IES Odón Betanzos Palacios de Mazagón (Huelva), confiesa sentirse cansada, triste e indignada. "Estoy cansada de lidiar con la mala educación y las faltas de respeto día a día en las aulas, en menor o mayor grado, pero diarias, cansada de padres que cuestionan nuestra profesionalidad y que justifican y defienden a toda costa los comportamientos y actitudes inadecuados de sus hijos".
Inmaculada también está harta de "una administración que nos ningunea con continuos cambios de leyes, aulas masificadas, bajas que no se cubren por sistema y un aumento constante de burocracia absurda que no sirve más que para mantenernos distraídos, agotados y alejados de lo verdaderamente importante; cansada de escuchar cómo a los responsables políticos de Educación se les llena la boca afirmando que buscan alcanzar 'la excelencia educativa'... sin comentarios".
La tristeza de esta docente, que también fue en su día actriz y cantante, le ha llevado a plantearse muy seriamente "si quiero seguir dedicándome a esto". Y no es, confiesa, "por falta de vocación. Todo lo contrario. Es, precisamente, porque amo mi profesión, por lo que dudo si seré capaz de seguir ejerciendo de administrativo, vigilante de seguridad, educadora social, enfermera, sicóloga, mediadora, policía, animadora sociocultural... de todo, menos de docente, que es lo que últimamente hacemos en menor medida, dadas las circunstancias".
Y su indignación es fruto de que el hartazgo de la gran mayoría quede en la sala de profesores y no vaya a más, que no se levanten las voces denunciando la situación que viven los profesores. "Estoy indignada de ver cómo tragamos y tragamos con lo que nos echen y no hacemos nada por cambiarlo más allá de la queja. ¡No, compañeros, me niego! ¡Me niego, me planto y actúo! Yo voy a seguir con estas acciones, no tengo nada que perder y sí mucho que ganar... ¡Por una educación pública de calidad en todos sus ámbitos, también el del profesorado!", manifiesta.