Como en cualquier jornada electoral, la mejor noticia es que no ha habido noticias durante el transcurso del día. Y así ha sido. No ha ocurrido nada a lo largo del día que sea merecedor de ser destacado en estas líneas. Amanecía más fresco de lo que acostumbraban los amaneceres esta semana. Juan Manuel Moreno respiraba porque a uno, cuando abría los ojos, se le quitaban las ganas de irse a la playa. En el PP le tenían pánico al éxodo, pero no ha sido para tanto.
El tópico es decir que el goteo de personas que han acudido a votar ha sido constante durante todo el día. Y así ha sido, el goteo en los colegios electorales ha sido constante. En algunas provincias más que en otras. Y como una montaña rusa. A las 11.30 se conocía por primera vez un dato de participación. Era inédito por esa obsesión que tiene el PP de diferenciarse del Partido Socialista. Pero igual que inédito también era inútil. No se podía comparar con absolutamente nada. A las 14:00 el dato invitaba, al menos, a alguna sorpresa. Se disparaba con respecto a 2018 y se abría un escenario nuevo.
Pero desde esa hora hasta las seis de la tarde la gente prefirió quedarse en casa, o en la playa. De hecho, en las provincias costeras ha sido durante todo el día mucho más baja que en el interior. A esto hay que sumar que en el último avance, el incremento previo no sólo había quedado en nada, sino que había bajado con respecto a cuatro años antes. Cierto es que aún quedaban dos horas donde se esperaba un tirón final, aunque no ha sido excesivo. Más del 40% de los andaluces se ha vuelto a abstener.
La participación ha vuelto a quedar en cifras muy bajas, muy similares a las de 2018, que ya fue el segundo peor dato de la historia. Que más del 40% de los andaluces con derecho a voto decidan que lo mejor es no ir a votar es un fracaso del sistema y de los propios partidos políticos, valga la redundancia. Y eso, pese a que no se manifieste en público, algunos lo celebran. Otros, que no celebran tanto la baja participación, siguen siendo incapaz de ofrecer un proyecto con el que a la gente le merezca la pena gastar cinco minutos de su vida para acudir a votar.
En los próximos días va a ser habitual leer opiniones que cuestionen la capacidad de los andaluces para votar. Andalucía fue el primer territorio que abrió la puerta a la extrema derecha a la vez que los barrios más pobres se quedaban en casa. Cuatro años más tarde esos barrios siguen en casa y no será porque la oposición no ha tenido tiempo para sacarlos.
La hegemonía del PSOE ha llegado a su fin y poco ha hecho para revertirlo. Para acabar con Susana Díaz eligió un perfil que compitiera con Moreno Bonilla para ver quién era más moderado. Y la disputa no estaba ahí. La batalla estaba en ilusionar y no en contentar. La expresividad y motivación no es el fuerte de Juan Espadas. Tampoco hay certezas de que sea el fuerte de ninguno de sus líderes andaluces, aunque había otras opciones. 37 años son muchos y desgastan, pero cuatro años después de cerrar una etapa no hay muestras de que los socialistas hayan tomado decisiones para brir una nueva. El PSOE sigue en coma, sin capacidad de oposición y sin capacidad de movilizar a una comunidad en la que dos millones de ciudadanos llegaron a darle su apoyo.
Si bien el PSOE parece el principal señalado de la escasa participación, a su izquierda tampoco ha habido un proyecto capaz de atraer a los votantes socialistas tras una legislatura en el que los puñales entre los que conforman Por Andalucía y Adelante Andalucía han volado. De poco ha servido el llamamiento del principal valor que tiene la izquierda en España, Yolanda Díaz. La ministra de Trabajo pidió una oportunidad y a falta de saber los resultados, no parece que haya una participación suficiente para que eso se haya producido. La división podría haber funcionado pero no funcionó. Quizás hay que darle una vueltecita.
Moreno va a ganar. Y va a ganar bien. Su mérito principal ha sido absorber a Ciudadanos y bloquear la fuga a Vox. La imagen cercana y moderada ayuda, pero la responsabilidad del resto está en la izquierda. Durante una nueva jornada electoral se ha demostrado que el electorado continúa desilusionado y sin esperanza. Y sin soluciones. Sólo con la resignación.
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