Torrijas y Carnaval en verano. Definitivamente, lo cantaba Dylan hace casi 60 años, los tiempos están cambiando. Antes tomabas chantillí en marzo, fresas con nata en abril y helados (un Drácula, por favor) en verano. La política ya no entiende de estaciones, ni temporadas. La política es eso que dicen que hacen los políticos entre elecciones y elecciones. Pero las elecciones son ese período de tiempo que va desde que acaban las elecciones hasta que empieza la campaña de las siguientes. Ahora todo son elecciones. Ya no hay ni promesas que hacer, solo hay que esperar que el contrincante caiga como fruta madura a base de varearle.
Las elecciones, por la propia volatilidad de la época, no es que las cargue el diablo, es que ya no hay Dios que las entienda. Hay tantas encuestas que todo es una incógnita. Como las relaciones, el elector cada vez soporta menos y si hay que tirar de barrido con el dedo índice se hace el descarte en busca de un nuevo match al que votar. Política Tinder. Solo en una sociedad líquida como la actual, donde todo se desvanece y la memoria está en la nube, es posible pensar que un candidato desahuciado como Juan Marín ahora tenga opciones de armar grupo parlamentario a escasos días del 19J.
Él mismo no ha dudado en aprovechar sus 15 minutos de fama de esta campaña para estirar el chicle de su famosa devoción por la torrija a destiempo. Incluso fuera de temporada: a 43 grados en Sevilla, en plena ola de calor. Quién nada tiene que perder nada teme.
Fue el Carnaval de verano, antes que la denuncia del supuesto padrón fraudulento, el primero en poner de relieve el paracaidismo impostor e impostado de Macarena Olona: “Aquí eres una intrusa; tú no eres andaluza y nunca lo serás”, le cantaba la comparsa de Vera Luque allá cuando despuntaba junio.
El tiempo ha demostrado que Andalucía no es un decorado de Tabernas al que venir a rodar, o un tópico del que venir a reírse. Andalucía no se aprende, se aprehende, y para eso hace falta tiempo y, sobre todo, interés y una mirada desprejuiciada sobre una realidad tan compleja que hace que, por ejemplo, en una provincia como Cádiz haya tres o cuatro provincias a la vez. Y es ahora la gaditana Teresa Rodríguez, la mujer sin tutelas, la andalucista infantiana de padres del PSA, cuyo grupo se conformaba con sacar 2, pero que ahora parece en constante crecimiento y popularidad, la que la desafía y hasta la saca de las casillas.
“Dame torrijas pal Kichi”, le dice Teresa a Marín, después de que Olona recurriese a su gordofobia —total, una fobia más, qué más da— para hablar de las “comilonas” del alcalde de Cádiz. Al parecer la ultraderecha quiere famélica legión para seguir respirando —quien no llena su mundo de fantasmas se queda solo: Porchia— porque es la única manera de engordar a sus tropas. Pero verás cuando se enteren de que, en realidad, no son tantos y que, sin ir más lejos, en Rota no hay, según cuentan desde dentro del partido, apoderados de Vox para el domingo. O que, según también cuentan, están reclutando a interventores y apoderados castellanoleoneses para este domingo en Andalucía porque no llegan. Palabrita. Lo que le faltaba a la reconquista del Califato es quedarse sin cruzados.
“Qué mal gusto tiene, señora Olona”, le espeta Teresa en réplica a la gordofobia de Olona. Con Lorca en el corazón y las cuartetas en verano, hay dos cosas claras a estas alturas: que uno ya puede comerse lo que quiera en cualquier época del año —incluidas cuantas elecciones hagan falta—, y que Macarena de Salobreña no se arrepiente de haber dejado su escaño en el Congreso en stand by. Por lo que pueda pasar. Y mientras tanto, Juanma Moreno, que quería desmovilización, ahora pelea para que la tortilla, el pollo empanao y la sandía no ganen a las urnas el domingo. Y pelea para que, después de ocultar las siglas del PP desde hace unos meses, ahora sus potenciales votantes se enteren, in extremis, de que cuando quieren votar Juanma lo que quieren votar es PP. Definitivamente, los tiempos están cambiando. A peor.