15 de marzo de 2020, comienza el confinamiento en España. Un día antes el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, declaraba por el estado de alarma por segunda vez en democracia. Comenzaba así una batalla contra el covid-19, un rival invisible y por entonces desconocido, procedente de la lejana China y que llegó a poner en jaque todo el sistema sobre el que están cimentadas las sociedades modernas.
En un primer momento, el confinamiento iba a durar 15 días, pero la expansión imparable del coronavirus motivó al Ejecutivo a ampliarlo progresivamente hasta alcanzar los tres meses. El 21 de junio acabó aquella reclusión que muchos tomaron como un descanso al principio, pero que acabó convirtiéndose en un auténtico suplicio.
Todavía hoy se puede observar la profunda huella que dejó toda esta situación a nivel social, económico, laboral, político y, por supuesto, sanitario, pero no hay que olvidar el tremendo impacto que ha tenido también en la salud mental ya que la gran olvidada en tantas ocasiones sufrió importantes golpes durante todo este período.
El hecho de quedar confinados en las viviendas, sin poder salir salvo en ocasiones muy concretas y la preocupación e incertidumbre propias de una situación distópica, casi de ciencia ficción pero terriblemente real, que se estaba cobrando la vida de cientos de miles de personas provocó serios traumas a cantidad de ciudadanos que todavía hoy siguen arrastrando.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un estudio en el que analizaba pormenorizadamente los efectos de la pandemia sobre la población mundial, confirmando que durante todo el período en que se repitieron los confinamientos y las olas de contagio los problemas mentales de mayor o menor calado experimentaron un crecimiento exponencial. La soledad, el miedo al contagio o la muerte, el luto por la pérdida de un ser querido o las preocupaciones económicas fueron los principales factores que favorecieron esta situación. En cuanto a patologías, las que más crecieron fueron la ansiedad, el estrés y especialmente la depresión. Por otro lado no encontraron evidencias de un aumento significativo de los casos de suicidio, si bien la franja más propicia a cometer estos actos sí que varió, pasando a ser los jóvenes menores de 25 años los que más riesgo tenían de intentar quitarse la vida.
Inversión "insuficiente" en salud mental
Por si fuera poco, el colapso de la sanidad dificultó algo que ya de por sí era casi una quimera en España, ofrecer una cobertura completa y eficaz a los pacientes. Paradójicamente, esta situación de crisis generalizada sirvió para poner en relieve la importancia de ofrecer a la ciudadanía un servicio de calidad para tratar patologías psicológicas e invertir convenientemente en los centros y especialistas dedicados a ello.
La problemática se ha debatido largo y tendido, sí, pero a la hora de la verdad no ha llegado a tomarse las decisiones que quizá se esperaban. El Ministerio de Sanidad elaboró una estrategia de salud mental cuyo principal objetivo era luchar contra la estigmatización y evitar las conductas suicidas. Este plan recibió una dotación de 100 millones de euros para invertir en un plazo de cuatro años, pero varios expertos y figuras de renombre en el mundo de la psicología y la psiquiatría como el presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, Víctor Pérez, han denunciado que "esta cantidad solo alcanzará a marcar líneas prioritarias de actuación, pero nunca para luchar efectivamente contra este problema".
Actualmente en España se invierte en torno a un 5% del presupuesto total destinado a sanidad en los servicios de salud mental, una cifra bajísima que coloca a nuestro país a la cola de Europa en este aspecto. Por poner los datos en contexto países como Alemania, Suecia, Francia o Reino Unido destinan una partida superior al 10% de sus recursos sanitarios públicos para el tratamiento de salud mental, es decir, más del doble que España.
Como consecuencia, los servicios públicos de salud mental están saturados y cuentas con largas listas de espera de más de un mes. Además, la falta de recursos suficientes se acaba traduciendo en una asistencia que dista mucho de ser la ideal y que en ocasiones puede no suponer una ayuda efectiva para el paciente.
El resultado de todo esto es un aumento de los trastornos y las conductas autolesivas que no hacen sino empeorar la preocupante realidad existente en España en torno a los problemas mentales y psicológicos. En 2022 la Fundación Mutua Madrileña publicó un informe que arrojaba unos datos alarmantes. En concreto, un 15% de los españoles reconocían haber tenido ideas suicidas o haber intentado suicidarse mientras que un 42% admitía haber tenido depresión en algún momento de su vida y un 47% había sufrido ataques de ansiedad o pánico.
Además de esto, todavía existe una importante estigmatización acerca de los pacientes de salud mental, ya que un 40% de las personas diagnosticadas con alguna patología de este tipo aseguran haber sentido rechazo social en su entorno familiar, laboral o de amigos.
Los jóvenes y las mujeres son los más afectados
En cuanto a género y edad, los jóvenes menores de 25 años y las mujeres han sido los que peor parados han salido de la pandemia. La Confederación Salud Mental de España, a la que pertenecen 340 entidades diseminadas por todo el país, ha publicado recientemente un estudio sobre el efecto que tuvo el covid-19 y todo lo que se generó a su alrededor en el estado psicológico de las personas y evidenció que su efecto había sido especialmente dañino para los adolescentes y los adultos de menor edad.
Y es que a fecha de 2023 menos del 31% de chicos y chicas con edades inferiores a los 25 años creen tener una buena salud mental. Del mismo modo, las ideas de autolesiones y de suicidio en edades comprendidas entre los 18 y los 24 años están presentes en un 31,8% de los casos mientras que la práctica de autolesiones se produce en un 30,7%.
Es con diferencia el rango donde en mayor proporción se dan estas situaciones, lo que abre una nueva necesidad: educar a los educadores para que sepan cómo intervenir en caso de encontrarse con una situación de esta índole. Para ello, una vez más es necesario poner los recursos necesarios a su alcance, algo que por el momento sigue estando cogido con pinzas.
Por géneros, un 17% de mujeres admiten haber tenido ideas suicidas por un 11,7% de hombres. Sin embargo, los datos recogidos por el INE indican que en 2022 fallecieron 1.021 mujeres por suicidio por 2.982 hombres, casi el triple de suicidios consumados.
Los datos no son nada halagüeños y la inversión en salud mental no parece ser la adecuada para el inmenso volumen de pacientes que hay en España. La coalición de gobierno PSOE-Unidas Podemos ha abogado siempre por garantizar el mejor acceso a este servicio tan necesario, pero queda evidenciado que aún quedan muchos pasos por dar para situarse al nivel del resto de Europa y comenzar a ofrecer un servicio realmente válido y eficaz.
Comentarios