Valparaíso, 14 de junio de 1963. Escribe Pablo Neruda: “Los periódicos parisienses comentan las noticias sobre un nuevo crimen cometido por los verdugos fascistas. El asesinato del joven poeta Manuel Moreno Barranco. Detenido en febrero de este año, Barranco falleció a los diez días de su arresto en el hospital de la cárcel. Las autoridades franquistas comunicaron a sus familiares un pretexto similar al utilizado cuando quisieron asesinar por primera vez a Julián Grimau, diciéndoles que intentó suicidarse arrojándose por la ventana de la cárcel, pero esta versión quedó desmentida cuando los verdugos franquistas, para ocultar las huellas de las torturas a que habían sometido a Moreno Barranco, negaron el permiso a la madre del joven poeta para que visitara a su hijo agonizante”.
The Guardian, Le Figaro, L’Express, Comunidad Ibérica… la prensa internacional y hasta una carta firmada por José Manuel Caballero Bonald al ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, ponían un conmocionado grito en el cielo por la muerte de una promesa literaria que acaba de regresar a España desde Francia y que en apenas diez días desde su arrestó perdía la vida defenestrado.
Tenía 32 años, fue la última víctima mortal del régimen del terror franquista en la provincia de Cádiz. Esta semana, el pasado 22 de febrero, se han cumplido 58 años de un episodio que, como tantos otros, su ciudad natal lleva décadas tratando de sepultar en el más cruel de los olvidos. En abril de 2013, un pleno municipal aprobaba por unanimidad la colocación de una placa en la casa donde vivió, fue detenido y volvió cadáver Manuel Moreno Barranco, en el número 3 de la calle Levante. Hasta hoy.
“De nuevo papel mojado y de nuevo el olvido”, lamenta el sobrino del poeta, José Joaquín Carrera Moreno, una persona que lleva años recopilando toda la información sobre la vida, obra y reacciones a la muerte de su tío, y haciéndose preguntas sobre el trágico final que tuvo en aquel febrero del 63, un momento de agitación en España, con movimientos serios para atentar contra Franco y con un episodio muy similar en la figura del histórico dirigente comunista Julián Grimau, cuya defenestración también quiso revestirse de suicidio en la prisión.
Pero aunque el diario Ayer recogía en un suelto el fatal desenlace de Moreno Barranco, que supuestamente había saltado por una ventana a siete metros de altura, la realidad fue otra. Como tampoco fue cierto que el escritor, que apenas había empezado a despuntar con obras sociales como Arcadia feliz, tuviera fuertes vínculos de militancia o activismo político como para ser considerado sospechoso de nada. “Sigo creyendo, tras haberme acercado en lo posible a su figura nebulosa, que Manuel Moreno Barranco era un hombre democrático, de ideas republicanas y paulatinamente más de izquierda, con hondos ideales de justicia, solidaridad y progreso social, pero que no llegó a militar en ningún partido político”.
En una carta a una amiga fechada en 1962, el autor jerezano señala “soy un poco rojillo, no pertenezco a ningún partido político, pero me inclino al socialismo”. “Era medular, visceralmente escritor. Vivía por y para la escritura, y tuvo —desgrana Carrera— el múltiple infortunio de proceder de un padre desaparecido en la guerra, de residir en la Francia democrática, de ser escritor (lo que equivalía a sospechoso en 1963), de volver a España en el periodo de agitación del caso Grimau, y el infortunio último de ser recibido e interrogado en la Comisaría y en la Cárcel de Jerez por el inspector Sotomayor y sus secuaces”.
En su opinión, tras años de investigación, “este conjunto de azares propiciaron su asesinato. A alguien se le fue la mano, como pasó con Julián Grimau y tantos otros. Sus torturadores, aún hoy, parece pacíficos funcionarios jubilados que se pasean por Jerez, Sevilla o Valencia. Es así de sencillo y así de terrible”.
“Imaginaron —o eso piensa— que era parte de una importante conspiración contra el régimen de Franco. Y tras diez días en comisaría y en la cárcel de Jerez, aparece agonizando con hemorragia cerebral en el Hospital de Santa Isabel de Jerez. Ese mismo día murió, el 22 de febrero de 1963 a las cinco de la tarde”. No hay causa formal que comunicaran a la familia, no se conoce tampoco mandato judicial alguno para su ingreso en la cárcel. Al parecer, la policía político-social estaba buscando en un primer registro una emisora clandestina en casa de su familia y, en un segundo registro días después, buscaban confirmar la autoría de ciertos panfletos políticos que nunca encontraron.
“Es cierto que un amigo de mi tío ya estaba detenido en San Fernando por poesías políticas distribuidas en el Cuartel de Infantería de Marina. Mi tío fue a verlo varias veces, pero se asustó, decidió esconder su máquina de escribir y sus últimos escritos porque veía que la policía ya empezaba a vigilarlo, y eso es lo que hizo”, relata Carrera Moreno. En febrero del 63, estando aun preso y sin ajusticiar Grimau –condenado a garrote tras ser arrojado de un segundo piso—, detienen a Moreno Barranco. En diez días acabaron con su vida. Incomunicado, sometido a las técnicas indagatorias de Sotomayor, solo se conoce el testimonio de su madre, al frente de aquella lechería de la calle Levante. El torturador llegó a decirle: “Ahora vengo de verlo y de meterle los dedos. Le dije: anda, hereje, que eres un hereje, encomiéndate a Dios que como él no te salve, no te salva nadie”. Fundido a negro.
Para la posteridad queda su visión aciaga, y tan terriblemente actual, de aquel Jerez de señoritos terratenientes en su Arcadia feliz: “Este pueblo […] podría ser una maravilla si hubiera entre los que pueden un adarme de corazón y de cerebro. Tal como está ahora es una ciudad en ruinas. Todo está ruinoso, aunque no se vean escombros. La bancarrota la tiene muy adentro, supurándole en las propias entrañas. Tal como está ahora sigue siendo una ciudad mora, algo así como si la cacareada Reconquista se hubiera paralizado delante de sus muros. […] Habrá que derribarla hasta los cimientos y poner en su lugar una Laverna de siglo XX”.
Nacido en 1932 en la calle Guarnidos, Moreno Barranco estudió Comercio en la Escuela de la Porvera de su ciudad natal, trabajó en el Banco de Jerez y, posteriormente, en el Banco Popular de Madrid y en el Banco Francés de la Agricultura, con sede en París. Paralelamente escribió numerosos cuentos, cinco de ellos publicados por la editorial Aguilar, al igual que su novela Retratos y Paisajes de Carmelo Vargas (1955).
Más información: http://www.manuelmoreno.info/
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