Una hilera de chumberas fantasmagóricas, podridas por una plaga causada por una cochinilla, jalona la entrada hasta la finca. En la vereda, corrales destartalados y un alambre de espino oxidado que trata de impedir el paso. La barriada rural de Mesas de Asta, a 11 kilómetros de Jerez, un territorio yermo y cada vez más deshabitado, ya ha quedado atrás. En el acceso son visibles aún los viejos cartelones de chapa que anuncian el yacimiento al tiempo que advierten: ‘Propiedad privada. Prohibido el paso’. Suena contradictorio para un terreno declarado Bien de Interés Cultural (BIC) desde hace casi dos décadas. Al subir hasta la meseta, de unas 25 hectáreas de extensión, se intuye la desembocadura del Guadalquivir a la espalda, se divisan los distintos pliegues de la campiña jerezana bajo la calima veraniega, y se observa a un grupo de caballos salvajes tostándose a pleno sol y una pick-up que sube y baja por el trigal entre estacas que aguantan unos pequeños puntos humanos en el horizonte.
Cuando el historiador jerezano Manuel Esteve Guerrero descubrió y emprendió sus primeras excavaciones en Asta Regia, escribía en su cuaderno de bitácora: “Se comenzó mediada la tarde por haber tenido que emplear la mañana en disponer lo necesario, tal como reunir el herramental de los trabajos y gestiones semejantes (…) No puede siquiera pensarse en llevar personal de Jerez ya que por las dificultades de transporte esto es de todo punto imposible. Por lo tanto, el personal que vaya empleándose será domiciliado allí o en sus proximidades”. Con más ilusión que medios, apenas pudo localizar a un obrero en una finca cercana y echar mano de su hermano y de un amigo en la exploración inaugural, en 1942. 75 años después de aquellas primeras y últimas campañas de excavación —en los 90 hubo unas catas que sacaron a la luz una de las necrópolis—, un grupo de investigadores de la Universidad de Cádiz, no sin dificultades ni esfuerzo, ha retomado aquel trabajo inicial del entusiasta Esteve, el que permitió pintar en el mapa uno de los yacimientos más importantes de Andalucía y localizar un asentamiento por el que pasaron desde el Neolítico comunidades de tartesios, fenicios, turdetanos, romanos y árabes, sus últimos moradores.
"Hacemos trabajos previos que nos permitirán en su momento hacer un planteamiento de excavación a tiro hecho, sin ir a ciegas"
Esta vez trabajan sobre el terreno seis personas —la unidad de Geodetección, perteneciente al Instituto Universitario de Investigaciones Vitivinícolas y Agroalimentarias (Ivagro) de la UCA está conformada por muchas más, entre profesores y doctorandos— y disponen de georradares de última generación que hacen posible escanear el subsuelo a casi cuatro metros de profundidad (3,7 para ser exactos) y recrear en tiempo real y en 3D cómo era esa ciudad que se remonta más de 2.000 años atrás. A la cabeza de este grupo investigador pionero está Lázaro Lagóstena Barrios, profesor de Historia Antigua, que coordina la unidad junto a José Antonio Ruiz Gil, de Prehistoria. A los mandos del volante, en el abrupto terreno de la mesa, este estudioso natural de Puerto Real comanda la segunda campaña de una exploración que comenzó el año pasado y que se prolongará, si todo va bien, dos años más.
“Pedimos equipamiento al Ministerio hace dos años para crear esta unidad y comprar equipos de radar de última generación, y ahora trabajamos con el Stream X, que obtiene imágenes en 3D del subsuelo y es capaz de escanear tres hectáreas por hora en condiciones ideales”, explica el responsable de la expedición, que, al tiempo, matiza: “Aquí vamos despacio porque hay mucha piedra, el terreno es más áspero y, dependiendo del día, podemos hacer entre una y dos hectáreas por jornada. Esa información la procesamos y vamos obteniendo información sobre las estructuras subterráneas que quedan en mesa y que tienen que corresponder con la antigua Asta Regia”. A su lado viaja Pedro Trapero, doctorando de Historia de 24 años, nacido en San Fernando, que no solo aborda una tesis sobre cómo eran las plantaciones en épocas romanas, sino que también se ha formado para saber manejar un georradar e interpretar lo que las huellas del subsuelo esconden. "Tenemos tres programas: captura de datos, proceso de datos, y luego hay otro que permite obtener nubes de puntos y convertir en 3D la información que estamos obteniendo", desgrana.
"Esto es arqueología no invasiva", mantiene Lázaro Lagóstena, que argumenta que "hacemos trabajos previos que darán paso a una investigación arqueológica más tradicional, pero ahora mismo estamos obtenido muchos datos y mucha información que nos permitirán en su momento hacer un planteamiento de excavación a tiro hecho, sin ir a ciegas, aplicar cirugía fina en cada elemento que interese poner en valor, con las coordenadas específicas". Hace 75 años, Esteve empezó a excavar para ver qué encontraba, es la imagen que muchos podíamos tener de la arqueología en un sentido tradicional que se remonta al siglo XIX. "Ahora, en cambio, podemos optimizar las inversiones", puntualiza el jefe de una investigación que analiza un yacimiento que, en total, cuenta con una superficie similar a la de 80 campos de fútbol, repartida entre intramuros (aún por conocer con precisión qué tamaño exacto tuvo), los arrabales y las necrópolis. Como recoge Carmina Fort en Las ciudades de Asta, y según los cálculos de Esteve, la ciudad tenía una superficie de unas 42 hectáreas, más 32 de necrópolis, una extensión que la equiparaba a las más conocidas y pobladas de la Bética, con los siguientes ejemplos: Itálica, 32 hectáreas y 15.000 habitantes; y Carmo o Carmona, 47 hectáreas y 23.000 habitantes.
Con un coste económico que, por ahora, solo financia en solitario la UCA, esta unidad de georradar es pionera en España. Como explica Lagóstena, "en Andalucía es el único equipo, en España hay uno en la Complutense y alguno en Tarragona de empresas privadas, pero normalmente esto está en manos de geofísicos; nosotros somos todos de Historia, manejamos la Historia y tenemos la capacidad de interpretar los datos históricamente. Hemos hecho cursos de formación para manejar los equipos, captamos los datos y los interpretamos, es más barato y eficaz. Nuestro equipo está cualificado para este gran avance en el diseño de la estrategia para abordar en el futuro la puesta en valor de Asta Regia". Portando un trozo de piedra caliza del siglo I que acaba de recoger del suelo, "esto está plagado de estos pedazos", el profesor recalca la "enorme oportunidad" que representa volver a trabajar en territorio de Asta Regia. "Lo que podría pensarse que es un inconveniente, representa una gran oportunidad porque, salvo los trabajos de Esteve, esto está todo virgen, está todo por descubrir, porque parece que Asta Regia se resiste históricamente a desvelar su secreto".
Según los cálculos de Esteve, la ciudad tenía una superficie de unas 42 hectáreas, más 32 de necrópolis, una extensión que la equiparaba a las más conocidas y pobladas de la Bética
Entre los primeros hallazgos, correspondientes a la campaña del año pasado, ha aparecido el que probablemente fue el primer edificio público romano que se conoce de aquella ciudad, de unos 600 metros de planta, pero también se han localizado otros elementos defensivos y urbanísticos de la ciudad. "Es posible que estemos documentando parte del Decumanus maximus de la ciudad porque vemos una línea que atraviesa la mesa y ahí no aparecen edificios y al otro lado sí", avanza el historiador. Después de acumular un cuarto de siglo como profesor de Historia en la universidad, Lagóstena resalta la importancia que pudo tener Asta Regia en época prerromana, "cuando era posiblemente la ciudad más importante de este territorio, y posiblemente fue la comunidad que autorizó el asentamiento de los fenicios". Su puerto, cercano al Guadalquivir, la convirtió casi seguro en un enclave geoestratégico de vital importancia.
Según Estrabón, cita Fort, "Asta era punto de reunión de los gaditanos, quizá porque se trataba de un lugar sagrado donde tenían lugar ceremonias religiosas en continuidad de antiguos cultos, quizá con templos a Hércules gaditano y a Menesteo". Explorando el territorio conforme permiten las cosechas de esta enorme propiedad privada y la climatología de la zona, el equipo de la UCA se reparte por el irregular terreno buscando con tecnología de última generación aquellas estructuras y edificios que neutralizaban y sustituían los antiguos y esa franja donde miles de colonos procedentes de Italia, como refleja Las ciudades de Asta, "se irían asentando, recibiendo las tierras que pertenecieron a la población nativa". Justo como probablemente pretendió, aunque de otra manera, aquel impulso que una vez tuvo Esteve Guerrero.