José Luis Tetuán Goñi (San Sebastián, 1955) no conocía Tarifa cuando llegó a la ciudad, en 1985, para ser uno de los fareros que guió a las embarcaciones que pasaban por el Estrecho, desde el que es el punto más meridional de la plataforma continental. Estuvo en el puesto entre ese año y 1993, cuando se automatizaron los faros y dejó de existir esta figura en muchas de estas torres distribuidas por toda la costa española. “Cuando llegué éramos dos fareros, y acabamos siendo cuatro”, relata Tetúan en conversación con lavozdelsur.es. “Hacíamos turnos de 24 horas y teníamos labores de vigilancia, de mantenimiento de la señal, cerrajería, arreglábamos los desperfectos de carpintería, si se rompía un cristal…”, agrega.
La Ley 27/1992, de 24 de noviembre de 1992, de Puertos del Estado y de la Marina Mercante, determinó que los faros pasaban a ser responsabilidad de las Autoridades Portuarias, por lo que José Luis, a principios de 1993, tuvo que dejar de ser farero en Tarifa. Y fue el último que ejerció en él. En la vivienda anexa el faro se mantuvo unos años más, cuando fue destinado a la Capitanía Marítima de Tarifa, dependiente de la Autoridad Portuaria de la Bahía de Algeciras (APBA). “Casi no sabía qué era ser funcionario, el primer día casi llego al trabajo con la caja de herramientas”, dice entre risas.
José Luis Tetuán, ingeniero aeronáutico, conoció a un farero en San Sebastián, su ciudad de origen, que le enseñó uno y se quedó prendado de esa sensación que supone divisar la costa desde una posición privilegiada. Así, cuando terminó la carrera, tras dos años trabajando en el bar de su padre, decidió presentarse a unas oposiciones a farero. “Pedían para entrar el bachillerato superior y pasar la prueba, en la que había mucha matemática, física y electricidad. Luego hacías un curso de tres meses y pedías destino”, recuerda. José Luis solicitó las prácticas en Tarifa, donde se quedó durante ocho años, hasta que dejó de existir la figura del farero. “Llego a saber que no iba a ser para toda la vida y me hubiera buscado otra cosa”, señala con sorna.
“Siempre digo que a Tarifa fui a conocer a mis hijas", cuenta José Luis, ya que ambas, que ahora tienen 23 y 27 años, nacieron en la ciudad. “Ellas lo disfrutaron poco tiempo, eran muy pequeñas cuando nos tuvimos que ir”, cuenta. “Cuando te dicen que te tienes que ir la vida te cambia, baja tu nivel adquisitivo porque tienes que buscarte una vivienda”. José Luis relata que cuando se habla de la labor del farero se tiene una idea “romántica” de la profesión. “Pero de eso no había nada en mi caso, no estaba aislado, porque tenía compañeros, y tenía cerca el pueblo, lo jodido era el viento, cuando había días buenos eran maravillosos, pero con mal tiempo ni salías del faro”.
“No tiene nada de especial”, insiste, “es un sitio que trabajas, tienes tiempo libre, te dejan tranquilo y ya está”. Cuando llegó a Tarifa, “nadie quería” este puesto, por su situación geográfica y sus condiciones meteorológicas, que lo convertían en una especie de destino de “castigo”. Pero José Luis se amoldó a su puesto. “Te acabas acostumbrando al viento”, reseña. El faro, además, contaba con muchos servicios, como dos luces, radiofaro y una sirena para alertar a las embarcaciones los días de niebla —“no te permitía dormir”, relata—, lo que lo convertían en un destino complicado.
“Hay gente que se quedó en paro —con la vigencia de la Ley de 1993—, ha promocionado y está en los puertos; y otra gente que vive en faros todavía”. Él fue de los primeros, aunque se jubiló en 2018. “Ha pasado tanto tiempo —casi 30 años— que el tiempo está como comprimido. Estuve ocho años trabajando y unos cuantos viviendo. Después he vuelto porque mis hijas me lo pedían, echaban lagrimitas porque han nacido ahí y querían entrar a verlo”, cuenta.
“Han tirado toda la vivienda, a ver cuando lo abren y podemos entrar para verlo”, dice, en referencia al proyecto de rehabilitación y acondicionamiento del antiguo edificio de viviendas anexo al faro de Tarifa, adjudicado recientemente por la Autoridad Portuaria de la Bahía de Algeciras a la empresa Caminos, Canales y Puertos, una actuación en la que se invertirán más de 600.000 euros, con cargo al programa 1,5% cultural —el sistema de ayudas del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana (MITMA) para la conservación del Patrimonio Histórico Español—.
Fue el rey Carlos IV quien aprobó, en 1799, la propuesta del brigadier e ingeniero director de Marina Tomás Muñoz que contemplaba el aumento de dos nuevos cuerpos de la torre almenara situada en la Isla de las Palomas de Tarifa, que sería coronada con un fanal (faro), pero no fue hasta 1813 cuando se encendió por primera vez el faro de Tarifa, después de que las Cortes de Cádiz decretaran su construcción dos años antes. El edificio que acogía las viviendas de los antiguos fareros, que data del siglo XIX, será rehabilitado y adaptado a nuevas necesidades, cada vez más digitalizadas, de la navegación marítima, un proyecto del que se ha encargado el estudio jerezano Salacal Arquitectura.
“Para nosotros era una oportunidad de intervenir en un edificio único”, explica Estanislao Cavanillas, uno de los socios del estudio de arquitectura, en declaraciones recientes a lavozdelsur.es. “Geográficamente tiene una posición estratégica a nivel continental, es el edificio más al sur de Europa”, expresa él. “A mí me gusta decir que es el primero de la plataforma continental, me gusta verlo desde el otro punto de vista. Es un hito en el paisaje, en la geografía, es fácil de reconocer”, remata Silvia Ramos, socia del estudio. El proyecto contempla la instalación de un punto de atención a visitantes y de un centro de interpretación de la Isla de las Palomas y del propio faro, que verá la luz en los próximos meses.