En la escalerilla de Joaquín

En 1952 montaba Joaquín Naranjo su puesto de prensa junto al Villamarta. 62 años después, el Ayuntamiento ha aprobado rotular con su nombre la escalerilla donde se cobija. Recordamos la historia del histórico quiosco de la mano de su hijo Mario

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Apenas llevaba dos décadas erigido el teatro Villamarta cuando prácticamente a sus pies, en una esquina de la plaza Romero Martínez, Joaquín Naranjo Guerrero montaba un modesto quiosco de madera donde vendía tabaco de picadura e intercambiaba novelas que apenas le reportaban unas pocas perras gordas al día. Era 1946. Joaquín, que por entonces contaba con 25 años, ya sabía lo que era combatir en una guerra, en este caso la Civil, cuando sin haber cumplido los 18 fue llamado a filas. Su infancia no había sido mucho mejor. Nació en la calle Sol, muy cerca de donde lo hizo Lola Flores, a la que llegó a conocer, y desde bien pequeño supo lo que iba a ser su vida: trabajar, trabajar y trabajar para salir adelante. No quedaba otra en una familia pobre de ese Jerez de las primeras décadas del siglo XX. Apenas fue a la escuela porque tenía que ayudar en casa. De esta manera acompañaba a su padre a las gañanías para ayudarlo como barbero o en Jerez vendiendo huevos, pavos, periódicos o tebeos.

Pasó la Guerra y un largo periodo de más de cinco años en el ejército. Si la infancia se le había ido a Joaquín buscándose la vida, tres cuartos pasó con su adolescencia y juventud. Tras unos meses como albañil, levantando la barriada de La Plata, se acordó de aquellos tiempos repartiendo periódicos y se le ocurrió montar un quiosco junto al Villamarta. Volvemos así al punto de partida: 1946. Se cumplían diez años del inicio del conflicto armado y siete desde su fin.

Joaquín Naranjo, en uno de los primigenios quioscos que montó en la plaza Romero Martínez. FOTO: A.C.M.H.X.

En esa empobrecida Jerez de la posguerra Joaquín comenzaba una nueva etapa que le acabaría llevando más de medio siglo en la plaza Romero Martínez. Primero en ese modesto quiosco de madera —que solía amanecer en medio de la calle por culpa de los borrachos y los gamberros— y luego, en 1949, en otro más resistente, también de madera, adosado a la pared del edificio de Correos. Sin embargo, Joaquín se hizo popular en todo Jerez a partir de 1952, cuando su negocio se traslada a los bajos de la escalerilla del Villamarta, lugar donde permanece hasta la actualidad.

“Al principio era de mampostería. El frontal era de gresite, de color amarillo y gris, y tenía persianas de madera”. Mario Naranjo, 62 años, hijo de Joaquín, recuerda como fueron los comienzos de ese quiosco que regentara tantos años su padre y que desde hace 16 dirige él. “Yo nací debajo del mostrador”, dice el quiosquero mientras atiende a una clienta. Y explica cómo surgió el quiosco. “Este hueco de la escalerilla tenía un pilón. La gente traía aquí al ganado para que bebiera. Luego el pilón desapareció y mi padre presentó el proyecto en el Ayuntamiento, que se lo había hecho un amigo, y se lo aprobaron. Hasta hoy”.

Y hasta hoy son 64 años de quiosco en la popularmente conocida escalerilla del Villamarta y 70 en la plaza. De los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, El Jabato, El Capitán Trueno o las Hazañas Bélicas y periódicos como El Ayer, el España de Tánger, El Alcázar o El Arriba se ha pasado a la época actual en el que el papel cada vez se vende menos. “Hace ya muchos años que lo veo venir. La verdad es que no sé cuánto va a durar. Aquí es muy raro que veas a un chaval comprando el periódico, ninguno se despega de la pantalla del móvil o de la tablet”. Lo cierto es que entre los periodistas siempre se ha dicho que más que las agencias que miden las audiencias, los que de verdad saben si un periódico se vende o no son los quiosqueros. “Nosotros padecemos y sufrimos la profesión periodística casi tanto como vosotros”, espeta a quien suscribe. “Antes se ganaba dinero, ahora no. Internet nos ha venido fatal”.

Mario tomó las riendas del quiosco en 2000, cuando se jubiló su padre. Sin embargo, y aunque siempre echó una mano en el negocio, sus inquietudes tomaron otros derroteros desde bien joven. Estudió Bellas Artes en la Escuela de Artes, antes Escuela de Artes y Oficios, pero gracias a su dominio del inglés –que notamos a la hora de dirigirse a un cliente extranjero- tuvo otros empleos que, además, le sirvieron para conocer mundo. “Mi padre tuvo la feliz idea de matricularme en una academia de inglés que había en la calle Porvera. Luego pasé una larga etapa en Reino Unido y eso me sirvió para perfeccionar el idioma”.

Mario, hijo de Joaquín Naranjo, en la escalerilla del Villamarta que próximamente llevará el nombre de su padre. FOTO: MAKY GASSÍN

Joaquín Naranjo fallecía en 2012 con 91 años y con él lo hacía un “jerezano y un jerezanista de pro, un hombre que se cultivó a sí mismo, un autodidacta —aprendió por sí mismo música y a tocar el acordeón— y un gran xerecista que, al menos, tuvo la suerte de ver al Xerez en Primera División”, añora Mario, que añade que su padre le legó “una biblioteca extraordinaria”, lo que le ha servido para cultivarse y convertirse en un lector empedernido. Recientemente se llevaba la gran alegría de saber que el Ayuntamiento ha aprobado dedicar la escalerilla del Villamarta a su padre, una iniciativa surgida por la Asociación Cultural Memoria Histórica Xerezana, de la que fue fundador.

Mario echa la vista atrás. Recuerda cuando su padre vendía a escondidas publicaciones de izquierdas y de tinte comunista en los años de la Dictadura; cuando decidió vender prensa extranjera aprovechando el continuo ir y venir de comerciales ingleses que trabajaban en las bodegas, o el día que se quedaron sin periódicos aquella mañana del 24 de febrero de 1981, día después del golpe de Estado de Tejero. Ni siquiera la muerte de Franco dejó tantas ventas. “Pedimos el doble de periódicos y cuando llegó el camión de reparto a las seis de la mañana ya había gente esperando. Se abalanzaban a las cajas para llevarse los periódicos. Hubo mucho miedo aquellos días. Algún conocido incluso se fue a Portugal por lo que pudiera pasar”.

A dos años para jubilarse, Mario no sabe quién se hará con el quiosco. Lo que parece claro es que de persistir la venta de prensa en la escalerilla, no será el apellido Naranjo quien regente el negocio, puesto que sus dos hijas han tomado caminos diferentes, una la música y la otra la enseñanza. “Todavía no pienso en eso. Queda tiempo aún”.

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