Rocío, en épocas intermitentes, ha estado viviendo en la calle más de 20 años de su vida. Lo ha hecho en distintas ciudades. En Algeciras, Málaga o Barcelona, y también mucho tiempo en Sevilla, donde reside ahora, pero en el interior de una vivienda. “Salud y tener un techito, es todo lo que pido”, expresa. Para quien ha dormido al raso una buena parte de su vida, no es poca cosa.
A principios de año, falleció el marido de Rocío. Después de estar unos meses entrando y saliendo del hospital —“era muy dejado, no quería ir al médico”, recuerda— estuvo ingresado durante un mes antes de morir. Juntos tuvieron una relación que duró 26 años. “Yo tenía mi casa, estaba bien, él tenía un taxi en propiedad, pero al fallecer sus familiares me quitaron el piso y me echaron como si fuera un perro”, rememora.
Entonces, Rocío volvió a la calle. “Fui a buscar ayuda. Estuve dando vueltas por Sevilla, llorando por todas las esquinas, con una maleta y una manta. No sabía qué hacer”, relata. Esa noche le quisieron robar. Al albergue llegó con las pocas pertenencias que conservaba y los restos mortales de su marido, recién incinerado.
Con su pareja recién fallecida y expulsada de la que hasta entonces era su vivienda, Rocío durmió varios días al raso hasta que la acogieron en un albergue. Sola y desorientada, poco después le llegó la mejor de las noticias: iban a concederle una habitación en un piso compartido que gestionan Hogar Sí y Provivienda, dos entidades que combaten el sinhogarismo.
“Cuando me llamaron me puse muy contenta, daba saltos de alegría. De verme en calle a que te digan que me han elegido para esto… Tener un techo, una cama, comida, las cosas necesarias de todos los días, me hizo muy feliz”, recuerda Rocío, que comparte vivienda con otras tres personas. “Es difícil, porque cada uno es de su padre y de su madre, pero lo llevarnos lo mejor que podemos”, confiesa.
“Cuando duermes en la calle siempre hay gente que se aprovecha”, rememora, ahora desde la confortabilidad de un hogar. “Una vez me quitaron la documentación y el dinero, todo”, señala. A ella, como a todo el mundo, la calle le da miedo. A Rocío le han pegado y le han robado, ha pasado frío y hambre. Hasta ha llegado a perder a dos niños que esperaba durante un embarazo que no acabó bien.
“No se puede dormir siempre en el mismo sitio, hay gente que lo sabe y te da patadas o te pega. Una vez dormí dos noches seguidas donde mismo y me dieron una pedrada en la cabeza, menos mal que estaba cubierta de cartones”, relata Rocío, quien asegura que “una vez te ves en la calle es muy difícil salir sin ayuda. Yo he tenido la suerte de que dios me ha puesto su mano encima, pero si no imagínate en la calle sola, sin nadie”.
Rocío es de Jerez, pero lleva muchos años fuera de su ciudad natal. Salió de ella siendo adolescente, cuando empezó a tener problemas con las drogas, “para evitarle sufrimiento a mi familia”. “Me enganché y me fui para que mi familia no supiera nada”, rememora, ahora que lleva cuatro años y siete meses sin consumir nada. “Ni pienso hacerlo”, asegura tajante. Es la clave de que su vida diera un vuelco a mejor. Rocío estuvo consumiendo durante demasiados años, cuando no era consciente del daño que se estaba haciendo. “No pensaba en eso, lo necesitaba para el día a día”. Pero ese capítulo de su vida está bien enterrado. “Ahora me están viniendo las cosas mucho mejor, soy feliz”, asegura.
“El problema de mi vida es que he sido maltratada física y también psicológicamente, me han pegado muchas palizas, me sentía vulnerable”, reconoce una mujer que, además, ha desarrollado diversas patologías a raíz de sus largos periodos en la calle. “Cuando llueve te mojas y no puedes secar la ropa, se te empapa”, cuenta echando la vista atrás. Ella padece asma y bronquitis crónica, y está pendiente de dos operaciones, tras las que quiere empezar a trabajar.
Muchas zonas de Sevilla las tiene empapeladas con sus datos personales, ofreciéndose a cuidar a personas mayores, su gran pasión, y a lo que espera dedicarse más pronto que tarde. “Estoy en páginas de internet también, en todos lados”, asegura. Antes, espera cobrar el Ingreso Mínimo Vital (IMV), que le han aprobado recientemente. “Cuando lo cobre iré a Jerez a ver a mi familia”, asegura. A sus padres, hijos y nietos los está “recuperando poco a poco”, porque “los había perdido”. Ahora solo quiere “salud y recuperar a mi familia”, y ayudar a sus padres en lo que pueda.
Cuando pasea por la calle y ve a personas sin hogar, Rocío no puede evitar recordar las largas noches que pasó al raso. “Me da mucha pena porque yo he estado en esa situación. No tengo nada, pero si llevo cinco euros y les puedo dar uno, lo doy. Hay que ponerse en la piel de las personas que pasan hambre y están faltas de cariño”, recomienda.
En la vivienda en la que reside, facilitada por Hogar Sí y Provivienda, Rocío forma parte de un proyecto que se conoce como Housing led, es decir, casas compartidas de forma temporal por personas en riesgo de exclusión, que así tienen más fácil su integración social y laboral. “La calle es un sitio muy hostil para que consigan un trabajo”, asegura Victoria Martínez Checa, técnico de Hogar Sí.
"A la historia de Rocío hay que añadir la dificultad de ser mujer, porque muchas al estar en la calle se ven abocadas a buscar una pareja que les proteja, hay muchas agresiones sexuales”, aporta Martínez Checa, quien asegura que es “una dificultad añadida” y que muchas mujeres, como Rocío, “aguantan situaciones de maltrato porque no tienen quien las ayude”.
En palabras de la técnico de Hogar Sí, “el sinhogarismo es una enfermedad social” que desde la entidad intentan combatir con los medios que tienen a su alcance. “La vivienda es el centro, es lo mínimo que alguien necesita para sentirse persona”. Con la filosofía Housing led, buscan que sean quienes “decidan qué quieren hacer con su vida” .
Datos sobre sinhogarismo
En España hay 28.552 personas sin hogar, según datos recientes recopilados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), que ha publicado una encuesta sobre este asunto tras una década sin hacerlo. La cifra, sin embargo, puede ser un 30% superior, aseguran entidades como Hogar Sí, ya que el INE solo contabiliza a quienes acuden regularmente a centros.
El 40% de las personas sin hogar llevan más de tres años en la calle. El 96% de los encuestados asegura que no necesita un albergue y un 80% considera que la vivienda sería el factor necesario para abandonar esta situación, seguida del empleo.
El 40% de las personas sin hogar han llegado a esa situación tras un desahucio, por no poder pagar la vivienda o porque su casa estaba en ruinas y un 27% porque perdió el trabajo. Mas del 12% de estas personas pasaron su infancia en instituciones o con personas diferentes a sus padres y sólo el 20% dice haber vivido hasta los 18 años en un entorno familiar sin conflictos graves.
En la encuesta del INE también se recoge que solo el 5% de las personas sin hogar de todo el país tienen empleo, apenas un 17% percibe el Ingreso Mínimo Vital o la Renta Mínima de Inserción y en torno a un 30% no tiene ningún ingreso.
En cuanto a su salud, el 44% de las personas en situación de sinhogarismo consideran que no tienen un estado de salud adecuado, el 37% tienen una enfermedad grave o crónica y un 45% presenta un riesgo significativo de suicidio. De hecho, se conoce que las personas sin hogar tienen una esperanza de vida 30 años inferior a la media.
La cifra de mujeres que viven en la calle, como lo era Rocío hasta hace poco, no ha hecho más que aumentar en los últimos años. En 2005 suponían un 17% de las personas sin hogar, en 2012 el porcentaje subió hasta el 19% y en 2022 es del 23%. Ya hay más de 6.500 mujeres sin un techo en todo el país. Rocío puede decir que ya no es una de ellas.