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En el barrio de Flores, en Buenos Aires, floreció hace décadas una historia poco conocida del hombre que años más tarde lideraría la Iglesia católica. Jorge Mario Bergoglio, quien se convirtió en el Papa Francisco, fallecido este pasado lunes, vivió una relación sentimental en su adolescencia con una joven llamada Amalia Damonte. Ambos tenían solo 12 años cuando comenzó el vínculo, en una época marcada por la inocencia, los valores compartidos y una cotidianidad humilde que definía al vecindario.

Entre juegos y charlas sinceras, surgió una conexión emocional que superaba la mera amistad. La vida de barrio, con su ritmo pausado y sus vínculos estrechos, creó el entorno propicio para el nacimiento de un sentimiento profundo que dejó una huella duradera en ambos.

La encrucijada entre el amor y la vocación

Según ha trascendido, el joven Bergoglio llegó a escribirle una carta a Amalia en la que manifestaba su deseo de compartir un futuro juntos. En ella, hablaba de planes de vida en común, una casa propia y una boda. La intención de formalizar la relación era clara, pero se topó con la firme oposición de la madre de la joven, quien vetó el enlace y cortó el contacto entre ambos.

Frustrado por la negativa y el dolor de la separación, Bergoglio expresó que, si no podía casarse con Amalia, optaría por el sacerdocio. Con el paso del tiempo, aquella promesa se convirtió en una decisión irreversible. El joven que una vez soñó con formar una familia canalizó su entrega emocional hacia una vocación religiosa que lo llevaría hasta el trono de San Pedro.

La elección del celibato no borró el recuerdo. Por el contrario, ese primer amor juvenil permaneció en la memoria de ambos. Años más tarde, incluso poco antes del cónclave que lo nombró Papa, todavía mantenían una correspondencia que reflejaba el afecto intacto entre ellos.

No fue un amor pasajero

Amalia, al recordar aquellos años, ha destacado la madurez, la amabilidad y el gran corazón de Jorge. Para ella, no fue un amor pasajero, sino una relación basada en el respeto, la empatía y la complicidad. La conexión no fue solo emocional, también compartían una fuerte sensibilidad por las injusticias sociales y una visión solidaria del mundo.

La historia quedó sepultada por el tiempo y el devenir eclesiástico del argentino, pero ha regresado con fuerza tras su fallecimiento a los 88 años en su residencia del Vaticano. En su vida, marcada por la espiritualidad y el compromiso cristiano, también hubo lugar para las emociones más humanas. Esta faceta del Pontífice muestra una dimensión más cercana y terrenal de quien ha sido uno de los líderes religiosos más influyentes de la historia reciente. Su amor por Amalia no contradice su legado, sino que lo enriquece, al mostrar que antes de entregarse a Dios, conoció también el rostro íntimo del amor humano.

La juventud de Bergoglio no fue distinta a la de muchos otros: marcada por decisiones difíciles, pasiones intensas y caminos que se bifurcan. Su historia con Amalia no es una anécdota menor, sino un punto de inflexión en su destino espiritual.

Con el paso de los años, aquel amor de juventud se convirtió en un recuerdo sereno, pero imborrable. Mientras el mundo lo conocía como Francisco, Amalia lo recordaba simplemente como Jorge: un joven enamorado que, ante la imposibilidad del matrimonio, eligió el camino del sacerdocio y, sin saberlo, el de la historia.

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Rubén Guerrero.

Rubén Guerrero

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