Oscuridad absoluta. Las ramas azotadas por el viento invernal crujen. El silencio es ensordecedor en un lugar cuyo nombre ya estremece. Con solo pisar los charcos del Cerro de los Mártires de San Fernando, aparece un nudo en la garganta. Allí, frente a una imponente ermita apuntalada presidida por una enorme cruz, tres personas miran a su alrededor. Quizás estén sobre el templo de Melkart, el emblemático y oculto templo de Hércules. Una teoría lo ubica en este enclave conocido, además de por su romería, albergar el árbol de los suicidas, donde presuntamente más de uno se ha quitado la vida.
Dicen que los copatronos San Servando y San Germán vagan sin cabezas —porque fueron decapitados— por la que fuera la primera zona poblada de este municipio. Al menos es la historia que pasa de generación en generación entre los isleños. No es el único motivo por el que prefieren no merodear por el parque cuando oscurece, también se habla de que un religioso que se volcó por la ermita en otro tiempo, se aparece luchando para protegerla.
“¿Hay alguien aquí?”. Los isleños Antonio S. Jiménez y Javier Beardo, de 33 y 31 años, y Almudena Pérez, sevillana de 37 permanecen de pie junto al símbolo católico tras lanzar una pregunta. Esperan que alguien o algo se manifieste. “Estamos aquí”, se escucha a través de la Spirit Box que Antonio sujeta, una pequeña radio sintonizada en AM. A partir de este instante, una voz masculina comienza a responder las cuestiones que le plantean. Ya cada cual, que piense lo que quiera.
Según se percibe entre el ruido blanco, “cuatro” almas están en “Jerez” —un poco desorientadas— interactuando con estos tres amantes del misterio. “¿Te molesta la presencia de alguno de nosotros?”, dice el isleño. “No”, pronuncia la voz del más allá que se cala en los oídos. “¿Eres el cura de la ermita?”. De la Spirit Box se deduce “el padre”.
Antonio, Javier y Almudena acaban de mantener contacto con un espíritu, en concreto, y según daba a entender, el sacerdote que tanto trabajó por su pueblo desde este inmueble hoy deteriorado. “Hay que tener respeto, más que miedo”, dicen los compañeros de la Asociación Gaditana de Investigadores Paranormales (AGIP).
Desde 2019 se dedican a visitar sitios abandonados de toda la provincia por la noche para llevar a cabo investigaciones. Fue Antonio, el presidente, el que fundó junto a otros amigos la segunda organización de Cádiz dedicada a los asuntos paranormales —la primera es la asociación parapsicológica de Puerto Real con más de 40 años de historia.
Sus primeros pasos en este mundo se remontan a los días en los que escribía novela negra por hobby. “Me apasiona Edgar Allan Poe”, confiesa el isleño que se animó a crear el libro San Fernando Paranormal, donde recoge leyendas e historias de su ciudad natal. “Esa etapa coincidió con el fallecimiento de mi abuela materna y me dio la curiosidad de saber si realmente existía algo en el más allá y si podía contactar con ella”, cuenta en mitad del cerro.
Poco a poco se fue interesando por los fenómenos paranormales y empezó a conocer personas que le enseñaron a realizar investigaciones más serias. Desde 2020 trabaja en una empresa de rutas misteriosas donde puede compartir su inquietud con otros aficionados. Javier Beardo es uno de los siete investigadores paranormales que forman la asociación —han llegado a ser once.
“Empecé a ver vídeos del investigador mexicano Alberto del Arco y estoy aprendiendo. Hice una experiencia en la que salió una amiga mía que murió y dije -hostia”, cuenta el isleño interesado por el tema.
En el caso de Almudena, siempre ha tenido cierta inquietud desde que era pequeña y, en cuanto tuvo la oportunidad, realizó una ruta en Sevilla que le enganchó. “Conocí a otras personas, empezamos a probar y al final continué”, expresa con el rostro iluminado por el foco del fotógrafo.
Tras empaparse de libros de personas con experiencia en este mundo como Pedro Amorós, Antonio Pastor o José Manuel Bautista, quedan para explorar lugares en los que nadie desearía estar. Sus investigaciones no solo se basan en recoger pruebas sino también en el arduo trabajo de analizar las grabaciones tanto de vídeo como de sonido. “Las escuchamos poco a poco hasta que encontramos esas respuestas del más allá”, comentan.
Pero antes de desplazarse al lugar leen la documentación histórica existente sobre el mismo. Según detallan, “vemos dónde están las leyendas que se cuentan y una vez que contrastamos que lo que se cuenta tiene cierta coincidencia con la historia, es cuando hacemos la exploración de campo”. A veces buscan algo concreto, y otras, simplemente hacen “experimentos”. Están convencidos de que “da igual que se investigue de noche o de día, si hay algo, va a haberlo”.
Desde la asociación también ofrecen investigaciones privadas en casas particulares, en negocios o en edificios públicos de forma voluntaria y gratuita. “Al final de las rutas que hago se acercan personas que piden consejos o ayuda”, dice Antonio que considera “más complicado” este tipo de pruebas “porque juegan las emociones de las personas y a veces son familiares de ellos”.
"Escuché el más allá con mis propios oídos"
En estos años, se han encontrado todo tipo de casos, desde vecinos que “quieren que saque cuanto antes lo que haya allí” hasta “una especie de mediación con una entidad para decirle que el dueño no quiere que se vaya pero si le le deje tranquilo”. Una de las experiencias más impactantes para el isleño fue la que vivió en el Castillo de Santiago de Sanlúcar donde escuchó unas pisadas en las escaleras pese a estar solo.
“No soy una persona sensitiva, no tengo esa habilidad de sentir el más allá ni la quiero, ese don o maldición según se mire. Pero allí escuché el más allá con mis propios oídos, no me hizo falta ningún aparato”, relata.
En el cerro no se escucha ni un alma mientras Antonio explica cómo proceden en cada investigación. Para llevarlas a cabo utilizan una serie de dispositivos que van sacando de una maleta y colocando sobre el capó del coche. La ermita al fondo, Antonio en un primer plano.
“En el mundo paranormal todo llega a ser energía, tanto nosotros como ellos. Nos basamos en la teoría de que la energía ni se crea ni se destruye, solamente se transforma, la ley de termodinámica de Albert Einstein”, explica.
En primer lugar muestra una bola de plasma similar a las que se ven en las estanterías de muchos hogares como elemento decorativo. “Cuando la enciendes genera un foco de energía para que ellos se aproximen a nosotros. Si la tocas, la luz de concentra en ese punto. Eso ha pasado en muchas investigaciones, como si alguien la tocara, impacta bastante”, comenta el isleño.
Otro de los aparatos que el grupo ha usado para contactar con el sacerdote es una REM Pod, es decir, un detector de evidencia fantasmal que funciona a modo de sensor del campo electromagnético. “Percibe esa subida de energía cuando se acercan. Hay compañeros que estaban recogiendo el dispositivo y han sentido como si alguien le agarrara la mano”, cuenta.
"Las energías pueden materialiazarse"
A este se suma un termómetro digital muy extendido desde el inicio de la pandemia, una grabadora o una Spirit Box. “Es uno de los aparatos más conocidos y muy criticado por Iker Jiménez. La utilizamos para intentar que ellos nos hablen, te permite tener una conversación directa y hace un barrido por las ondas de radio de AM”, explica.
Antonio saca un puntero láser y apunta a unos árboles cuyas hojas se mueven por el viento. “Las energías pueden materializarse. Dejamos el puntero pulsado y apuntando a una supeficie plana de manera que , si en algún momento cruza por delante, captamos su silueta”, detalla el isleño, que también usa una especie de “tele box” para capturar psicoimágenes. Desde su experiencia, “es muy complicado que se muestren, en los años que llevo investigando nunca se me ha sentado ninguno cara a cara”.
Interferencias, sonidos de otro mundo que retumban en una noche gélida en un espacio donde “hay muchas leyendas concentradas y justificadas a nivel histórico”. Antonio asegura que Cádiz es rica en actividad paranormal. Podría publicar un libro con leyendas de cada municipio ya que tiene recogidas más de 60 en cada uno.
Los investigadores apagan la grabadora y, justo en ese momento, empieza a llover con fuerza. Se dirigen corriendo al coche y arrancan, pero cuando se disponen a abandonar el cerro, el vehículo se queda atrapado en el lugar donde en 2015, un grupo de chavales capturaron al azar una foto inquietante en la que se intuía una niña con un traje blanco.
“Ese caso corrió como la pólvora”, dice Antonio. “Según cuentan los vecinos de la zona, durante la dictadura una niña de nueve años no obedeció a su madre y se quedó jugando por aquí, la asesinaron y se dice que su alma sigue vagando”. Ahora toca analizar el material.
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