Apenas unas pocas calles de distancia separan las casas en las que vivieron cuatro jerezanos a principios del siglo XX, en pleno barrio de San Miguel, repartidas en el entorno de las calles Zarza, Lecheras y Cerro Fuerte. Diego Pérez Núñez, Rafael Domínguez Redondo (El Panaderito), Manuel Carrasco Cortijo y Salvador Linares Barrera salieron del país poco después del estallido de la Guerra Civil y se volvieron a encontrar, años después, en Gusen, un campo de concentración cercano a Mauthausen (Austria), donde estuvieron presos más de 7.500 españoles. “Siempre me he preguntado qué pasaría cuando se vieron por allí, después de ser casi vecinos en Jerez”, dice Bartolomé Benítez (Córdoba, 1969), un historiador cordobés afincado en Jerez que ha puesto en pie las historias de cinco jerezanos —también la de Antonio de la Rosa Tozo, del que se tienen menos datos— que fueron deportados y destinados a campos de concentración nazis.
“En Jerez nadie se preguntó si había deportados jerezanos. Teníamos constancia de que había un listado de andaluces que estuvieron en campos de concentración, pero nadie se había parado a investigar ni a buscar información”, relata Benítez, que diserta sobre las historias de estos paisanos durante una conferencia en el Ateneo de Jerez, llamada Jerezanos en campos nazis, dentro del II ciclo Hablemos del silencio. El historiador lleva dos años y medio indagando en las historias de cinco jerezanos deportados, aunque también de vecinos de otras localidades de la provincia. “Hubo deportados en todos los pueblos de Cádiz”, explica.
"Deberíamos ir sumando a nivel local para construir una cultura de la memoria”, expresa Bartolomé Benítez, que hace unos años visitó Mauthausen durante el memorial que se celebra el 5 de mayo, aniversario de la liberación del campo de concentración. “Mi sorpresa mayúscula fue que yo era el único que iba de Madrid hacia el Sur. Es un dato revelador, habiendo deportados de toda España”, señala. En Mauthausen conoció a Tomás, un catalán de 80 años cuya vida giraba en torno al campo de concentración, ya que su padre estuvo retenido, las cenizas de su madre se esparcieron allí, su hijo se casó con una descendiente de supervivientes… “Me señalaba la barraca exacta en la que estuvo su padre”, cuenta Benítez. “Es un sitio que resume la historia del siglo XX”.
Los cinco jerezanos deportados son una muestra “pequeña” pero muy “representativa” de los tipos de prisioneros de Mauthausen. Todos llegan a Francia, donde son internados en campos de concentración improvisados. “Los franceses les dicen que si quieren salir de esos campos, o vuelven a la España franquista, o se apuntan a la Legión extranjera o trabajan para el Ejército. La mayoría se apuntó a las compañías de trabajadores extranjeros y se dedicó a cavar zanjas o abrir trincheras”. Cuando los alemanes conquistan Francia, estos deportados son tratados como presos de guerra bajo la protección de la Convención de Ginebra, pero el Gobierno franquista se desentendió de ellos y pasaron a manos de la Gestapo. "Es un cambio administrativo tremendo, porque no están protegidos por la Convención de Ginebra y entran en el campo de concentración como apátridas, pero luego pasan a la categoría de Rojos Españoles”.
Diego Pérez Núñez vivió y creció en la calle Lecheras de San Miguel. Su pertenencia a las Juventudes Libertarias de la CNT —llegó a impulsar el Ateneo Libertario— le llevaron a abandonar la ciudad durante la Guerra Civil, no sin dificultades. Al campo de concentración de Mauthausen llegó en agosto de 1940 y Benítez intuye que pudo ayudar a su construcción, ya que era fontanero de profesión y llegó en los primeros convoyes de prisioneros, aunque luego fue trasladado a Gusen, un subcampo de Mauthausen con una cantera aun más peligrosa, y más tarde al castillo de Hartheim, donde murió en diciembre de 1941 en una cámara de gas usada para depurar la raza aria.
Salvador Linares Barrera llegó a Mauthausen en noviembre de 1940. De este jerezano que nació cerca del Tempul hay poca información, pero se sabe que lo capturaron los alemanes en la región francesa del Loira y fue mandado al campo de tránsito de Fallingbostel, desde donde lo enviaron al campo de concentración austriaco. Rafael Domínguez Redondo, El Panaderito, vivió en la calle Zarza, donde su familia tenía un horno de pan en el que aprendió el oficio. Rafael formó parte de las Juventudes Libertarias de la CNT, salió de Jerez pocos días después del golpe de Estado de 1936, llegó a luchar en la batalla del Ebro —donde fue herido— y fue prisionero en el campo de concentración de Le Barcarès, en terreno francés, donde estaba junto a otras 20.000 personas.
El jerezano Manuel Carrasco Cortijo nació en 1915 en los Llanos del Malabrigo —entre La Barca de la Florida y San José del Valle— pero vivió luego en la calle Cerro Fuerte, en San Miguel. Una vez cruza la frontera francesa, Carrasco es destinado al campo de Saint Cyprien, donde se hacinan unas 100.000 personas en unas condiciones sanitarias y humanas deplorables. Con El Panaderito coincide más tarde, y junto a él y a otras 1.500 personas, es trasladado a Mauthausen, donde llegan en enero de 1941, para luego ser trasladados a Gusen, donde estaban Diego Pérez Núñez y Salvador Linares Barrera. Carrasco murió en noviembre de 1941 y Domínguez en febrero de 1942, suicidándose al lanzarse contra una valla electrificada.
Antonio de la Rosa Tozo es el jerezano deportado sobre el que se tiene menos información. En 1943 llega al campo de castigo de Vernet, al sur de Francia, donde llevan a los detenidos de la Resistencia, aunque se desconocen los motivos que lo llevaron hasta allí. De la Rosa viajó en un “tren fantasma” por el país galo, en un trayecto que duró ocho semanas hasta llegar a Dachau, cerca de Múnich (Alemania), y que empezaron 690 personas y acabaron 536, entre los que se murieron de hambre, los que se lanzaron a las vías del tren con el convoy en marcha o los fusilados. El jerezano murió a finales de 1944, apenas cuatro meses antes de que el campo de concentración fuera liberado por los americanos.
“Es imposible imaginarse lo que sufrieron y lo que padeció esta gente”, expresa Bartolomé Benítez, quien asegura que “tiene que haber una demanda social y democrática” para que se recupere la memoria de estos deportados, que también debe apoyar las Administraciones. “Deberíamos concienciarnos de que una democracia es mejor cuanta más memoria tiene”, señala, “para no repetir la historia y que sea el antídoto a los brotes de racismo, antisemitismo, exclusión y discriminación”.