En su cerebro -y en el de todas las personas- tienen lugar cerca de 100.000 reacciones químicas. Sus neuronas están activas una mañana de agosto tras una ola de calor y unas horas de gimnasio. José Prius Mengual, portuense de 29 años, habla con entusiasmo. Se pierde entre anécdotas mientras señala unos ratones de tinta que corren por su pierna junto a un osciloscopio. Su tatuaje rinde homenaje a su trabajo.
Este joven, fan de las cartas Magic y de las partidas de rol de 16 horas seguidas -como las que disfrutaba en otros tiempos-, es el único portuense con un contrato en una de las mejores universidades del mundo. José es investigador postdoctoral en neurobiología del sueño en el Departamento de Fisiología, Anatomía y Genética. Duerme poco. “Lo importante es la calidad, no la cantidad”, dice sentado frente al mar.
A José siempre le han gustado los retos, por eso, trata de descifrar por qué dormimos a través de métodos novedosos con roedores. “No sabemos cómo el cerebro siente la necesidad de dormir. Intentamos averiguar cuáles son los mecanismos moleculares del sueño. Dormir es un misterio que no está resuelto”, comenta el portuense, que se adentró en este mundo que se empezó a estudiar desde un punto de vista psicológico.
Con el tiempo, se han ido desarrollando definiciones distintas que complican los avances en este campo desconocido para la ciencia. “Poner en común todos los estándares es difícil. Esto no es como el cáncer, que van todos a una. Nosotros estamos influidos por la creencia sobre lo que es el sueño, todos lo experimentamos, el cáncer no”, explica.
José siempre ha sido amante del razonamiento y, desde muy pequeño, apuntaba maneras. Nunca memorizó las tablas de multiplicar, la entendía y la razonaba. Por eso, cuando llegó al IES Mar de Cádiz, estudió el Bachillerato de Ciencias y, posteriormente, un grado en Bioquímica y un máster en Biotecnología en la Universidad de Córdoba.
“Tenía claro que era un inútil para un trabajo de ocho a tres y opté por el doctorado”, expresa. El portuense acababa de completar su trabajo de fin de máster en el que le habían dado vía libre para hacer lo que quisiese. Antes habría completado un trabajo de fin de grado sobre las bacterias del vino que vio "que no era lo que me llamaba”.
Cuando finalizó el máster, se puso a buscar laboratorios de neurociencia en España y acabó enviando un correo a su futuro jefe de doctorado, Antonio Rodríguez Moreno. “No me conoces, no te conozco, pero quiero hacer un doctorado contigo porque me parece que lo que haces es interesante”, recuerda. Así, en 2016, empezó a investigar los mecanismos celulares y moleculares involucrados en los cambios de plasticidad sináptica durante el desarrollo en el departamento de Anatomía, Fisiología y Biología Molecular de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla.
"El primer año de doctorado lo hice por amor al arte, sin cobrar"
José hizo un doctorado intensivo, trabajaba de 8.00 a 22.00 horas y, después, asistía a clases de inglés para obtener el B2. Dos años y medio más tarde, lo había acabado. Además, con el apoyo de su jefe logró un hueco en Nature communications, una de las mejores revistas científicas del mundo. “El primer año lo hice por amor al arte, sin cobrar, luego me dieron una beca”, sostiene el portuense, que cuando le quedaban meses para presentarlo, decidió embaucarse en una nueva aventura. Su objetivo era hacer un doctorado internacional y tenía muy claro que quería ir a Oxford o a Cambridge.
“Mi idea era vivir la fantasía que estaba allí, pero no quedarme”, expresa el investigador, al que la vida le puso por delante una oportunidad que no se esperaba. En abril de 2019 aterrizó en Oxford, sin tener un gran nivel de inglés, pero muchas ganas de comerse el mundo.
Y así lo hizo. Conoció un laboratorio en el que ofertaban una plaza de posdoctorado que, en un principio, ni se planteaba solicitar porque pensaba regresar a su tierra. Pero a un mes de finalizar su contrato, cambió de opinión. Por una serie de circunstancias debía quedarse allí y rellenó el formulario.
"Incluso los animales echan la siesta"
“Mi trabajo era de laboratorio, con pipetas, muy preciso, y este era en vivo, trabajando con animales vivos. Yo no esperaba ganar esa plaza. No tenía experiencia. Yo iba de frente, no sé programar, pero tengo sentido común y ganas de trabajar”, cuenta a lavozdelsur.es. In extremis, cuatro días antes de finalizar su contrato, se convirtió, con 25 años, en investigador postdoctoral que dirigía a compañeros que tenía 10 años más que él.
Desde entonces, José trabaja entre ratones. “Incluso los animales pueden echar la siesta. Durante la vigilia la actividad neuronal desgasta el cerebro, una siesta puede ayudar a llegar al final del día en mejores condiciones cerebrales”, sostiene.
En su rama, cada persona se relaciona de forma diferente con el sueño. “Es un problema que tenemos en el campo de investigación del sueño, hay diferentes estándares y es difícil unificar el criterio de distintos laboratorios”, dice. Es complicado estudiar algo tan diferente y variable en cada persona, pero a José le gustan los desafíos y disfruta desentrañando desde un punto de vista científico cómo descansa el cerebro. “El sueño es muy subjetivo. Tú puedes sentir que estás mucho mejor de cómo estás, yo he visto pacientes que se han dormido en mi cara y han jurado que no se han dormido”, añade.
En su investigación, destaca la diferencia entre dormir y soñar. Esta última, para él, “es casi imposible de estudiar porque no puedes comunicarte con un cultivo de células para entender qué sueñan”. Él se centra en la acción vital que, a veces, las personas descuidan por múltiples razones.
“Dormir es esencial, porque si no, la evolución la habría quitado de en medio. “Es un tiempo en el que somos vulnerables y evolutivamente es una desventaja. El hecho de que se haya conservado desde el principio de la evolución, nos habla muy claramente de lo importante de su función, aunque esta todavía nos sea desconocida”, reflexiona. José lo está haciendo estos días en su ciudad natal antes de iniciar su próximo reto, sueño y epilepsia.
Comentarios (1)