Hay historias interminables, algunas incontables y otras indispensables. Cuando se dan tres de estos factores es obligado desempolvar la vieja Olivetti y al compás de golpes de tinta recordar viejas batallas sin acabar, sin contar, todavía necesarias para entender el pasado de un país desquebrajado. La de ahora se cuenta en detalladas ocasiones, salvando el lugar de donde procede la historia, y menos aún las incógnitas de un suceso que mantuvo en vilo a todo un pueblo.
Corría el año 1936, era agosto. Un grupo de militares había iniciado un golpe al Estado hacia el mes de julio, pero no había acabado de fructificar. La mayoría de las fuerzas armadas del país decidieron, en primera instancia, mantenerse fieles al Estado. En Cádiz, en los primeros tres días se suceden conflictos que acaban con el derrocamiento de la alcaldía y la llegada de Ramón de Carranza el 26 de julio. Un Carranza que, según indica el doctor en Historia Santiago Moreno Tello, “semanas antes de la sublevación se encontraba preparándola con Sanjurjo, uno de los jefes militares de la misma, en Portugal”.
Las tropas de los Regulares llegadas desde el norte de África comenzaron a expandirse por el sur de la península, con la ayuda de generales y militares organizados en torno a ciertas figuras locales. Parte de la Armada también fue colaborando con los sublevados. Algunos mandos se mantuvieron hasta el final de la Guerra Civil, otros sufrieron motines de guerra, con juicios sumarísimos incluidos. Este es el caso de dos destructores que formaban parte de la flota española, el ‘Sánchez Barcáiztegui’ y el ‘Churruca’. Este último protagonizó varios episodios que, si bien llenó de terror varias poblaciones gaditanas, incluyendo Cádiz, no causó ninguna víctima, aunque sí llevaba una misión clara: castigar el apoyo a la sublevación militar.
Motín a bordo
El ‘Churruca’ era un buque de guerra que sus mandos habían decido apoyar a los sublevados. Transportaba, junto al ‘Ciudad de Algeciras’ (barco de pasajeros), al primer tabor y al 2º escuadrón a pie, del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Ceuta nº 3, procedentes de aquella plaza africana, según indica Jesús Núñez en su tesis sobre la Guardia Civil en Cádiz. Esto fue determinante para el devenir de los acontecimientos, “ya que inclinó la balanza de lado sublevado”, según se apunta en la publicación ‘Guerra, Franquismo y Transición’.
El destructor Churruca, sin autoría conocida (extraída de Internet).
El 16 de julio el Churruca, que permanecía en Cartagena, partió hacia Cádiz en misión oficial de una manera “un poco extraña”, como apunta en la revista Estampa Manuel Rubio, uno de los marineros que se hallaban a bordo del acorazado. Una vez en Cádiz partieron hacia Ceuta, donde no entraron hasta la mañana del 17 de julio cuando se produjo una pequeña explosión en el barco. “Esta coyuntura la aprovecharon los oficiales traidores para acercarse a Ceuta”, resalta Rubio, “poco después, empezaron a surgir en los muelles grupos de regulares y de legionarios, que tomaron el barco por suyo”. Reconoce que fue grande la sorpresa y que nadie les había hablado de esa intención de la misión. Según cuenta “los jefes tenían la cara larga y cambiaban miradas significativas, sin embargo, los moros parecían contentos”, concluyendo que los marineros presentían “que aquello acabaría mal”.
Partieron hacia Cádiz donde salió a recibirlos “el traidor Varela”, según el marinero, “que estaba radiante. Presenció el desembarco de mercenarios y, al verlos, le dijo al segundo comandante de nuestro barco: Esto marcha mejor de lo que esperábamos... Parece mentira lo pronto que se ha arreglado todo...”.
Por su parte, el rotativo Ahora recoge que, al desembarcar la primera expedición de Regulares, “al darse cuenta de que no eran órdenes del Gobierno, se presentó en Cádiz, conminando con bombardearlos si no se rendían”. “Su tripulación, tan pronto como desembarcaron las tropas y se vieron libres de los soldados mercenarios, han comprendido la vileza de su jefe y le han detenido, reintegrando el buque al servicio y obediencia del Gobierno”, tal y como hacía referencia el rotativo.
En el juicio sumarísimo contra el comandante, Fernando de Barreto y ocho oficiales el fiscal calificó los hechos de un delito “de rebelión militar, con las agravantes que en este caso concurren para los profesados”- publicándose así en El Liberal- pidiendo “la pena de muerte”. El 21 de agosto de ese mismo año fueron fusilados en la Cárcel Provincial de Málaga.
Junto al Churruca varios faluchos y pesqueros gaditanos transportaron víveres y militares desde Ceuta, eludiendo en todas ocasiones el control del Gobierno, al ser barcos de almadraberos y pescadores. La intención del destructor era volver a Cádiz, donde había estado ya, y donde el Cervantes había bombardeado la plaza tras el Golpe. Sin embargo, según se publica en prensa el buque “fue bombardeado por tres hidroaviones nacionales que le causaron importantes averías” y por ello, “se dio inmediatamente a la fuga”.
Consorcio Nacional Almadrabero
Retrocediendo unos años antes, a finales de los años 20, Miguel Primero de Rivera decide realizar una nacionalización de la industria almadrabera que operaba por el sur y levante español. Las empresas gaditanas y onubenses, entonces las más pujantes en el mercado, se agruparon en torno al Consorcio Nacional Almadrabero. Una organización que tenía en sus primeros meses de vida -el 14 de diciembre de 1928 se aprobaron sus estatutos- como consejeros a Ramón de Carranza (presidente), Serafín Romeu, Arsenio Martínez de Campos, Tomás Pérez Romeu, Bartolomé Galiana Vaello y José Vázquez Correa.
Estado de parte de la fábrica del CNA tras el bombardeo (i), cedida F. Serván.
Lo que se había realizado era una monopolización del sector en manos de algunos de los oligarcas “más importantes empresarios de la industria del atún, en Huelva y Cádiz”, según señala David Florido del Corral en su estudio ‘Las almadrabas andaluzas bajo el Consorcio Nacional Almadrabero’.
La relación con los trabajadores fue más tensa desde entonces. Las huelgas se fueron sucediendo tanto en la etapa de la dictadura de Primo de Rivera como con la posterior llegada de la República. Amén de las condiciones económicas, la llegada de mano de obra barata y extranjera hizo estallar por los aires las redes de los copos almadraberos. En mayo del 36 se publicó en el BOE el nombramiento de hasta tres delegados del Estado, dentro del consejo de administración (lo normal era un representante). “Entre los opositores al Consorcio estaban los movimientos sindicales que se desarrollaron con la República”, destaca Florido, indicando que la UGT intentó convertir sin éxito “el pósito de pescadores –anteriores a las cofradías- en una asociación sindical desvinculada del Instituto Social de la Marina”. Incluso en Ayamonte, en marzo del 36, se hizo una propuesta al ministerio para cambiar el CNA por una Cooperativa de Pesca. El clima era tenso y se sucedían los conflictos, mientras se redactaban las Bases del Trabajo con José León de Carranza como representante de la patronal.
En la misma desembocadura del río Barbate se hallaban las fábricas del CNA, propiedad de Serafín Romeu, conde de Barbate. Un empresario, aristócrata y político que había heredado de su padre la industria almadrabera, y que en los últimos años, según el historiador local Antonio Aragón, “modernizó las factorías y triplicó su producción”.
A la zona de la Chanca llegaban los atunes capturados, se procedía al ronqueo y a su posterior proceso de conservación (con fábrica de latas, tinajas de aceite, etc.), según recoge el Diario de Cádiz, tras una visita al lugar por parte de grandes autoridades como Niceto Alcalá Zamora o el general Sanjurjo en 1922.
Represalias del Churruca
En la mañana del 26 de agosto de 1936 los más de cien metros de eslora se disponían a atacar poblaciones del litoral gaditano. Tanto Vejer de la Frontera como las aldeas de Zahara de los Atunes y Barbate habían depuesto a sus alcaldes democráticamente elegidos en febrero de ese mismo año, por miembros afines a la Falange.
Aquella mañana el Churruca, que se mantenía fiel al Estado, dispensó, según las fuentes orales, “81 cañonazos hacia las fábricas almadraberas”, destrozando parte de la fachada que daba a la playa y destruyendo una de las chimeneas.
La población huyó despavorida, avisados con antelación del bombardeo, hacia varios lugares, principalmente hacia Vejer, por carretera; al pinar de la Breña –al conocido como Hoyo de los Palancones- caminando; o un resguardo antes de llegar a la Barca de Vejer (El Bañaero), por el río Barbate. Allí se refugiaron mientras duraba el ataque, quedando la aldea prácticamente vacía.
La publicación El bombardeo del Churruca de Francisco Malia, Fernando Rivera y Juan Daza recopila una serie de comentarios recabados a personas que vivieron in situ el suceso. Todos coinciden en lo esencial, que fueron avisados, que el bombardeo destruyó parte de la fábrica del Consorcio y que no hubo que lamentar víctimas.
Esto refuerza la teoría de historiadores como Santiago Moreno que sostienen que este ataque fue “un castigo del Estado contra los que habían apoyado la sublevación”, explicándose esto porque “el ataque no era civil, no se dañó a ninguna vivienda, ni siquiera la vivienda contigua de Serafín Romeu”. De hecho, el chalé del conde de Barbate no llegó a ser bombardeado en ningún momento, manteniéndose intacto. “Con esto se castigó de manera directa a los empresarios que formaban parte del Consorcio –como Ramón de Carranza, Martínez Campos y el propio conde-, que estaban siendo parte implicada en la sublevación militar”, sentencia Moreno Tello.
JJ Benítez y el no milagro
El periodista y escritor Juan José Benítez en una serie de artículos publicados en Diario de Cádiz, bajo el título de ‘Al filo del misterio’, dejaba constancia de este asunto. “No hubo milagro en el bombardeo de Churruca en Barbate”, señalaba que no se trataba de un capricho divino, sino de una consecuencia del propio capitán. Tras el motín de abordo y el inicio del juicio contra el anterior capitán, el mando del destructor que seguía las órdenes del gobierno de la República, lo tomó Luis Núñez de Castro.
Benítez cuenta en el artículo que tras una conversación casual con este marino, muchos años después del suceso, le relató que el barco “había zarpado de Málaga en una misión de castigo sobre aquellas poblaciones que, directa o indirectamente, habían hecho posible el paso del llamado Convoy de la Victoria y Barbate, al igual que Tarifa, estaba en la lista”. Sigue el relato del propio capitán –contado por el periodista- indicando que al situarse frente a la población se propuso “utilizar algún truco, alguna triquiñuela, para evitar la masacre” porque “no era justo matar inocentes”.
Por ello, el capitán Núñez de Castro se fijó en la alta chimenea de la fábrica “y desafió a los cabos especialistas, encargados de los cañones, apostando a que no eran capaces de acertarle”. “A decir verdad, ninguno de los tripulantes del barco sabíamos que aquello era una importante fábrica de salazón”, añadía el antiguo comandante del Churruca.
Tiempo más tarde el investigador local Malia Sánchez remite una carta al propio capitán, para que le aclarara si realmente no recibió órdenes de bombardear la fábrica. El propio Núñez de Castro, que contestó con otra misiva, reconoció no acordarse de tal orden pero suponía “que la que recibió a bordo el Comité del barco era bombardear objetivos de Tarifa y Barbate (…) y el objetivo era naturalmente la fábrica y el puerto, no la iglesia, la casa del cura o del alcalde”.
No obstante, observándose las fotografías que dan fe de aquellos disparos, de las dos chimeneas solo una, la más pequeña, fue tocada. Esto supone, a tenor de lo que narra el capitán, que los cañoneros tenían mala puntería o que “la triquiñuela no fue tal”.
Las fuentes orales han contado tradicionalmente que el Churruca lanzó “hasta 81 cañonazos sobre la fábrica del Consorcio”. Como la población huyó, muchos no hablan de la supuesta presencia de más elementos en la escena, solo el destructor vía marítima. Sin embargo, en el Diario de Córdoba, días después del suceso, se da constancia del hecho destacando la actuación de la aviación nacionalista: “el bombardeo de un submarino pirata que se acercó a Barbate para robar las existencias de una fábrica de conservas”. Según sigue la noticia, el “submarino” salió huyendo sin “conseguir su objetivo”.
Otros motivos del bombardeo
Al hilo de las posibles causas, según mantiene Aragón en su publicación digital sobre la vida y obra de Serafín Romeu, “los dirigentes del Consorcio, a través de Arsenio Martínez Campos, cedieron a los golpistas dos faluchos propios con el objeto de ayudar a las tropas a atravesar el Estrecho”. Se trataba de una contribución “que logró pasar a unos 150 hombres, pero decisiva, como se vio en Tarifa”.
En el libro ‘Historia del Movimiento Liberador de España en la Provincia Gaditana’, de Eduardo Juliá Téllez se hace referencia a este asunto, incluyendo que se trataba de faluchos que partieron de las almadrabas de Gallineras y Sancti Petri, ‘Nuestra Señora del Pilar’ y ‘Pitucas’, respectivamente. Entre los embarcados estaban, como apunta Juliá Téllez, “Manuel Mora Figueroa como teniente de navío”, así como los hermanos “Carlos y Manuel Romero Abreu, Juan Arcusa y Francisco Martínez de Toledo”.
Panorámica de la fábrica del CNA tras el bombardeo (III), cedida Fran. Serván.
No fue ésta la única vinculación demostrable entre el CNA y los sublevados, ya que en septiembre de 1936 el periódico El Sol publica una noticia sobre un registro realizado en el despacho del Consorcio en Madrid, propiedad de Serafín Romeu. Al parecer, en él se encontró “abundante correspondencia relacionada con el movimiento faccioso sostenida entre estos aristócratas y los capitanes de la Marina mercante”. Por otro lado se hacía referencia al hallazgo de “uno de los mejores ficheros relacionados con el movimiento, en el que figuran personas civiles y militares”.
Con estas bases a principios de octubre de 1936 el Gobierno de la República ordenó la incautación del Consorcio Nacional Almadrabero, como así se publicaba en La Libertad. Días después se dejaba constancia en El Cantábrico de los motivos de tal decreto, haciendo referencia a “la partición manifiesta que en la rebelión militar fascista han tomado los elementos más destacados del Consorcio”. Así, el Estado dejaba rescindido el CNA e incautaba “almadrabas, pesqueros, fábricas, chancas de salazón, secaderos, depósitos, varaderos…”, en definitiva, de cuantos elementos de riqueza formaran parte de la sociedad “en España o en el extranjero”. Por tanto, un severo castigo a los empresarios que formaban parte de la entidad, como fueron Carranza, Martínez Campos o el propio conde de Barbate.
Estado actual del chalé del conde.
Barbate no fue “tocado” más durante la Guerra Civil, de hecho, el 11 de marzo de 1938 se firmó el expediente de Segregación de Vejer, constituyéndose como municipio independiente. Hoy se recuerdan en el pueblo las bombas del Churruca y la metralla sigue como un fósil del tiempo en la fachada de lo que queda de las fábricas del Consorcio. Suerte dispar corre el chalé contiguo, que si bien fue capaz de aguantar el bombardeo sin daño alguno, no ha podido resistir el bombardeo del tiempo, permaneciendo actualmente en un estado ruinoso con sus más de cien años de vida.
Los ‘churruquitas’
A modo anecdótico, según se conoce por tradición oral y está registrado en publicaciones como ‘El habla de Barbate’, a la generación que nació nueves meses después del susto del destructor, se le empezó a conocer como los “churruquitas”. Así lo reivindicaba el periodista y escritor isleño Manuel Barrios en un artículo de opinión publicado en el 17 de octubre del 2000, “a los nueve meses del sucesos nacieron en Barbate más niños de los habituales”, matizando con cierto tono jocoso, “al parecer concebidos de contrabando a la sombra de los pinos”.
Luis Rossi. Periodista y escritor.
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