Hay bullicio en los alrededores. Muchos niños y niñas salen de las catequesis, otros tantos feligreses saludan al párroco; atascos para entrar en el supermercado, gente esperando a las puertas de las urgencias de un centro de salud en decadencia. Más allá sigue el juego en un parque infantil nuevo.
El barrio de San Antón, en Carmona (Sevilla), es un ir y venir de personas. Y su parroquia actúa como punto neurálgico del vecindario. Dentro de la parroquia, la solidaridad encuentra su mejor expresión en el trabajo incansable de un grupo de doce voluntarios —incluyendo al párroco— que durante tantas y tantas tardes se reúne para atender a las más de 120 familias que dependen de su ayuda. Encabezados por Paco Conde, quien lleva 25 años al frente de Cáritas Parroquial, este equipo se convierte en una fuente de esperanza para muchas personas que viven en situaciones de precariedad extrema.
Las intervenciones son muy heterogéneas. Los beneficiarios proceden de catorce nacionalidades distintas. Como explica Conde, "es un reflejo de las necesidades del entorno, donde hay poco trabajo, pocas fábricas y mucho paro, aunque cada vez menos. Aquí, según mi criterio, las carencias son visibles y constantes". Aunque las puertas se abren oficialmente a las 18:30 horas, la actividad comienza mucho antes. Los voluntarios llegan con tiempo para reunirse, organizar alimentos, revisar listas y preparar todo lo necesario para que la atención a las familias sea lo más eficiente posible. Y pedagógica.
Un cuarto de siglo de compromiso
Paco Conde representa el alma de Cáritas de San Antón. Jubilado de la antigua Sevillana de Electricidad, dedica su "tiempo libre" a esta labor que, según indica, ha sido "más que un trabajo, una vocación". A lo largo de 25 años, ha visto cómo, a pesar de los cambios sociales, la ayuda es clave: "Cambian las nacionalidades, quizás, pero las necesidades siguen siendo las mismas: alimentos, ropa, electrodomésticos y, sobre todo, una oportunidad para salir adelante", comenta mientras organiza las donaciones.
Sin embargo, es consciente de que no todo puede resolverse con ayuda material. Desde la parroquia han organizado cursos para enseñar a las familias cómo alimentarse con un presupuesto limitado, pues la idea es "que no solo dependan de nosotros, sino que aprendan a manejarse mejor en la vida", explica. Esta dimensión educativa es clave para romper el ciclo de dependencia transmitido de generación en generación, pues "hay familias donde primero venían los abuelos, luego los padres y ahora los hijos. Es como si la pobreza se heredara y eso es lo que queremos evitar", señala con determinación.
El desafío de los jóvenes
Uno de los grandes retos a los que se enfrenta la iglesia que camina es la de atraer a las nuevas generaciones para que se sumen a esta labor. Sergio García, párroco de San Antón, reflexiona sobre esta dificultad: "Los jóvenes tienen compromisos con el gimnasio, el deporte o sus estudios, pero falta un compromiso más profundo con lo social. Creo que vivimos en una sociedad muy centrada en el individuo y eso dificulta que se involucren más en causas como esta".
A pesar de ello, la parroquia ha hecho esfuerzos por captar su atención mediante programas específicos, como el voluntariado organizado con institutos locales. “Hace unos años, logramos que un grupo de estudiantes viniera a ayudar los miércoles. Jugaban con los niños, les daban la merienda y les ayudaban con los deberes. Fue una experiencia muy bonita, pero no conseguimos que se mantuviera en el tiempo”, recuerda Paco con cierta nostalgia. Sergio García añade que esta falta de continuidad también se debe a la precariedad que afecta a los jóvenes, pues muchos están estudiando, trabajando o buscando empleo y, así, “es difícil comprometerse cuando la vida ya es un desafío constante. Pero tengo fe en que, poco a poco, podamos construir ese relevo generacional", afirma.
Una tarde en Cáritas
El reloj marca las 18:30 horas y los primeros beneficiarios comienzan a llegar. Una madre con dos hijos pequeños espera pacientemente su turno, mientras los voluntarios trabajan con rapidez y precisión. Cada familia tiene necesidades específicas y el equipo se esfuerza por atenderlas todas. No se trata solo de repartir comida; “también escuchamos, aconsejamos y, en muchos casos, acompañamos a las personas en su proceso de salir adelante", explica una de las voluntarias.
Hoy, una de las familias más afectadas por las recientes riadas en la urbanización de Entrearroyos recibe una lavadora y un frigorífico. Paco comenta que estos electrodomésticos fueron posibles gracias a una colecta extraordinaria organizada por las hermandades locales, quienes “están ahí para echarnos una mano. Junto con el Banco de Alimentos y la Hermandad de la Santa Caridad, forman una red de apoyo que es fundamental para nuestra labor”, asegura.
La tarde avanza entre conversaciones y gestos de agradecimiento. Algunos beneficiarios se detienen un momento para compartir sus historias, como la de un joven migrante que llegó a España buscando una vida mejor pero que, al enfrentarse a la falta de empleo, ahora depende de Cáritas para alimentar a su familia. "Es duro, pero estamos agradecidos por la ayuda. Sin ellos, no sé qué haríamos", confiesa.
Más allá de la ayuda material
Para el párroco de San Antón, “no somos una ONG. Lo que hacemos nace de nuestra fe, y creo que eso es lo que nos diferencia", explica. Este enfoque espiritual permite que el grupo mantenga una unidad que trasciende ideologías políticas o diferencias personales. “Aquí trabajamos todos juntos, sin importar de dónde venimos o qué pensamos. Lo importante es ayudar", añade Paco.
A medida que la jornada llega a su fin, Paco y Sergio se detienen un momento para hablar sobre el futuro. “Sabemos que no podremos hacer esto para siempre. Necesitamos jóvenes que tomen el relevo, que vean esta labor como algo suyo”, dice Paco con esperanza. Sergio, por su parte, confía, de nuevo, en la Providencia. “Siempre llega lo que necesitamos y tengo fe en que también llegará ese cambio generacional. La solidaridad no desaparece, solo necesita nuevos caminos”, afirma.
Cuando el reloj araña horas de la noche ya de recogida, las puertas de Cáritas se cierran, pero el trabajo no termina. Los voluntarios comienzan a recoger, organizar y planificar el próximo día de intervenciones, demostrando que la solidaridad es un esfuerzo constante. Y es que Cáritas sigue siendo un testimonio vivo de cómo la generosidad y la fe pueden transformar vidas. Simplemente arrimando el hombro.
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