El vencejo es un ave extraordinaria que se encuentra, lamentablemente, en peligro de extinción. Son capaces de predecir la lluvia, pero lejos de ponerse a salvo de la tormenta, elevan su vuelo para sortear las nubes. Cuando se precipita al suelo tras sufrir algún accidente por los aires, difícilmente suele sobrevivir por el pequeño tamaño de sus patas, que le hace casi imposible que levante el vuelo. Por eso, muchos lo consideran el rey de los cielos, ya que pasa casi toda su vida volando.
Este pájaro veloz y cantor es el favorito de Pablo, uno de esos niños con una sensibilidad especial que, por desgracia, se encuentra en riesgo. Durante meses ha tenido que aguantar un chaparrón diario de insultos, agresiones y aislamiento. Su caída ha sido provocada por la crueldad de otras niñas y niños que, a pesar de sus cortas edades, son capaces de llevar a otro compañero a un precipicio emocional del que es muy difícil salir.
"Levantar a un niño de acoso escolar con las terapias psicológicas no alcanza a veces. Los padres tienen que buscar otros recursos adicionales para poder paliar esto. Si lo haces por la Seguridad Social, es una visita cada tres meses. Si vas por lo privado, no te alcanza el presupuesto para ir cada semana". Quien detalla esta realidad es Fanny, la mamá de Pablo, una argentina de nacimiento, acunada en las venas abiertas de Latinoamérica, que jamás imaginó sufrir el maltrato de las instituciones que miran hacia otro lado ante el acoso escolar.
El 2 del 2 del 22, un día muy esperado por Pablo por lo curioso de la simbología, fue cuando este pequeño nacido en Madrid sufrió una agresión a primera hora en el colegio. Desde entonces, el bullying se convirtió en ese compañero inseparable que le llevó a una situación emocional bastante difícil. Él no quería mostrar su fragilidad en el colegio, trataba de enfrentarse a las descalificaciones con entereza, pero al llegar a su casa se desmoronaba por completo.
Una poesía desgarradora
Un día en clase, la tutora que planteó al alumnado que participara en un concurso de poesía en homenaje a Paloma Navarro, una niña que perdió tristemente la vida. "Pasaban los días y Pablo estaba muy agobiado porque iba venciendo el plazo y no lograba sacar nada. Rompía una hoja y otra sin que le saliera nada. Le dije que escribiera alguna chorrada o un rap, pero él me decía que tenía que decir algo que fuera suyo", relata su madre, quien le propuso finalmente que escribiera algo sobre lo que le estaba pasando.
Fue entonces cuando este pequeño encontró refugio en letras y escribió un poema de los que duelen, de los que dan una puñalada de impotencia al alma.
"Cuando leí la poesía, lo primero que le dije a Pablo fue que esto nos iba a traer más problemas todavía". En ese momento, el protocolo de acoso escolar estaba abierto, aunque desde el centro nunca indicaron a la familia qué medidas se estaban tomando. "Era un ocultismo terrible. Pablo estaba sufriendo un aislamiento total. La única medida que pusieron era no acercarse a Pablo, que miente, se lo inventa todo y que nadie lo mire ni lo toque, vaya a ser que le pasase algo y fuera a ser verdad lo que estábamos contando nosotros", detalla Fanny.
"Las familias no tenemos acceso a la información que se refleja en los protocolos de acoso escolar, que sin duda se manipulan y llegan distorsionados a Fiscalía, que los cierra sin poner medidas de reeducación. Es un sistema que deja indefenso al menor porque la familia no puede ejercer su defensa. Los funcionarios educativos lo saben, no reciben penalización por estos actos. Y los niños y jóvenes quedan destrozados porque lo primero que hace la institución es negar el caso y minimizarlo. En definitiva, protege a los violentos", destaca la madre de Pablo.
Los días fueron pasando y al chico deciden cambiarlo de clase sin ninguna explicación. Una medida a la que se opone su madre al considerarla muy injusta, pero al verse sin otra salida, acorralada, acaba accediendo y le hace ver a su hijo que en vez de un castigo puede ser tal vez un premio.
Pablo entregó finalmente su poesía al maestro Agustín, su nuevo tutor. Sus letras llegaron al concurso y el jurado la leyó, pero nadie, ni representantes del Ayuntamiento, ni del claustro de maestros, ni de las familias del centro, se preocuparon por la situación denunciada por el menor en sus sentimientos.
Una paloma muy especial
Enamorado de la naturaleza, Pablo es un auténtico apasionado de las aves. Cuando vivía en Madrid rescataba gorriones que se caían de los árboles y los alimentaba. Se quedaban muchísimo tiempo en su casa, podían pasar horas y horas en su hombro. Conectaba mucho con los pájaros. En Vilches (Jaén), el pueblo al que se mudó junto a sus padres poco antes de declararse la pandemia por coronavirus, anidan muchos estorninos que, cuando el tema del acoso estaba en su punto más preocupante, empezaron a caerse de los árboles como en aquel cuento de García Márquez en el que llovían aves del cielo presagiando malos augurios.
Tal era el amor que sentía por los pájaros, que muchas veces llegaba tarde al colegio porque camino de la escuela se encontraba a alguno caído en el suelo y regresaba a casa para dejarlos al cuidado de su madre. "Me daba las instrucciones de las papillas y yo me ponía a cuidar a los gorriones, a armar los nidos a los estorninos, mientras que él estaba en su colegio. Después, él se ponía a cuidarlos. Era su terapia. Él estaba salvando a los pájaros como quería que le salvasen a él".
La presión del aislamiento iba creciendo, al igual que los rumores sobre él y la señalización de muchos compañeros diciéndole que era mentiroso, que nadie le había hecho bullying. Su madre, consciente del amor de su hijo por las aves, le preguntó por cuál era su favorito. "Me dijo que el vencejo, porque no aterriza nunca, se mantiene en vuelo permanente. Me dio una clase sobre sus características y aluciné. Me dijo que su gran ilusión era coger algún día un vencejo y verlo con sus manos, cómo eran sus alas, sus patas, porque tiene patas muy cortas y no se puede poner en pie. Tuve que irme a la habitación a llorar. Hacía el paralelismo de su vida con este pájaro".
A los pocos días de aquella conversación, demostrando que la realidad puede superar a cualquier escena del realismo mágico, Fanny vio sobrevolar en el patio una mancha negra. Pensaba que se había caído un estornino o un mirlo. Pablo salió corriendo y regresó en las manos con un vencejo. Se puso a darle besos, lo tuvo un tiempo, lo tranquilizó y lo echó a volar. Le ayudó a sobrevivir. Se ayudaron a seguir con vida.
Desde ese día, curiosamente, la situación mejoró levemente en el colegio y Pablo evolucionó mentalmente un poco. Su madre, consciente de que tenía que seguir derribando por su cuenta esos muros que la administración cada vez levantaba más altos, pensó en una curiosa manera para intentar combatir el aislamiento. Una mañana se acercó al bazar del pueblo y compró 20 sobres de cartas Pokémon. "Le dije a mi hijo que las sacara en el cole, que las pusiera una al lado de la otra y que si los niños se acercaban, aunque los maestros les habían dado instrucciones contrarias, así tendrían algo que compartir", cuenta Fanny. Y así fue, las abejas no se resistieron a la miel y se armó una fiebre tremenda por los Pokémon.
Con el psicólogo, las aves y las cartas, Pablo iba remontando su vuelo hacia la libertad y la inclusión en su colegio. Con las aguas bajando algo más calmadas, una paloma comenzó a posarse por las mañanas en el patio de la casa familiar. Siempre llegaba a la misma hora, poco antes de que el joven saliese camino del colegio. Pablo, que estaba siempre pendiente de las aves, le dijo que le pusiera una escalera en el patio porque quería ver de cerca a la paloma, que se paraba en el tejado de enfrente. "Él subió un día y me dijo que sabía quién era esa paloma, que era Paloma Navarro, que ella sobrevuela el pueblo y sabe la verdad de lo que ha pasado y que por eso viene a esta hora. Yo le dije que se fuera tranquilo porque la paloma lo sabe todo". Una historia mágica, casi de cuento, pero que ha ayudado a Pablo para enfrentarse a sus días más grises y tristes.