Nada más empezar la entrevista, Marina Liberato, una gaditana de las que nace donde quiere —concretamente en Melbourne, Australia, en 1975—, quiere dejar claro que accede a hacerla a cambio de que los protagonistas sean sus hijos, Fathi, Ayoub y Mohamed, presentes en la charla. Otro Mohamed no puede acudir porque tiene que estudiar. No los ha parido, pero forman una familia numerosa de seis miembros, ellos cinco y Emilio, el marido de Marina.
Ayoub, Mohamed, Fati y Mohamed no son hermanos de sangre, pero sí en la práctica. Ambos conviven en la misma casa, comparten mesa durante las comidas, y también sueños y desvelos. El anhelo de los cuatro, todos ellos marroquíes, es encontrar pronto un trabajo que les permita tener independencia, un futuro mejor para ellos y para sus familias, que dejaron en su país de origen.
Los jóvenes, que rondan la veintena, conviven con Marina y Emilio porque hace cuatro años, por casualidad, a ella la incluyeron en un grupo de WhatsApp de familias acogedoras de la provincia de Cádiz. Liberato lleva desde los años 90 ejerciendo como activista por los derechos humanos, colaborando con la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes en Sevilla durante su etapa estudiantil, y trabajando en asentamientos chabolistas ayudando a familias. La realidad de estos muchachos no le era ajena.
“Lo que nunca me imaginaba es que iba a tener una familia numerosa”, comenta Liberato, que es pedagoga y psicóloga, con estudios también en Ciencias Políticas y Sociología, con un máster en Prevención de Riesgos Laborales y en Nuevas Tecnologías para el Aprendizaje. Con este bagaje, no dudó cuando le propusieron que acogiera a un joven que no tenía donde dormir durante unos meses, los que transcurrían desde su salida de un centro de menores hasta que entraba en un recurso de acogida.
Desde entonces, han sido trece o catorce los que han vivido con ella y su marido, ya casi ha perdido la cuenta. En su casa les aporta techo, comida y cariño, “lo que debería darles el sistema”, dice Liberato, “que es la tranquilidad de saber que en X meses no los van a echar a la calle sin saber qué será de su vida”. Y añade que lo más importante es aportarles “mucho cariño, que es lo que más necesitan”.
Marina Liberato, tras alinearse muchos astros, como dice ella, es la candidata de Podemos a la Alcaldía de Cádiz, tras confirmarse que la formación morada concurrirá en solitario a las elecciones municipales, y no dentro de la coalición que forman Adelante e Izquierda Gaditana. “No quiero que se piense que me aprovecho de ellos para hacer política, sino que lo hago para que la gente tenga una visión diferente del chico extutelado, de cómo les cambia la vida, y de lo que significa que te echen a la calle con 18 años, con una mano delante y otra detrás”, dice.
Un ejemplo es el de Fathi El Harraf. Cuando tenía 16 años, decidió que tenía que salir de su país si quería prosperar. De Beni Melal, una ciudad de 200.000 habitantes situada casi en el centro del país, se fue dejando a su madre y a su hermana. Se crió sin padre y pronto quiso dejar de ser una carga y ayudar a su familia.
Cuando reunió los 4.000 euros que le pidieron para poder subirse a una patera, se montó en ella, junto a más de 40 personas, y cruzó el Estrecho hasta la Península. En los casi seis años que lleva en España, ha trabajado sin contrato, ha dormido en la calle durante dos largos años, y ha recorrido varias ciudades hasta dar con Marina.
“Hay quien dice que los inmigrantes venimos a quitaros el trabajo, pero venimos a trabajar en lo que no os gusta a vosotros”, comenta. En el campo o en hostelería, no ha tenido buenas experiencias. Hay jefes que le han pagado poco o que aún le deben dinero, que ya da por perdido. “¿Cómo pueden no pagarnos? ¿Sabes lo mal que lo he pasado hasta llegar aquí?”, se pregunta, retóricamente.
"Con Marina en casa te sientes seguro, sientes que hay alguien que se preocupa por ti, por tu futuro", comenta Fathi, quien a pesar de las dificultades asegura que no volverá a su casa. "Sé para qué vengo, si vuelvo es un fracaso", asegura. Él se ha criado en una familia de emigrantes, muchos otros miembros ya probaron suerte en otros países.
En un centro de menores en el Coto de Bornos, en Murcia, en Valencia, en El Puerto, en Madrid, en Cádiz… Fathi ha probado suerte en diferentes lugares, en unos con más suerte que en otros. En la región murciana estuvo trabajando en el campo, donde le ofrecieron contratarlo a cambio de 5.000 euros, para así poder tramitar su documentación. O empadronarlo por 200 euros, un trámite que es gratuito.
En Valencia hizo un curso de hostelería, un sector en el que ha trabajado, pero con unas condiciones insoportables. Hace un tiempo que dejó un bar en el que trabajaba, en el que cobraba poco y mal, a mediados del mes siguiente, con suerte. Ahora está en una empresa en la que se dedica a limpiar pulpos las mañanas de los fines de semana, ya que está en periodo de pruebas. “A ver si llegamos a 40 horas pronto”, comenta, porque su hermano Mohamed, de 19 años, también está en ella.
Mohamed Lamkarf, de 19 años, también limpia pulpos en la misma empresa que Fathi. "A ver si pasamos el periodo de prueba", dice igualmente, anhelando mejores condiciones en un futuro cercano. El joven nació en Alhucemas, una ciudad marroquí situada entre Ceuta y Melilla. "Mi madre no quería que viniera, pero yo tenía en la cabeza que quería probar", cuenta.
Tras un duro viaje en patera, cuando apenas tenía 16 años, Mohamed desembarcó en Motril, en la provincia de Granada, donde estuvo en un centro de menores. Luego pasó por Almería, hasta llegar a El Puerto, y conocer posteriormente a Marina. Su intención inicial no era estudiar, pero mientras se tramitó su documentación y le consiguieron el pasaporte, estuvo dando clases de español y su madre lo convenció para que se formara.
En el campo y en la hostelería ha trabajado hasta ahora, aunque cuando mejoren sus condiciones laborales, lo primero que quiere hacer es visitar a su familia. "Tengo muchos planes", comenta. Entre ellos está sacarse el carné de conducir y buscar una casa que se pueda costear, para independizarse.
Junto a Mohamed está sentado Ayoub Abghour, de 21 años, procedente de Tetuán. Después de cursar una FP básica, ahora estudia un grado medio de electricidad, "porque tiene más salida". "Es complicado, hay que tenerle respeto a la luz", incide.
"En Marruecos estudiaba, mi madre no quería que viniera", recuerda Ayoub, que terminó convenciéndola cuando encadenó malos resultados académicos, a pesar de que Marina comenta que es "súper inteligente, puede conseguir lo que se proponga". De la mano de su madre cruzó la frontera, con visado al ser menor entonces (16 años), una práctica que no se puede realizar ahora, y se quedó cerca de un centro de menores.
Un año y medio estuvo en Ceuta, hasta que recaló en otro centro de Jerez, en plena pandemia. "Estuve en una casa okupa porque no tenía otra cosa, con alguna gente que tomaba droga", rememora. Él no quería seguir ahí. Cuando Marina supo de su situación, y se levantaron las restricciones de movilidad por el covid, fueron a buscarlo. Ayoub probó suerte en Sevilla también, pero terminó regresando a El Puerto, donde se sigue formando.
Cuando hace cuatro años que Marina Liberato abrió las puertas de su casa a jóvenes marroquíes extutelados, hace balance de la experiencia. "Me han hecho mejor persona. Ahora ves la vida de forma diferente, valoras más las cosas", asegura. Hay días que se levanta y se encuentra con un inquilino nuevo en casa —han llegado a tener seis al mismo tiempo—. "Cuando veo que quieren compartir su espacio me siento orgullosa porque veo que hacen lo que les intento transmitir", señala Liberato.
A Marina, acoger en su familia a Ayoub, Mohamed o Fathi, entre otros muchos jóvenes, le ha supuesto dejar algún que otro grupo de WhatsApp de amigos de la infancia, que le recriminaron que lo hiciera. "Ahora hay quien ha cambiado, pero me decían que estaba loca metiendo a delincuentes en mi casa", señala.
Liberato es muy crítica con "el modelo colonialista europeo de toda la vida". "Antes los traíamos en la galera y ahora vienen solos para ser mano de obra barata, porque Europa ha conseguido ser tan retorcida que el colonialismo sigue. El sistema no los quiere estudiando, no quiere que estén preparados", recalca.
Candidata por "casualidad"
Marina Liberato encabeza la lista a la Alcaldía de Cádiz con la que Podemos concurrirá a las elecciones municipales del 28 de mayo. Dice que nunca aspiró a ostentar un cargo institucional, que ella es más de trabajo orgánico. "No sé cuántos astros se han tenido que alinear para que yo termine aquí", comenta.
A Liberato, el trabajo institucional le da "miedo, porque te obliga a estar mucho tiempo metida dentro de un despacho y a perder el contacto con la calle". Pero espera lograr representación en las urnas. No se fía mucho de las encuestas. Con un concejal estará contenta, con dos mucho más... pero un politólogo miembro del partido le vaticina "una sorpresa". Ella tiene claro que la representación que logre servirá para evitar "que entre la derecha".
Podemos, in extremis, se salió de un acuerdo de las izquierdas para presentarse juntas a las municipales en Cádiz. Adelante Andalucía e Izquierda Gaditana —de la que forman parte IU, Alternativa Republicana, Ganar Cádiz en común y Verdes Equo— irán en la misma papeleta, bajo el nombre Adelante Izquierda Gaditana. Un acuerdo del que se salió Podemos, al considerar que Adelante rompía la "igualdad" que se había pactado entre el resto de formaciones.
"Yo era feliz con ir juntas", matiza, "pero empezaron las negociaciones con Adelante y la igualdad pactada se esfuma". En ese momento, la asamblea local de Podemos apuesta por ir en solitario. "Y todos se me quedan mirando", dice Liberato, que dice que nada más conocerse la decisión, han recibido multitud de ayuda de gente que se ha sumado al proyecto.
Así, en 15 días han elaborado programa y candidatura. "Parecía que estaba todo el mundo deseando que tuviésemos papeleta propia, porque ha salido apoyo de donde no podíamos ni imaginar", dice Liberato. Habrá que esperar a la noche del 28M para comprobar en qué se traduce ese apoyo.
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