Amadeo García, a sus 86 años, tan lúcido como activo en redes sociales, es uno de los más veteranos, pero recuerda como si fuera ayer cuando, hace ahora medio siglo, le comunicaron que la fábrica en la que trabajaba paraba sus máquinas y debía trasladarse a un nuevo centro de producción azucarera. A su lado, Guillermo Herrera, con 64 años y uno de los últimos en jubilarse, fue otro de los protagonistas, junto a sus padres y hermana, del éxodo de cientos de maños a tierras andaluzas a finales de los 60 del siglo pasado.
En sus respectivos casos, el destierro se produjo cuando dio el cerrojazo la Azucarera del Jalón, en Épila (Zaragoza), una factoría que daba empleo a 1.400 personas del pueblo y la comarca en plena campaña, aunque fueron muchos otros los que tuvieron que marcharse de sus casas porque fueron muchas otras las azucareras aragonesas que cerraron en aquellos años. Calculan que pudieron ser en total casi un millar de personas repartidas en unas 250 familias las que se vieron desplazadas a tierras andaluzas: vecinos de pueblos como Santa Eulalia, Alagón, Casetas, Lumpiaque, Terrer, Calatayud o Monzón. Unos volvieron, otros echaron raíces. La comunidad de Épila fue la más numerosa.
Azucarera de Épila. FOTO: CEDIDA
En 1969, con el cierre de la Azucarera de Jalón, llegaron a Jerez 85 familias, unas 300 personas, que con el paso de los meses se fueron asentando en la zona de Vallesequillo. Ahora, 50 años después de aquel viaje, al que dos de sus protagonistas se refieren una y otra vez como “muy traumático”, aquellos maños recibirán un homenaje en su ciudad de adopción. El próximo 9 de octubre, festividad de San Dionisio, el Ayuntamiento otorgará a esta comunidad de trabajadores de la otrora fértil industria azucarera el Premio Especial Ciudad de Jerez.
Dejando claro que “el premio es para todos los que llegaron aquí”, Amadeo subraya: “El premio lo recibimos cuando llegamos aquí, cómo fuimos recibidos por todo el pueblo de Jerez, con los brazos abiertos, por todos sitios los maños cayeron simpáticos; hemos pasado nuestros momentos difíciles, pero todos estamos muy agradecidos a Jerez. Mi hijo está aquí casado con una jerezana, y mantengo relación con gente de aquí que conocí en aquella época”. Guillermo resalta el "orgullo que sentimos por este reconocimiento", pero al igual que su compañero insiste en señalar que "el premio debe ir para todos los que trabajamos en las tres fábricas de la zona". Aparte del premio en sí, habrá una exposición con fotos históricas, una convivencia de la amplia comunidad de maños con sus cuatro generaciones, una placa en un espacio público con el rótulo plazoleta de los maños, entre otros actos.
Amadeo García, en el encuentro con lavozdelsur.es / FOTO: MANU GARCÍA
Ha habido mucha tierra y remolacha de por medio desde que llegaron a la primera fábrica que entró en funcionamiento en la zona, la Azucarera de Jédula en 1970, hasta ese momento en el que recojan, en nombre del resto de maños que llegaron a Jerez en 1969, el distintivo con forma de casco griego que reconoce a los jerezanos más destacados del año. Desandando el tiempo, regresan a finales de los 60. Compañía de Industria Agrícola, "la de Épila", comunica que cierra su planta y abre una en el Sur, con una materia prima más barata y con menos personal. “Cuando nos fuimos se molían 1.500 toneladas con muchísimo personal; aquí éramos la mitad y se molturaban 4-5.000 toneladas”, recuerda Amadeo. Con esa noticia, se les vino el mundo encima.
De repente, debían mudarse a mil kilómetros de distancia de su pueblo, con unas conexiones terrestres que en esa época suponían pasar más de un día de tren en tren para llegar al sur de España, y llegar a un contexto y a una sociedad totalmente diferente. “La fábrica de Jédula empezó a trabajar en el 70, pero antes se trabajó en el montaje. Hubo gente que acordó con la fábrica que cuando acabara el montaje y la primera campaña, cogerían su indemnización y regresarían. Aquí se quedaron en total 48 familias de la azucarera de Épila, que fueron la mayoría”, rememora Guillermo, que no oculta que “tener que venirnos fue un trauma grande”.
La comunidad maña jerezana, en días pasados en una foto de familia. FOTO: CEDIDA
En su caso, llegó a Jerez con 14 años un día de la Merced, 24 de septiembre, de 1969, y ni siquiera pudo ir al mismo instituto, el Coloma, al que iban el resto de maños que fueron llegando antes a la ciudad. “Fui a la escuela de Monseñor Cirarda, antes de que abriera el Álvar Núñez, y no tuve problemas en adaptarme, pero, claro, no conocía a nadie del pueblo”, explica. De lo que también se acuerda vívidamente es de cuando los domingos iba con sus padres a la alameda del Banco, donde estaba la central de Telefónica, a telefonear a la familia de Épila: “A veces esperábamos dos horas para contactar con mi abuela, porque mis tíos tenían un molino y tenían teléfono, pero la mayoría de la gente lo que hacía era cartearse”.
Aquellos años de adaptación los recuerdan con las imágenes de los corredores de la cafetería de La Vega que ofrecían pisos en alquiler, o durmiendo en casa de un amigo —Guillermo estuvo año y medio antes de mudarse a su casa en un alquiler en Juan de Torres—, o llamándoles la atención que en el mercado a las alcachofas les llamaran alcauciles y chícharos a los guisantes. Amadeo iba con sus amigotes en los tiempos muertos que permitía la fábrica —a veces trabajaban hasta doce horas— a Mundo Nuevo, La Moderna o a un club social de la calle San Agustín donde saboreaba el café, la copa y el puro entre partidas de cartas, "jugábamos mucho al rabino, eran las costumbres típicas que teníamos en Épila”. Se fueron integrando, se fueron adaptando a la nueva sociedad, a su nueva ciudad. Pero lo que no perdieron nunca fue el acento maño tan característico. “Algunos sí, porque estudiaron y trabajaron en otros ámbitos, pero nosotros no salimos de la comunidad maña que estaba en las azucareras”, remarca Guillermo.
Guillermo Herrera, conversa con este medio. FOTO: MANU GARCÍA
Aquel azúcar dulce superado el trance de la emigración, "después vimos que no todo fue malo, al contrario", se torna amargo si se les habla del desmantelamiento progresivo que ha vivido el sector. “Esto es cíclico, es una pena”, dice un trabajador, nieto e hijo de azucareros, que “con 14 años me fui de Épila; a los 16, empecé a trabajar en Jédula; con el cierre de ésta en 2001 me fui a la de Guadalcacín y de allí a la del Guadalete, en el polígono industrial El Portal —la única que resiste— en 2008, donde me he jubilado ahora". Si en España pudo llegar a haber unas 40 azucareras, “ahora apenas quedan cuatro, El Portal, Toro, La Bañeza y Miranda. Se acabó. Y somos ingleses, una multinacional inglesa, como es natural”. Pero esto, provocado entre otras cosas por la Política Agraria Común (PAC) dictada desde Bruselas, no siempre fue así.
Azucarera de Jédula, en todo su esplendor. FOTO: CEDIDA
Nadie diría que la campiña de Jerez fue hasta hace década y media la principal comarca productora de azúcar del país. Hay un bellísimo esqueleto de una vieja fábrica en la barriada rural El Portal que aún recuerda que hace 120 años allí se construyó la Azucarera Jerezana. En los años de la filoxera, la plaga que asoló la vid a finales del XIX, fueron muchas las voces que pedían una alternativa para aquel monocultivo que surtía a la pujante industria vinícola. La Sociedad Agrícola Industrial del Guadalete desarrolló unas 2.000 hectáreas de regadío en la vega del río para cultivar remolacha y, con ella, su molturación en la fábrica de El Portal. El auge de la industria azucarera en otras zonas del país (Zaragoza, Granada, León…) y los problemas económicos de la promotora del negocio, llevaron al cierre de la planta en 1906, pocos años después de su apertura.
Como cuenta Agustín García Lázaro, profesor, orientador y otro de esos maños jerezanos de adopción que llegó a la ciudad con 11 años junto a su familia, el técnico mecánico Nicolás Moliner Gallego, desmonta en 1919 algunas de las máquinas de la vieja fábrica jerezana para trasladarla a la Azucarera del Jalón, en Épila (Zaragoza), donde trabaja. “Su hijo, Salvador Moliner Ortega –quien se empleará años más tarde en la misma empresa— nacerá en Jerez durante la estancia temporal de su familia, que regresará, cumplida la tarea, a la localidad aragonesa”. Carambolas, paradojas o lo que sea que encierra el destino, 50 años después, la Azucarera de Épila será clausurada y su maquinaria se desmontará para ser trasladada a la nueva Azucarera de Jédula, una pedanía de Arcos a 20 kilómetros de Jerez.
Fue aquella la primera fábrica gaditana que en un primer momento daría trabajo a muchos de aquellos maños que, como Amadeo y Guilermo, vinieron a la fuerza y, con el paso de las décadas, se quedaron en Jerez con tanto gusto que ahora es como si fueran de aquí de toda la vida. O casi. "Yo soy jerezano, me considero así, pero primero soy de Épila, eso no se olvida. Y que nadie se enfade", admite Guillermo. Amadeo, que empieza a emocionarse, remacha: "Después de 50 años, voy por aquí y aún me llaman maño para aquí, maño para allá. No me doy cuenta, pero supongo que aún debo de mantener el acento".
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