Cada 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, declarado por las Naciones Unidas en 1975. Se trata de una fecha trascendental para recordar y seguir reivindicando la enorme lucha que en especial las mujeres han llevado a cabo por lograr la igualdad, el reconocimiento y el ejercicio efectivo de sus derechos. En este sentido, cuando por tal motivo se evocan tantas voces que han trabajado para que las mujeres fuesen consideradas ciudadanas, lamentablemente una de ellas se silencia: la de Mercedes Formica.
La abogada, escritora, articulista y directora de publicaciones culturales, nacida en Cádiz en 1913 y fallecida en Málaga en 2002, mostró siempre su desasosiego hacia las trabas, vetos y censuras que recibían las mujeres para acceder al mundo laboral. Su mérito es sin duda extraordinario, ya que exteriorizó su rebeldía en un tiempo de intensa represión, el de la dictadura franquista, cuando los esquemas de género estaban estrictamente definidos y separados: la mujer en el interior del hogar, sosteniendo la moral y el buen nombre familiar; el hombre en la parte exterior y social, propio del prestigio que había ido adquiriendo culturalmente el sexo que representaba. Con conocimiento de la dificultad que entrañaba su hazaña, se convirtió en una especie de quijote femenino por los pasillos de los juzgados, las redacciones de periódicos, radios y otros foros tratando de cambiar una férrea mentalidad social que asociaba lo femenino con la ineptitud y haciendo ver que las mujeres eran seres responsables.
Pionera en muchas cuestiones, fue la primera mujer en estudiar el bachillerato en el Colegio del Valle de Sevilla, un centro religioso, y la primera en estudiar Derecho en la Universidad Hispalense, en el curso correspondiente a 1931/32, carrera que alternó ese año con la de Filosofía y Letras. Su madre, Amalia Hezode, fue el faro que iluminó su sendero, una mujer que había sufrido horrores en su matrimonio y que vivió sumida en la tristeza y en el temor que le infundía su marido. Si bien, con el deseo de brindarle una educación distinta a sus hijas, se empeñó en descubrirles la importancia de los estudios superiores como medio para alcanzar la independencia económica, dado que así podrían contemplar el matrimonio como una elección personal y no como una colocación que las condenase a ser meras sombras de sus maridos.
Formica finalizó la carrera de Derecho en 1949, tras la interrupción ocasionada por la Guerra Civil, estando ya casada y causando extrañeza su presencia por esta circunstancia en la Universidad. Si en Sevilla debía acudir a clase acompañada por una señorita de compañía para que no la increpasen por la calle, cuando retomó sus estudios en la posguerra se sintió un “bicho raro”. Al terminar los estudios quiso opositar a la carrera diplomática, pero entre los requisitos figuraba el “ser varón”. Como no podía convertirse en hombre, se quejó ante el Ministerio de Justicia y fue cuando recibió un tremendo revés machista: “Partera. Debió estudiar para comadrona”. Respondió: “No tengo nada contra profesión tan útil, pero de la misma manera que respeto la vocación de una carmelita descalza, cuya vida soy incapaz de llevar, así también no estaba dispuesta a consentir que me vedasen el mismo camino…”.
Se dio de alta en el Colegio de Abogados de Madrid y pasó a ser una de las tres abogadas en activo de aquella ciudad en los años cincuenta. Igualmente, encontró trabajo en el Instituto de Estudios Políticos, donde habían hallado refugio muchos de los vencidos, y en la redacción de ABC. Decidió abrir bufete propio de abogados en su domicilio del Paseo de Recoletos y se ocupó de ayudar a mujeres maltratadas, una inquietud verdaderamente insólita en aquel tiempo oscuro, cuando estas debían callar, aguantar y obedecer, según dictaminaba la Sección Femenina. El 7 de noviembre de 1953 denunció un caso de violencia machista que había conducido a una mujer madrileña, Antonia Pernia Obrador, a ser hospitalizada moribunda tras recibir diecisiete cuchilladas de manos de su marido ante la imposibilidad de poderse separar, ya que, de querer llegar hasta el final, lo perdía todo: hijos, casa y bienes. La historia la refirió en el artículo “El domicilio conyugal” que divulgó ABC después de tres meses retenido por la censura. Y se armó el revuelo. Centenares de cartas de mujeres llegaban semanalmente a la redacción del periódico solicitando la ayuda de la abogada, la cual se convirtió en el hombro en el que descargar tanto sufrimiento, tanto silencio, tanta indiferencia. The New York Times y la revista Time, entre otros medios internacionales, dedicaron páginas al suceso y los titulares destacaban la valentía de Formica que pedía la igualdad en el matrimonio. Esta última publicación sugería que España debía dedicar un día para homenajear a la mujer y que este bien podría ser el 7 de noviembre, cuando la cuestión femenina se le escapó de las manos a Pilar Primo de Rivera y traspasó las fronteras para abordar sus problemas reales.
Si ahora las mujeres trabajan por conseguir espacios públicos, entonces, en el tiempo de Mercedes Formica, los pocos esfuerzos que se emprendían debían focalizarse hacia el Derecho privado, o sea, hacia los problemas de la mujer casada frente a su familia. La casa pertenecía al marido, también había sido así durante la II República, el artículo 44, apartado 2º, de la Ley de Divorcio del 32 lo especifica claramente. Aquellas mujeres que durante el régimen de Franco decidían separarse tenían dos opciones: o se quedaban en la calle, si no tenían familia, o la reclusión en un convento, con restricciones para ver a los hijos y sin bienes (incluso sin aquellos que hubiesen aportado al matrimonio). Esto fue así hasta la reforma del Código Civil del 24 de abril de 1958, impulsada en solitario por Mercedes Formica y bautizada “la reformica” en su honor por Antonio Garrigues. Se reformaron 66 artículos de un marco legal que se había mantenido intacto en cuestiones referidas a las mujeres desde su promulgación en 1889, y que afectó al Código de Comercio, Ley de Enjuiciamiento Civil y Código Penal. Toda una revolución feminista en pleno franquismo, hoy olvidada o desconocida hasta en el ámbito del Derecho. El silencio que se cierne sobre la figura de la gaditana es realmente ensordecedor. A partir de ese momento, la “casa del marido” pasó a denominarse el domicilio conyugal y los jueces, cuando un matrimonio se quebraba, tenían potestad para decidir el cónyuge que quedaba en él y que no fuese la mujer la que por sistema tuviese que abandonarlo, tal y como había sido hasta la fecha. Se eliminaba, por consiguiente, el ignominioso precepto del “depósito de la mujer casada”, vigente desde siempre en las leyes españolas y que consistía en “depositar” a la mujer en dicha situación en la casa de un familiar con el consentimiento del marido, aunque este fuese un maltratador, o en un convento, el tiempo que durase el proceso que, con apelaciones, podía extenderse entre siete y nueve años. Asimismo, la mujer podía permanecer o disfrutar de la descendencia y su consentimiento era exigido para poder enajenar o vender cualquier bien familiar. Por supuesto que quedó mucho por hacer, pero se olvida que España estaba sumida en una dictadura. Mercedes Formica levantó una gran polvareda que allanó el terreno para que, por ejemplo, en 1975 otra abogada de la igualdad, María Telo, consiguiese erradicar la “licencia marital”.
La gaditana trabajó incansablemente para que las mujeres españolas dejasen de ser ciudadanos de segunda categoría, equiparadas a dementes, condenados o menores de edad. Lo hizo desde su profesión de abogada, desde sus artículos de prensa y desde su narrativa. El 8 de febrero de 1975, cuando se celebraba el Año Internacional de la Mujer bajo el lema “Igualdad, desarrollo y paz”, el periódico ABC entrevistó a Formica. En aquel entonces, interesaba la respuesta que podía ofrecer a la pregunta: “¿Qué cosas más apremiantes necesita la mujer?” Sus palabras siguen teniendo extraordinaria importancia: “En primer lugar, que no haya trabas ni discriminaciones; es decir, que a igual esfuerzo igual salario, por ejemplo, y en un plano más elevado es necesario que la mujer llegue a ocupar puestos de gran responsabilidad, de acuerdo con su capacidad, vocación y preparación. Por eso es por lo que tenemos que luchar, porque si se tiene en cuenta esto, no tiene que haber nadie ni nada que se lo impida. A principios del siglo XX el gran paso que dio la mujer nació de la clase media, cuando se le abrió las puertas de la Universidad. Desde entonces, ha recibido una formación intelectual, y es ahora con las nuevas generaciones cuando está adquiriendo una formación exactamente igual a la del hombre”.
Tenía la convicción de que la emancipación de las mujeres vendría a través del cultivo intelectual. Cuando en 1950 introdujo en España por medio de una recensión El segundo sexo de Simone de Beauvoir, al poco de ser publicado en Francia y pese a ser un libro de difícil circulación, incómodo para la Iglesia, manifestó: “Es cierto que no podemos presentar con nombres de mujer una nómina de genialidades tan numerosa como la ostentada por los hombres. Pero no es menos evidente que el genio sale de la masa, no de la minoría, y la masa femenina en este instante, gracias a la política obstaculizadora del hombre, permanece, en gran parte, sin cultivar, sin cultivar las posibilidades de una formación. No sería justo, por tanto, exigir a unas contadas generaciones de mujeres el mismo rendimiento ofrecido por el hombre a través de toda la historia de la humanidad”.
Por todo ello, la figura de Formica debería ser constantemente recordada y su historia y su obra estudiadas en los centros de enseñanza. Pero no es así, al menos por el momento. En Cádiz, en octubre de 2015, el equipo de gobierno municipal retiró el busto que le rendía tributo de la Plaza del Palillero, “por fascista, fiel a la obra de Franco y defensora de un modelo de mujer sumisa y abnegada”. Curioso fascismo habría sido el suyo si tenemos en cuenta que defendió el desarrollo intelectual de la mujer, el divorcio justo, el derecho al amor, la enseñanza pública o la libertad religiosa. Como es lógico, dichas palabras en nada se ajustaban a la realidad. No se le perdona el hecho de que durante tres años, de 1933 a 1936, desde los 20 a los 23 años, estuvo vinculada al movimiento falangista de José Antonio Primo de Rivera, al que accedió desde la Universidad y no sin trabas. Tras el fusilamiento del líder se desvinculó y nunca más tuvo participación política. Afortunadamente, el Ayuntamiento de Madrid de Manuela Carmena le dedicó una calle en mayo de 2017 por su lucha por la igualdad.
En la editorial Renacimiento estamos rescatando su legado. Pequeña historia de ayer (2020), un volumen que recoge los tres tomos de sus memorias, la novela Monte de Sancha (2015), la novela corta Bodoque, el cuento “La mano de la niña” y la valiente novela que denunciaba el desigual trato dado en las leyes al adulterio, penado únicamente en el caso femenino, A instancia de parte, en un único volumen (2018). En breve saldrá un nuevo libro con dos obras: La ciudad perdida y El secreto.
Miguel Soler Gallo, doctor por la Universidad de Salamanca e impulsor del legado de Mercedes Formica
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