Después de años de injusto olvido, la voz de Mercedes Formica (Cádiz, 1913 – Málaga, 2002) resurge, y el silencio en el que su figura se envolvía ya no lo es tanto. Ahora existe interés por saber de ella, por conocer su legado. Antes de fallecer, la escritora y abogada pudo disfrutar del homenaje que se le brindó, en abril de 1997, en la mítica Residencia de Estudiantes de Madrid, por su labor intelectual y su lucha por los derechos de las mujeres y de los más débiles en situaciones de opresión, pero su ánimo ya rezumaba amargura. El final de su vida estaba cerca y no se sentía reconocida: "Me silenciaron. Como si no hubiera existido", le manifestó a la periodista Natalia Figueroa días después. A este acto acudió Inge Morath para acompañarla, la espléndida fotógrafa de la Agencia Magnum, que vino a España en los años 50 para entrevistar a Formica por haber elevado la violencia machista a debate nacional en pleno franquismo.
Robert Capa, fundador de la agencia, la envió para un reportaje que preparaba sobre mujeres destacadas del mundo y que publicó la revista Holiday. Formica fue la representante española: "Tú irás a España. Tienes que conocer a una mujer extraordinaria. Es abogado y defiende a las mujeres que no pueden separarse en su país". Inge la retrató de mantilla en su balcón de la calle Recoletos de Madrid, arriba del Café Gijón, donde tenía su bufete, y la acompañó cuando la gaditana consiguió audiencia con Franco para exponerle la realidad en la que vivían las mujeres casadas que, aun sufriendo episodios de violencia, no podían separarse porque las leyes las dejaban en la calle, sin bienes, sin hijos, sin nada. Y logró persuadirlo.
Era hijo de padres separados, y había pedido fiado de joven en almacenes para comer. A Francisco Umbral tuvo que impresionarle aquella fotografía, porque llegó a indicar que marcó una época: "Doña Mercedes Formica abría su balcón de Madrid a una paz pobre, sombría y mal distribuida. Fue dama de jurisprudencia, literatura y belleza". Para él, ostentaba el título de "reina del feminismo nacional sin gritos". Por aquella época, también la periodista republicana Josefina Carabias le hacía reportajes para Informaciones. Ambas mujeres, aunque de orígenes ideológicos opuestos, estaban unidas en la lucha por la igualdad: "La campeona de los derechos de la mujer en España", decía de ella. Y, en efecto, fue así.
En 1950, cuando estaba prohibido por el Vaticano, Mercedes Formica introdujo en la España nacionalcatólica El segundo sexo de Simone de Beauvoir, a través de una recensión en la Revista de Estudios Políticos, en la que apostaba, como la filósofa francesa, por un cambio de mentalidad en el que la mujer y el hombre se concibieran como seres iguales y, por tanto, con los mismos derechos. Había tomado un camino sin retorno. Tras tres meses retenido por la censura, el 7 de noviembre de 1953, divulgaba en ABC el artículo El domicilio conyugal, en el que denunciaba la agonía de una madrileña, Antonia Pernia, tras haber recibido más de doce cuchilladas a manos de su marido y del que se veía imposibilitada para separarse por la falta de medios. Alcanzó una inusual repercusión y la prensa española, latinoamericana, estadounidense y europea mostraron interés por sus reivindicaciones. El escrito fue un auténtico proyectil: "Lucha la abogada de 40 años de edad, Mercedes Formica, la que pide la igualdad en el Derecho Matrimonial. Hoy tienen que abandonar las mujeres españolas sus hogares y sus hijos cuando se separan. Una disposición que la señora Formica marca a hierro candente y considera injusta", recogía el periódico alemán Kölner Stadt-Anzeiger, el 18 de diciembre de aquel año 1953.
Este arrojo la llevó a promover la reforma del Código Civil de 24 de abril de 1958, 66 artículos que mejoraron la vida de las mujeres de entonces, conocida como "la Reformica", como la bautizó en su honor el también abogado Antonio Garrigues, y que afectó a otros cuerpos como el Código de Comercio, Código Penal y Ley de Enjuiciamiento Civil. Se trató de la primera reforma del Código Civil para incluir derechos a las mujeres desde su promulgación en 1889, y fue la base de posteriores reformas que llegarían a cambiar el estatus de la mujer española: de ángel del hogar a mujer independiente y emancipada. Entre los nuevos derechos impulsados por Formica destacan la supresión del «depósito de la mujer casada" y el cambio de concepto de "casa del marido" por "domicilio conyugal". Este ignominioso precepto había existido desde siempre en las leyes españolas, también durante la II República, la Ley de Divorcio de 1932, pionera en muchas cuestiones, señalaba en el artículo 44 que la mujer debía abandonar la casa si se solicitaba el divorcio.
Normalmente, el lugar en el que se depositaba era elegido por el marido y debía estar al cuidado de un "depositario" escogido, o al menos autorizado, también por este (aunque fuese el presunto cónyuge culpable o un delincuente), o en un convento durante el tiempo del proceso que, con apelaciones, podía durar entre siete y nueve años, como lamentaba la abogada. De modo que, a partir de 1958, en el supuesto de separación (porque divorcio no existía), el juez decidiría cuál de los cónyuges debía permanecer en la casa, pensando, por ejemplo, en el bien de los menores que hubiera. Igualmente, se extendió a los hombres la infidelidad como causa de separación, ya que solo se consideraban adúlteras a las mujeres, pese a que seguía siendo delito (se despenalizó en 1978); se logró la concesión a la mujer de la guarda de los hijos e hijas menores de siete años; la supresión del diferente trato dado a las viudas que contraían segundo matrimonio y eran castigadas con la pérdida de la potestad sobre los hijos de la primera unión, y que no les sucedía a los viudos en idénticas circunstancias; eliminación de la reminiscencia de la imbecillitas sexus, del Derecho romano, que equiparaba a las mujeres con menores, enfermos o delincuentes, impidiéndoles ser testigos en testamentos o ejercer cargos tutelares; y se limitaron los poderes que tenía el marido para administrar y vender los bienes del matrimonio, ya que fue necesario el consentimiento expreso de la mujer. Esta asombrosa odisea feminista, desarrollada en plena dictadura, parece no ser importante. No se conoce como debiera en el ámbito del Derecho español ni se estudia en las Facultades ¿Cómo es posible que su nombre no esté escrito con mayúsculas en los anales del feminismo?
Para saber más de ella, se acaban de publicar los tres tomos que dejó de memorias en un solo volumen titulado Pequeña historia de ayer, en la editorial Renacimiento, como era su deseo y que no pudo ver cumplido en vida: Visto y vivido, Escucho el silencio y Espejo roto. Y espejuelos. Formica relata ahí sus vivencias desde 1931 hasta 1958. Como apéndice del tercer tomo, se recogen textos que expresan su compromiso y las repercusiones de su campaña.
En Cádiz, en octubre de 2015, el gobierno municipal quitó el busto que tenía en la plaza del Palillero, que había sido colocado con motivo del centenario de su nacimiento (después de haber dado a conocer quien esto escribe la fecha correcta de su nacimiento), según se dijo, "por fascista, fiel a la obra de Franco y defensora del modelo de mujer sumisa y abnegada". Todo por haber militado en la Falange joseantoniana en su juventud, de 1933 a 1936. Por fortuna, en 2018, el Ayuntamiento de Madrid, que entonces dirigía Manuela Carmena, de similar signo que el gaditano, inauguró una calle en su honor, por defender a las mujeres víctimas de violencia.
Mercedes Formica habló alto y claro, luchó y dio voz a las mujeres cuando estas vivían enmudecidas y sometidas al poder absoluto de los hombres, quienes habían tejido unas leyes que las sujetaban sin posibilidad de escape. No podían expresarse, mostrar su yo oculto, descubrir sus sufrimientos, revelarse ni (mucho menos) rebelarse. Aún tenían que pasar unos años para ello, cuando se pudieran reclamar derechos con libertad, la que no había cuando lo hizo la gaditana.
Miguel Soler Gallo es doctor por la Universidad de Salamanca, editor de las memorias e impulsor del legado de Formica
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