“Hoy hemos visitado el CEIP Mesas de Asta. Al comienzo de curso los padres y la dirección del centro denunciaban el abandono de las Administraciones en cuanto a recursos materiales, que les imposibilitan el buen desarrollo de la actividad docente. La solidaridad es la ternura de los pueblos y Mesas de Asta siempre ha sido y será un pueblo hermano”, escribía hace unos días la plataforma Trebujena Solidaria, formada por diferentes colectivos, asociaciones y ONG de la localidad, en redes sociales. En las imágenes que acompañan al texto se ve a miembros de la misma entregando una pizarra digital al colegio de la barriada rural jerezana. El gesto no es baladí. Las carencias e imperfecciones son patentes en un centro, y en una barriada rural, que se sienten desamparados.
“Recién pintado”, pone en un cartel que hay a la entrada del colegio. Hace poco que han dado la última mano al muro, pero también al techo de algunas clases. El conserje con el que cuenta el centro, gracias a un plan de empleo y cedido por el Ayuntamiento de Jerez, ha sido recibido con los brazos abiertos por la comunidad educativa del CEIP Mesas de Asta, de la barriada rural jerezana del mismo nombre. Desde luego, no están acostumbrados a tenerlo. El colegio tiene más de tres décadas de existencia y, al menos, durante 20 años no ha contado con esta figura.
El centro consta de un edificio de planta baja, con unas pocas clases, bastante espaciosas, teniendo en cuenta que solo hay 21 alumnos matriculados, contando desde Infantil hasta el último curso de Primaria. Un baño en cada extremo del edificio y el despacho de la dirección completan las estancias de un colegio que tiene apenas cuatro profesores —incluyendo la directora—, uno de los cuales está como itinerante y también da clase en otro centro del Jerez rural. Las carencias se ven a simple vista nada más entrar.
Cada mañana, en lugar de sonar el timbre, que no funciona, el profesorado vocifera para que la veintena de alumnos formen en fila y entren a clase. Hay una vieja campana escolar que intentaron arreglar, viendo tutoriales en YouTube, y conectándola a una antigua radio, pero no hubo manera. Antes de acceder al colegio, se les toma la temperatura a los niños y niñas —una de las pocas ventajas— y se les pone gel que ha mandado la Junta de Andalucía, en una de sus escasas concesiones.
La pizarra digital donada por Trebujena Solidaria se encuentra, de momento, en su caja original, esperando a ser instalada por un técnico. La que tiene el centro es de 2003 y apenas estuvo en funcionamiento unos días, según recuerdan los más veteranos. En la clase de informática, por llamarla de alguna forma, está la nueva pizarra, junto a pupitres con bastantes años de "experiencia", y varios ordenadores que no funcionan. Ninguno. “Muy lento”, “no funciona internet”, se lee en los post it que están pegados en los monitores.
Los profesores no corren mejor suerte. Cada día, tienen que llevarse sus propios portátiles al colegio, que usan para diversas gestiones o para que el alumnado vea algún vídeo en la pequeña pantalla, que se apoya sobre una mesa. El proyector también está averiado. Un par de cubos colocados en una clase y en mitad del pasillo socorren las goteras provocadas por las escasas lluvias caídas en lo que va de otoño. El agua, en una de las goteras, sale por un tubo fluorescente de una de las aulas donde dan clase los alumnos del centro, que provoca que salte el cuadro eléctrico de vez en cuando. El edificio, además, está atravesado de punta a punta por una grieta bien visible cuando se camina por el pasillo principal. Y así, una carencia tras otra.
"¿Por ser menos alumnos no tienen derecho a una Educación de calidad?", se preguntan en Mesas de Asta, donde los menores escolarizados "no tienen las mismas oportunidades que los de otros centros". La calidad educativa es menor, pero no por falta de imaginación del profesorado. Ha habido cursos en los que los alumnos y alumnas no han tenido clases de Educación Física, o de Francés, por falta de especialistas. Ahora, mal que bien, se imparten las asignaturas para no privarlos de estas materias básicas. La intención es que "no se cierre el colegio", expresan desde una barriada rural que ve cómo languidecen servicios por dejadez de las Administraciones.
La plataforma de Trebujena, además de la pizarra digital, también ha donado libros que han recopilado los diferentes colectivos que la integran. El CEIP Mesas de Asta apenas tiene, si quiera, unos cuantos libros propios. Hasta el papel higiénico o los dispensadores de jabón de los cuartos de baño los han donado particulares. Con un presupuesto anual de apenas 1.000 euros, tienen que medir los gastos céntimo a céntimo, y a veces ni llega para cosas tan básicas como éstas.
“Con Mesas de Asta siempre hemos estado unidos”, cuenta Rosario Robles, conocida como Chari, presidenta de la plataforma Trebujena Solidaria. “Tenemos un fondo solidario para cubrir necesidades básicas de vecinos de Trebujena”, relata, y una parte de esta recaudación decidieron destinarla al CEIP Mesas de Asta. “Todo eso lo debería cubrir la Junta”, asegura, en referencia a las donaciones realizadas al centro, pero no lo hace, y ellas decidieron cubrir, en parte, ese hueco.
La plataforma, existente desde antes de la pandemia, recaudó fondos para comprar EPI (Equipos de Protección Individual) homologados para trabajadores sanitarios o para hacer llegar ayudas sociales a familias necesitadas durante el confinamiento. Y lo sigue haciendo. Durante los últimos veranos, ha costeado los menús escolares para menores en situación de vulnerabilidad, donó alimentos a vecinos de Trebujena con problemas económicos durante el confinamiento y ahora ha adquirido cuatro desfibriladores que se destinarán a los centros escolares de la localidad. “Trebujena se ha volcado en la pandemia”, asegura Robles.
“Siempre ha habido carencias en el colegio”, cuenta José Antonio Fernández, delegado de Alcaldía de Mesas de Asta. “Siempre ha tenido hierbas y mal aspecto”, agrega, alegrándose de que en estos momentos cuente con un conserje procedente de un plan de empleo, derivado por el Ayuntamiento de Jerez, al que le quedan pocos días de contrato. Cuando se acabe, volverán a quedarse sin un trabajador que se encargue de su mantenimiento. “En la zona rural nos sentimos ciudadanos de segunda”, expresa Fernández, “siempre tengo esa sensación”. Motivos tiene.
Para llegar a Mesas de Asta hay que circular once kilómetros desde Jerez por la carretera que une el municipio jerezano con Trebujena. Desde la localidad trebujenera hasta la barriada rural hay unos diez kilómetros. Situada a mitad de camino de ambas localidades, sobre los yacimientos de la que se cree antigua ciudad de Tartessos y la ciudad romana de Asta Regia, Mesas de Asta volvió a estar habitada durante los años 40 del siglo pasado, cuando campesinos se asentaron cerca de sus lugares de trabajo, aunque hay vestigios de vida en la zona desde el año 5.000 a.C., aproximadamente. Su situación geográfica quizás explica, pero no justifica, el abandono que sienten sus vecinos.
Mesas de Asta lleva demasiados años perdiendo población en una sangría que parece no tener fin. Hace más de dos décadas llegaron a rozar los 1.000 habitantes, pero ahora apenas rebasan los 400 censados. “La juventud se fue por la falta de vivienda y nos quedamos sin jóvenes, ahora la mayoría viven en Trebujena”, cuenta el delegado de Alcaldía. “Nos quedamos con muchas personas mayores”, agrega, aunque la pandemia está haciendo que lleguen interesados en instalarse en la zona, atraídos por la “calidad de vida”. Tranquilidad hay, servicios cada vez menos.