Son mujeres, jóvenes y agricultoras, además de influencers en redes sociales, donde sus seguidores se cuentan por miles. En sus publicaciones dan consejos sobre cómo se deben sembrar cultivos, ordeñar cabras o manejar maquinaria agrícola. Y cada vez tienen más interacciones con sus fans, que asisten con atención a sus explicaciones... y les encantan.
En uno de sus últimos vídeos, Ana María Martos, de 18 años y natural de Baza, aunque criada en la pequeña localidad granadina de Cantarranas, de apenas 200 habitantes, habla de “la cabra paría y los calostros”. Anita la Cortijera, su nombre en redes sociales, cuenta que “se sabe que son requesones o calostros porque la leche es más amarilla, siempre va a ser así los dos o tres primeros días después de parir”. Y remata: “Hay que dejarle una miaja para los chotos, que ellos también tienen que comer”.
Anita transmite en sus publicaciones su desparpajo, su alegría y su amor por el campo, lo que le hace contar con más de 65.000 seguidores en Instagram y 25.000 en Facebook. “La verdad es que no lo esperaba. No me las creé con el propósito de ser conocida”, cuenta cuando habla con lavozdelsur.es. “Es una sorpresa. La clave no la sé, eso habría que preguntárselo a la gente, me dicen que lo hago bien, que soy muy natural”.
Ana María Martos es partidaria de “reivindicar la importancia de la mujer en el campo”. “Podemos hacer las mismas cosas que un hombre. O más, porque un hombre no puede parir”, dice sin tapujos. En alguna ocasión, han dudado de ella por el hecho de ser mujer. “Hay quien no ve bien que me monte en un tractor, pero tengo dos manos, dos piernas y puedo montarme igual que cualquiera. Queriendo y teniendo fuerzas, se puede”, añade.
Anita la Cortijera, cuando no está en el campo, cuidando animales o labrando la tierra, está estudiando. Este curso ha empezado el grado en Educación Social, una carrera que eligió porque le gusta “ayudar a las personas que lo necesitan”. “Si fuera por mí, me hubiera llevado a una manada de ovejas a la sierra y allí estaría, pero mi madre quería que estudiara algo”, confiesa. Ella, que se ha criado en el campo, lleva el amor por la tierra en las venas, ya que sus abuelos y sus padres son agricultores. “A uno le gusta lo que mama en casa”, dice. Durante el curso escolar está estudiando, pero en verano vuelve a casa a cuidar de animales o a trabajar las tierras de algún vecino.
El día que habla con lavozdelsur.es viene de dar prácticas en la autoescuela, dar de comer a animales, poner bloques en el cortijo —están de obras— y también estudió un rato antes de acostarse. “Iba a ser un día normal pero no he parado…”, expresa. En la ciudad, Anita aguanta “poco”. “Fui a hacer un examen a la universidad, pero ahora que la han cerrado, cogí el tren y me vine. No aguanto ni un día. No me daba cuenta de lo a gusto que estoy al aire libre, sin escuchar ruido… Esto no lo cambio por nada”.
La importancia de la agricultura y la ganadería, revalorizadas parcialmente durante la pandemia, también hace reflexionar a la joven. “Al principio todo el mundo aplaudía, mucha gente se ha concienciado, peor falta mucho todavía. Lo que necesitan muchos para darse cuenta de lo importante que somos los agricultores, los ganaderos o los camioneros es pegarse un día trabajando y ver de dónde salen las cosas. Gracias a eso estás comiendo”, expresa.
En la provincia de Córdoba, en una finca situada en la aldea de Cuenca —de poco más de 200 habitantes—, perteneciente al municipio de Fuente Obejuna, pasa los días Lorena Guerra. Esta ingeniera técnico agrícola, de 32 años, es nieta, hija y hermana de agricultores. Y ella también lo es. “Me viene de mi familia paterna”, cuenta a lavozdelsur.es. “Siempre me ha encantado el campo, me han llevado desde pequeña y cogía maquinaria… hacía de todo”. A sus más de 22.000 seguidores en Instagram los mantiene informados sobre las labores que va realizando.
Cereal, girasol, aceitunas… En la empresa familiar de Lorena Guerra se sacan adelante diversos cultivos. “Hay trabajos más duros y otros que son menos”, pero por probar no será. “No es poder, es querer”, dice la influencer, que en redes sociales es @agricola_lorew. “Yo intento hacer todo lo que pueda. Todo lo que no sé hacer es porque no me he puesto. Todo el mundo puede hacer todo lo que se proponga”, dice, decidida, combatiendo estereotipos. “Mi pueblo es pequeño y hay gente a la que a lo mejor no le gusta verme en el campo, dice que no lo hago bien o que lo hace mi hermano”, confiesa.
“No me siento más pequeña por no saber cosas, nadie nace sabiendo”, asegura Lorena Guerra, para la que saber desenvolverse en el campo “no depende de que seas hombre o mujer”, sino de “tu personalidad, y yo soy muy fresca para eso, hasta que no lo consigo no paro”. Este año, dice, tiene que aprender a dar marcha atrás con el remolque. Es una de sus metas. “Para mí es un orgullo ser agricultora”, y luchar contra “el estereotipo de que la mujer de campo tiene que ser bruta o inculta”.
La pandemia, sostiene Lorena, le ha servido para ver que “no hay mal que por bien no venga”, ya que mucha gente que vive en ciudades “se ha querido venir a los pueblos porque la calidad que hay aquí no la hay en la ciudad”. Ella cree que “a los jóvenes no es que no le gusten los pueblos, es que no hay oportunidades laborales”. Ella, por trabajar en la empresa familiar, se considera una “privilegiada”.
En pandemia, además, ha dado vida a su propia marca de ropa rural, Lorew, “que pretende llegar a todas las personas que les gusta o se sienten identificadas con el sector primario”, como cuenta en la presentación de la firma. “Siempre me ha gustado la moda, y también los tractores, por eso el logo de la marca es un tractor”, cuenta. Una influencer rural, “adicta a las redes sociales”, que enseña su día a día en Instagram o Facebook, y que demuestra que “las mujeres podemos trabajar en el campo”.
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