Hay objetos que guardan más que las historias de sus propios dueños, que no sólo son capaces de decirnos cómo eran, cómo vivían o dónde. Hay objetos que, a pesar de su sencillez, de lo anodino de su cometido, terminan convirtiéndose en símbolos. Que están ahí a pesar de que una capa de tierra los haya escondido a ojos a todos pero que han perdurado para recordarnos el horror que se desató aquel 18 de julio de 1936.
Eso es lo que sentí la primera vez que vi aquella peineta en la Casa de la Memoria de Jimena. En una vitrina y junto a unos humildes zapatos hechos con neumáticos de la marca ‘Pirelli’, la peina con algunos dientes menos de los que originalmente tuvo, captó toda mi atención. ¿Quién era la mujer encontrada en la fosa 3 del Cortijo de El Marrufo que en el momento de su muerte, tenía prendido el cabello con una pequeña peineta? ¿Sería ella también una de las habitantes de La Sauceda que tuvo que huir y luego fue apresada y, finalmente asesinada?
85 años antes, los fascistas se sublevaron contra el Gobierno de la República, y Cádiz y su provincia cayeron rápido en manos de los golpistas. Sólo quedó un reducto en un pueblo de la Sierra donde confluyen las provincias de Cádiz y Málaga y hasta donde llegaron republicanos, sindicalistas y familias huyendo de la represión franquista que se iba cobrando vidas a su paso. El 1 de noviembre de aquel 1936, la aviación bombardeó La Sauceda y cuatro columnas del ejército sublevado arrasaron con el pueblo, hasta su completa aniquilación. Decenas de personas murieron aquel fatídico día y los habitantes que no pudieron huir, incluidos mujeres y niños, fueron detenidos y trasladados al vecino cortijo de El Marrufo, en Jerez de la Frontera, tomado un día antes por los sublevados y convertido en un centro de detención, tortura y asesinato.
Una de ellas fue Catalina. De su pelo prendía aquella peineta encontrada en la tercera de las siete fosas que el Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar y la Asociación de Familiares de Represaliados por el Franquismo en La Sauceda y El Marrufo (Afresama) abrieron, con la ayuda económica de un familiar de dos asesinados en La Sauceda, para rescatar a todas las víctimas que pudieran.
Durante cuatro meses, el equipo técnico formado por Jesús Román, coordinador de las actuaciones arqueológicas, Juan Manuel Güijo, responsable del estudio antropológico físico, Manuel Castro Rodríguez, responsable de los trabajos topográficos y Fernando Sigler, coordinador de las investigaciones históricas, intervinieron en El Marrufo de donde rescataron los cuerpos de 28 víctimas, cinco de ellas, mujeres. Catalina Ramos García era una de ellas. Su hijo, Francisco Domínguez Ramos, también fue asesinado. Según las investigaciones de Fernando Sigler, salieron huyendo hacia Málaga, dejando en Diego Duro, a la mujer de éste con sus tres hijas. Recoge en su libro ‘La Sauceda y El Marrufo’, “en el camino de huida, su mujer le dijo: Francisco, que tu madre se ha quedado atrás. Entonces él se volvió y nunca se supo de él ni de su madre. Con el tiempo supieron que lo habían matado y enterrado en El Marrufo”.
Creo que ni Catalina ni Francisco imaginarían que 76 años después, su bisnieto y su nieto, Miguel Rodríguez Domínguez, dueño de Festina y Lotus y medalla de Andalucía sería el que hiciera posible que hoy descansen en una digna sepultura. Efectivamente, un mecenas tuvo que costear esta exhumación porque las víctimas del franquismo siguen en cunetas y fosas repartidos por todo el territorio nacional, sin que la democracia de este país haya reparado a las víctimas y a sus familias y, sobre todo, no haya hecho nada para acabar con la impunidad que permite que, a día de hoy, se siga hablando de equidistancia, de barbaridades en los dos bandos, de recristianización o tengamos que asistir al doloroso espectáculo del borrado de los versos de Miguel Hernández del cementerio de La Almudena en Madrid, por una derecha y una ultraderecha que campan a sus anchas intentando de nuevo matar con el olvido y la ignominia.
Hoy 18 de julio volvemos a salir a la calle para decir que no olvidamos. Que mientras sigan apareciendo peinetas, zapatos, anillos y hasta los alambres con los que maniataban a las víctimas, que mientras la tierra siga revelando huesos, reconstruiremos y difundiremos sus nombres y apellidos, sus historias y a sus verdugos. Decía el escritor argentino Juan Gelman que “lo contrario del olvido no es la memoria. Es la verdad”. Ahora más que nunca, verdad, justicia y reparación.
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